Neutralidad: ¿existe realmente?

Hace unos días, un amigo me preguntó si me animaría a escribir una columna para el Diario de Jerez. La verdad es que no me lo pensé mucho y dije que sí. Elegí plantear una reflexión sobre uno de los supuestos fundamentos del régimen en que vivimos: la neutralidad del Estado. Una neutralidad que no se ve por ningún sitio, pero que, me preguntaba, quizás es que no es posible.

Les dejo aquí mis reflexiones jerezanas:

«El Estado es neutral, nos repiten machaconamente desde nuestra tierna infancia. Se supone que, por fin, nos hemos liberado de la influencia de la religión y vivimos en un régimen en el que cada uno puede pensar lo que quiera sin interferencias del Estado. Esa es la música de fondo… pero la realidad es justo la contraria. Y cada día más.

La realidad es que asistimos a una creciente imposición por parte del Estado de un determinado conjunto de creencias, de una cosmovisión que, por simplificar, podemos llamar «progre» («woke» la llaman en Estados Unidos), nueva pseudoreligión oficial. El Estado nos impone la ideología de género, una versión catastrofista del ecologismo, un feminismo maniqueo de cuarta ola o los dogmas de la maldad intrínseca de cualquier regulación sobre los flujos migratorios y de la bondad de enviar al otro barrio al niño que no deseamos o al enfermo cuya vida ya no consideramos de suficiente «calidad». Podríamos multiplicar los ejemplos, pero no quiero abrumarles y seguro que ya saben de qué les hablo.

En realidad no hay nada más natural que este fenómeno. Ninguna sociedad se sostiene en el vacío sino que requiere, para su supervivencia, de una serie de creencias y juicios comunes, compartidos por la mayoría de quienes la componen. Si expulsamos la religión de nuestra sociedad no es para alcanzar un estadio de utópica neutralidad: ese vacío la condenaría a la descomposición. La religión expulsada es reemplazada por una religión civil al gusto del poder político. Ya sucedió en Francia durante la Revolución Francesa y desde entonces el único cambio ha sido una mayor pericia en disimularlo.

¿Y qué problema hay en ello?, se preguntarán algunos. Lean a Balmes, a Belloc, a Dawson, a Brague, a Holland… y descubrirán la apasionante historia de cómo la religión del Dios hecho hombre introdujo en la vida de los pueblos cambios que hicieron de este mundo un lugar mejor: el valor sagrado de cada vida humana, el fin del esclavismo, el cuidado de los débiles, la igual dignidad de hombres y mujeres…

La pseudoreligión civil «progre» también conforma las sociedades en la que es hegemónica. Lo vemos a diario: sociedades al mismo tiempo buenistas y desesperanzadas, aterrorizadas por miedos varios, necesitadas de escapar de la realidad (somos el primer consumidor de cannabis y cocaína de Europa) y atiborradas a ansiolíticos (dos millones los consumen en España).

¿Problema? Usted verá y, sobre todo, usted elegirá. Pero al menos no insista en lo de la neutralidad. No existe».

 

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