(ACIPrensa/InfoCatólica) En un entorno marcado por la pobreza y la delincuencia, un sacerdote peruano se ha propuesto construir él mismo una iglesia para su comunidad. Con mezcla, ladrillos y esfuerzo físico, el P. Javier Cajusol combina su ministerio sacerdotal con el trabajo manual, inspirado por el ejemplo de los misioneros de la época colonial.
Cuando un sacerdote afirma que está edificando una iglesia o una obra parroquial, lo habitual es que se refiera a su responsabilidad sobre el proyecto, y no a una implicación directa en la construcción. No ocurre así con el P. Javier Cajusol Villegas, que está levantando con sus propias manos un templo católico en un sector humilde de la diócesis de Chiclayo, donde fue obispo el actual Papa León XIV.
«En el seminario hay un ciclo en el que estudiamos historia de la Iglesia. Me enseñó un sacerdote norteamericano que explicaba muy bonito, Ricardo Mullen, quien decía que cuando vinieron los españoles a América, venían con ellos sacerdotes que también eran arquitectos, ingenieros y que eran ellos mismos quienes hacían las iglesias», recuerda el P. Cajusol en declaraciones a ACI Prensa.
Aquel testimonio dejó una huella profunda en él: «me impactó y me puse a pensar por qué no. Me animé cuando me mandaron a una parroquia sin casa parroquial. Hice el proyecto de Adveniat con el aval del obispo y me mandaron el dinero. Un operario me ayudó y me enseñó».
Natural de Trujillo, ciudad del norte peruano donde también residió el Papa León entre 1988 y 1999, el P. Javier se refiere a Adveniat, una agencia de cooperación eclesial con sede en Alemania que apoya proyectos de la Iglesia en países en desarrollo.
«Me fue gustando la construcción, sólo me organizaba, atendía a la gente y cuando tenía días libres me dedicaba a esto. Como mi hermano es arquitecto, le preguntaba algunas cosas», relata.
Con el tiempo fue adquiriendo habilidades técnicas: «Al inicio me costaba, pero fui aprendiendo cómo hacer la mezcla del cemento, el enchapado, la colocación de ladrillos, los agregados».
Comprometido con su vocación sacerdotal
Aunque ha desarrollado competencias constructivas, el P. Javier deja claro que su prioridad es el ministerio: «Poco a poco he ido mejorando sin descuidar la vocación. Entonces es un doble trabajo fuerte: el de albañil, que requiere fuerza y habilidad, y atender a los fieles».
Ordenado sacerdote el 30 de agosto de 1997, subraya que lo esencial es «no descuidar la atención de los fieles, la atención sacramental, la atención pastoral visitando las casas, dialogando con la gente», muchas de las cuales colaboran de manera desinteresada en la iniciativa.
Con 58 años, que cumplirá el próximo 24 de septiembre, el presbítero calcula que lleva unos 12 años como albañil. Todo comenzó en la ciudad andina de Tarma, cuando participó en la construcción de un campo deportivo, siendo obispo allí Mons. Richard Alarcón, hoy Arzobispo de Cusco. Posteriormente levantó una casa parroquial en Trujillo.
«Y aquí en la diócesis de Chiclayo esta parroquia se llama Santa María del Valle, que atiende nueve pueblos jóvenes —barrios pobres— con más o menos 45.000 fieles, y sólo tenemos tres capillas», explica desde la ciudad de Lambayeque.
Una posible ayuda del Papa León XIV
El sacerdote estima que la construcción de la nueva iglesia podría prolongarse entre cuatro y cinco años, trabajando de lunes a viernes de 8:00 a 18:00 horas, «a menos que pueda ver al Santo Padre para que me ayude. Él me ayudó bastante para hacer la casa parroquial donde vivo actualmente, con una fundación norteamericana».
El templo, que ya se utiliza para la celebración de la Misa dominical, se encuentra en una zona afectada por altos índices de pobreza e inseguridad. «Hay mucho sicariato, robos e incluso algunos malos policías que se coluden con ellos. A veces los amonesto», señala.
En cuanto a los fondos necesarios, el P. Javier explica que cuenta con la ayuda de los fieles, quienes también le proporcionan la comida diaria tanto a él como al albañil principal y a dos ayudantes. No obstante, aún es necesaria mayor colaboración para reunir el equivalente a medio millón de soles —unos 143.000 dólares— sin contar los elementos litúrgicos y pastorales que requerirán otra suma similar: altar, imágenes, bancos, sistema de sonido, entre otros.







