(Zenit/InfoCatólica) «Ya no recuerdo cómo nos conocimos», comienza su carta Benedicto XVI, recordando una larga historia de amistad con el cardenal, que incluye su pertenencia compartida a la conferencia de obispos de Alemania antes de que ambos fueran llamados a servir a la Curia romana.
«Con valentía y creatividad al inicio de tu trabajo en Roma, abriste nuevos caminos para llevar a los jóvenes a Cristo», destaca el Santo Padre en su carta al cardenal Josef Cordes. «También ofreciste una contribución a la génesis y al crecimiento de las Jornadas Mundiales de la Juventud».
«Mientras al principio los organizadores y coordinadores de la Iglesia tenían muchas reservas respecto a los movimientos», constata el Santo Padre, «tú percibiste inmediatamente la vida que brotaba de ellos, el poder del Espíritu Santo que da nuevos caminos y de maneras imprevistas mantiene joven a la Iglesia».
Integración de los nuevos movimientos dentro de la organización eclesial
El Papa destaca: «Tú reconociste el carácter pentecostal de estos movimientos y trabajaste apasionadamente hasta que fueron bienvenidos por los pastores de la Iglesia. Realmente, con el debido respeto a la organización y la planificación, a menudo hubo razones para escandalizarse porque traían nuevos y escandalosos elementos que no siempre podían integrarse fácilmente en las estructuras organizativas existentes».
El pontífice reconoce la habilidad del cardenal para ver que lo «orgánico es más importante que la organización» y afirma que el prelado vio que «ahí había hombres que estaban profundamente tocados por el espíritu de Dios y que de esa manera crecían nuevas formas de auténtica vida cristiana y auténticas maneras de ser Iglesia».
El Santo Padre continúa: «Por supuesto, estos movimientos necesitaban ser ordenados y llevados al interior del todo; necesitaban aprender a reconocer sus límites y a formar parte de la realidad comunitaria de la Iglesia en su propia constitución junto al Papa y a los obispos».
Los nuevos movimientos, continúa Benedicto XVI, «necesitaban una guía y purificación para ser capaces de alcanzar la forma de su verdadera madurez», pero no cabe duda de que «son regalos que hay que agradecer» por lo que el Santo Padre concluye: «No sería posible pensar en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo sin incluir en ella esos regalos de Dios».