Una medallita y unos ruegos

A mediados del siglo pasado falleció en mi ciudad un sacerdote muy querido por la feligresía. Sus pertenencias pasaron a manos de un hermano suyo, casado con una amiga de mi familia. Algunos años después ella enviudó y debió vender su casa para costear los gastos de su internación en una institución para ancianos. También repartió entre sus conocidos el mobiliario y algunas de sus pocas pertenencias. Producto de ese reparto fueron a parar a mi casa paterna algunos libros y papeles que fueran propiedad del sacerdote mencionado. Entre esos papeles se encontraba una carta dirigida al clérigo.

La misiva, que aún conservo, está escrita de puño y letra por el remitente, en papel muy fino con membrete. El firmante fue una persona de renombre a quien aún hoy se continúa recordando en la esfera civil. El tenor de la carta explicará por qué no he transcripto el nombre del autor ni el del sacerdote destinatario. También he quitado un nombre propio y la mención de un lugar específico que aparecen en el texto. La intención del post tampoco exige que sean explicados los hechos a los que allí se aluden.


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Dic. 24. 1938


Rev. Padre […]


De mi mayor estimación:


       Vista de lejos, la obra liberal resulta pequeña, pero cuando además se aprecian los hechos desapasionadamente se impone un nuevo punto de vista. En efecto, la creencia de que el liberalismo era sinónimo de Patria representa en mis apreciaciones actuales todo lo contrario. Combatíamos las personas y las cosas, y de allí, la falta de respeto sin medida y la inconsciencia hasta llegar al proceso judicial que subrayo en estas líneas y que fue para Vd. una grave afrenta.


       Lo que interesa es mi participación en ello, contra Vd. Un error de interpretación –puede ser con malicia – me colocó frente a una situación que no tuve la suerte de valorar en todas sus consecuencias. Debí elegir un camino y opté por el de mi posición doctrinaria; de ahí, la catástrofe.


       En el transcurso del tiempo, hechos circunstanciales que en verdad no producían en mi ánimo ni temor ni recelo, me invitaron sin embargo a concentrar el espíritu para recapacitar sobre el pasado. Luego, acontecimientos ulteriores que no pude ya encuadrar en la esfera de la casualidad ni explicar como otras veces en el orden de lo físico-natural, trajeron a mi mente un recuerdo: los ruegos prometidos por la Hermana […], al morir en el Hospital […] en 1896. Conservé una medallita que a su pedido he llevado y llevo siempre conmigo. Y ahora, la realidad de la época actual y la responsabilidad sobre el porvenir espiritual de mis hijos, exigen una rectificación de mi parte.


       Entrego a Vd. algunas de las insignias de mi jerarquía masónica, y a medida que tropiece con algunas otras, las haré llegar a sus manos. En cuanto al proceso a que aludí, quiero deponer ante Vd. mis excusas por todo aquello que se apartó de la estricta verdad de los hechos y que haya podido lesionar su autoridad moral y su investidura.


       Muy atte. salúdale

                                      […]


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Qui potest capere, capiat


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