Relación entre ley y conciencia

La búsqueda de la Verdad y el Bien es el primer imperativo de la conciencia y que el creerse, como hacen los subjetivistas, relativistas y positivistas, que quien decide lo que está bien o está mal soy yo mismo o el Estado, es decir el gobernante de turno, es una aberración en la que se acaba defendiendo toda clase de crímenes y delitos, como el aborto, la eutanasia, la eugenesia o la ideología de género, así como llevarse para el bolsillo propio todo el dinero que se pueda

Uno de los objetivos que todos hemos de tratar de conseguir es ir madurando como personas, lo cual supone de modo especial tratar de formar adecuadamente nuestra conciencia. Podemos decir que la maduración de ésta lleva consigo la exigencia de interiorizar la ley, de tal modo que actuemos realmente convencidos de lo que hacemos. Si el hombre debe hacer el bien y evitar el mal, el conocimiento acerca de lo que es bueno o mal debe estar inscrito en su interior, de tal modo que esa ley moral, por la que uno reconoce cuáles son sus derechos y deberes fundamentales, debe poder ser conocida con la ayuda de nuestra razón. El hombre necesita descubrir en su propia conciencia la razón y el alcance de la norma exterior, ya que ésta debe ser para él principio de libertad y no sólo imperativo de la conciencia. Concretamente hoy la Moral se preocupa sobre todo del problema de la responsabilidad, tratando de sustituir lo más posible la presión externa por el convencimiento interior, dando a la conciencia la primacía entre los imperativos morales.

La interiorización de la ley deberá traer consigo el enraizamiento de la norma en el sujeto, con el doble beneficio que la norma no se quede en la letra, es decir sea algo rígido e infecundo, sino que sea principio de vida, y además que la ley tenga solidez en el corazón humano para resistir los embates del mal y mover verdaderamente al bien. 

Consecuencia de los diversos niveles de interiorización son los diversos grados de exigencia que encontramos en el comportamiento humano: hay quienes tratan de tender a la perfección de sus posibilidades morales, mientras otros se contentan con una cómoda mediocridad y otros, finalmente, no dudan en saltarse a la torera los más sagrados imperativos morales. La bondad moral supone mantener una continuidad y coherencia entre el imperativo conocido por la conciencia y la decisión tomada. Pero además la conciencia moral del creyente no se inspira simplemente en la razón, sino en la fe y en la apropiación de la voluntad divina como norma suprema de conducta.

Es evidente en consecuencia que se da una relación entre ley y conciencia, relación que se rige por los siguientes principios:

  1. La conciencia es el juicio práctico o dictamen de la razón con el cual uno juzga qué es lo que debe ser hecho aquí y ahora en cuanto es bueno y qué debe ser evitado en cuanto es malo;
  2. El papel de la conciencia es el de un dictamen práctico, no el de un maestro de doctrina;
  3. La conciencia no es una ley en sí misma y al formar la conciencia propia uno debe guiarse por las normas objetivas morales, incluyendo la auténtica enseñanza de la Iglesia (Gaudium et Spes 50);
  4. Las circunstancias particulares que rodean un acto objetivamente malo, aunque no pueden convertirlo en bueno, sí pueden hacerlo menos culpable o incluso que se trate del mal menor;
  5. En el análisis final la conciencia es inviolable y el hombre no debe ser forzado a actuar de forma contraria a su conciencia, como atestigua la tradición moral de la Iglesia.

La relación entre ley y conciencia ha sido expresada así por el Concilio Vaticano II con este texto que conviene recordar y que es ya clásico:

“En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley, cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad. No rara vez, sin embargo, ocurre que yerre la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado” (GS 16).

Podemos por tanto decir que la búsqueda de la Verdad y el Bien es el primer imperativo de la conciencia y que el creerse, como hacen los subjetivistas, relativistas y positivistas, que quien decide lo que está bien o está mal soy yo mismo o el Estado, es decir el gobernante de turno, es una aberración en la que se acaba defendiendo toda clase de crímenes y delitos, como el aborto, la eutanasia, la eugenesia o la ideología de género, así como llevarse para el bolsillo propio todo el dinero que se pueda, puesto que al fin y al cabo el dinero público no es de nadie, como dijo alguien en cierta ocasión. Las consecuencias las estamos pagando ahora.

 

Pedro Trevijano, sacerdote

8 comentarios

Alberto
Me ha gustado mucho su articulo, muy clarificador y que conviene tener siempre presente. Gracias, padre, por recordarnoslo.
29/08/12 11:39 PM
Pedro Gimenez
Esto que usted muy acertadamente dice, a los catòlicos que lo ponemos en pràctica haciendo de ello nuestro modo de vida, nos crea una gran cantidad de problemas. Dado que no somos protestantes y no separamos lo que hacemos de lo que creemos, chocamos con un entorno que no actua de la misma manera que nosotros. Si eres honrado, no vendes nada, si eres honrado no cobras màs de lo que se debe, etc, pero como los demàs no hacen lo mismo, te quedas fuera del "mercado" y tienes que trabajar el doble para obtener lo mismo que los otros. Este es un dilema con el que tengo que lidiar cada dia. Mi cruz es doble, pues no sòlo tengo que trabajar por amor a Dios, sino que ademas tengo que sufrir los perjuicios de ser consecuente con mis creencias.
30/08/12 8:03 AM
MH
Creo que el artículo es acertado en señalar la conciencia que hay en cada uno de nosotros inscrita por Dios y que cuando es recta nos obliga y nos dirige en la buena dirección, pero creo que también debe existir una obligación de cumplir las leyes aún cuando no este formada la conciencia.

Creo que en el aborto influye mucho la pérdida del sentido cristiano verdadero, incluso entre políticos teóricamente cristianos ó próximos, porque se llega a sostener que en caso de conflicto debe prevalecer el derecho de la madre, así, aunque se reconozca la humanidad del feto (y se diga que no puede estar desprovisto de derechos y esto sea una mejora en relación a los progresistas), se le considera en un plano inferior. ¿Qué argumento principal hay para defender que la vida del feto vale tanto como la de la madre "en caso de conflicto"?, que ambos han sido creados por Dios. Si se pierde la referencia cristiana en las leyes los todos seres humanos dejan de ser iguales lo hemos visto a través de la historia y ahora con la secularización se repite. Vemos que en la práctica la Razón y la conciencia personal de (incluso) algunos cristianos no llegan.

El problema de mantener el mal menor mucho tiempo es el acostumbramiento incluso de los buenos. Además como es un proceso "de progreso" según avanza en el tiempo, como el mal mayor aumenta, el mal menor que va detrás aumenta también.
30/08/12 2:24 PM
Laura
Gracias por su artículo que tanto nos ayuda padre.
Es cierto como dices Pedro, y además mucha incomprensión. Dichoso tú que estás trabajando por bienes eternos a alto precio.
Aunque tengo una duda:
¿cómo podemos interpelar a aquellas conciencias que se van entenebreciendo entre nuestros propios hermanos?, somos aspirantes de mediocridad. Muchas veces en mi parroquia se habla de evangelizar afuera, pero no sé con qué porque cada uno decimos una cosa y la verdad no hay mucha uniformidad de criterios. Todo es relativo. Y como según su conciencia algo esté bien.¿cómo conseguir que la formen, si se rechaza muchas veces el Magisterio ? ¿cómo hacerlo con amor si no escuchan? y si el¿ testimonio lo ven como beatería?. Más que fuera me preocupa lo de dentro.
30/08/12 3:56 PM
Pedro Trevijano
Si queremos tener uniformidad de criterios lo que tenemos que hacer es ser fieles al Magisterio, que encontramos bastante concentrado en los Catecismos como el de la Iglesia Católica y el YouCat. Rechazar el Magisterio es rechazar a la Iglesia y así nos hundimos en el relativismo. Tenemos que hacer lo que tenemos que hacer pero recordando que la labor principal no es nuestra, sino del Espíritu Santo. Un saludo Pedro Trevijano.
30/08/12 8:44 PM
María de la Luz Alvarez
Me parece excelente porque indica cómo se debe alimentar la conciencia a fin de no desviarla, ya que todos tenemos la ley natural y esa hay que profundizarla en la búsqueda siempre del bien. Así se tendrá claro que es lo bueno y lo malo.
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