(RV/InfoCatólica) El Pontífice recordó que tiempos atrás, el primer domingo de julio se caracterizaba por la devoción a la Preciosísima Sangre de Cristo. Centrándose en este argumento el Papa expresó su pesar por la sangre derramada, tanto ayer –con Caín y Abel-, como hoy en el mundo actual a causa de las numerosas violencias, injusticias y odio.
“¿Cuándo aprenderán los hombres que la vida es sagrada y pertenece a Dios?”, “¿Cuándo comprenderán que somos todos hermanos?”, se preguntó el Santo Padre respondiendo así: “Al grito por la sangre derramada que se eleva desde todos los rincones de la tierra, Dios responde con la sangre de su Hijo, que ha donado la vida por nosotros. Cristo no ha respondido al mal con el mal, sino con el bien, con su amor infinito. La sangre de Cristo es la garantía del amor fiel de Dios por la humanidad. Observando las llagas del Crucificado, cada hombre, incluso en condiciones de extrema miseria moral, puede decir: Dios no me ha abandonado, me ama, ha dado la vida por mi; y de este modo, encuentra la esperanza”.
La importancia de la Sangre de Cristo ha sido un tema tratado y analizado por numerosos pontífices, como Juan XXIII, quien explicó su significado en las Letanías. De hecho, este argumento aparece en la Sagrada Escritura, como ha recordado Benedicto XVI, evocando el valor salvífico de la sangre de Cristo descrito en la Carta a los Hebreos, de especial significado en este Año Sacerdotal: “Cristo … entró de una vez para siempre en el santuario, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de una vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo –que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios- purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto al Dios vivo!” (Hb 9,11-14).