(CNA/InfoCatólica) Una antigua cantera de piedra fuera de las murallas de Jerusalén, más tarde abandonada y convertida en cementerio con tumbas excavadas en la roca y zonas cultivadas: así era el lugar donde hoy se levanta la Basílica del Santo Sepulcro en tiempos de Jesús.
Sin embargo, excavaciones arqueológicas en curso dentro de la basílica, iniciadas en 2022 como parte de un importante proyecto de restauración del piso y de la infraestructura subyacente, han proporcionado datos significativos sobre el uso y el aspecto original del sitio. La profesora Francesca Romana Stasolla, de la Universidad de La Sapienza de Roma, quien dirige las excavaciones, confirmó a CNA: «Hemos documentado tanto el uso funerario como agrícola previo a la reestructuración de Adriano (alrededor del año 130–136 d.C.), y los análisis paleobotánicos han revelado la presencia de plantas como olivo y vid».
Pocos días antes de la Pascua, Stasolla acompañó a CNA en una visita por el Santo Sepulcro, ofreciendo valiosos datos históricos, arqueológicos y espirituales sobre uno de los lugares más sagrados del cristianismo.
Una historia milenaria
«Este lugar, ante todo, narra la larga historia de Jerusalén», explicó. «El proceso de cristianización es solo una parte de esa historia, entrelazada con los acontecimientos más amplios de esta ciudad». Las excavaciones han llevado al equipo de arqueólogos hasta el período de la Edad del Hierro (alrededor del año 1300 a.C.), cuando el área era «una cantera activa situada fuera de las murallas de la ciudad».
«Aquí había una colina», indicó Stasolla, «parte de la cual fue excavada para crear una cantera. La actual basílica se encuentra dentro de esa depresión».
El Calvario —el promontorio rocoso actualmente contenido dentro de la basílica— fue incorporado al Santo Sepulcro durante el período cruzado. Se accede a él por una escalera a la derecha de la entrada.
«El Calvario se encontraba elevado sobre la depresión generada por la excavación de la cantera», señaló Stasolla. En algunos sectores, el suelo de la cantera alcanzaba profundidades de 25 a 30 metros. Según la tradición cristiana, este es el lugar donde Jesús fue crucificado junto a dos malhechores (cf. Lc 23,33). Hoy, dos capillas —una católica y otra greco-ortodoxa— se alzan sobre el Calvario para conmemorar la crucifixión y muerte del Señor.
Una parte de la roca es visible en el deambulatorio de la basílica y también a través de un panel de vidrio en la capilla ortodoxa. Los fieles pueden incluso tocar la roca del Calvario mediante una abertura bajo el altar, que marca el lugar exacto donde habría tenido lugar la crucifixión.
«A medida que se fue abandonando la cantera», explicó Stasolla, «comenzó a utilizarse con fines funerarios, con tumbas excavadas en la roca». Algunas zonas también fueron «terrazadas con muros de piedra seca para el cultivo, un uso común en canteras abandonadas que podía coexistir fácilmente con prácticas funerarias».
Construida por la fe
Aunque algunos hallazgos parecen coincidir con los relatos evangélicos, Stasolla invita a la prudencia: «Ese tipo de razonamiento es engañoso», advirtió.
«La investigación científica aporta datos. La interpretación viene después. Como arqueólogos, nuestra responsabilidad es ofrecer una interpretación histórica, pero también hay una interpretación personal, subjetiva».
«Lo que me parece problemático es intentar fundamentar razones que son puramente de fe tratando de validarlas con datos científicos. Desde mi punto de vista, eso perjudica tanto a la fe como a la historia».
El Santo Sepulcro, desde el período constantiniano, «fue construido por la fe de quienes creían, y sigue viviendo gracias a la fe de quienes creen hoy», afirmó Stasolla.
«El hecho histórico es que, a lo largo de los siglos, ha habido un camino de fe —de una comunidad, de varias comunidades, de muchas personas— que produjo una arquitectura y generó una serie de fenómenos culturales y económicos. Desde esa perspectiva, la fe de quienes creyeron ha dado forma a la historia».
El edículo del Santo Sepulcro, que contiene la tumba venerada, está en el corazón de esa historia. A comienzos del siglo II, el emperador romano Adriano fundó la colonia de Aelia Capitolina e integró esta zona al entorno urbano de Jerusalén. En ese momento, la cantera fue rellenada para nivelarla con el terreno circundante.
Ya en el siglo IV, bajo el emperador Constantino, el área fue completamente transformada. «Se emprendió una monumentalización a gran escala de la tumba, el Calvario y los patios que los conectaban», explicó Stasolla.
«Frente al edículo, las excavaciones han confirmado de forma contundente esta transformación», añadió.
«Documentamos una gran operación de remoción de roca alrededor de la tumba, para crear un pequeño monumento exterior. También encontramos rastros de una columnata que rodeaba la tumba, aún al aire libre. Solo hacia finales del siglo IV comenzó a tomar la forma que hoy conocemos».
A lo largo de los siglos, el Santo Sepulcro ha sufrido destrucciones y reconstrucciones. En el siglo XII, bajo dominio cruzado, una importante restauración dio a la basílica su configuración actual.
Uno de los elementos más venerados del templo es la Piedra de la Unción, situada frente a la entrada. Esta piedra conmemora la preparación del cuerpo de Jesús con aceites y bálsamos antes de su sepultura. Sin embargo, Stasolla aclara: «Sabemos que el cuerpo habría sido preparado en la antecámara del sepulcro».
Ese espacio correspondería a lo que hoy se conoce como la Capilla del Ángel, justo antes de la cámara funeraria dentro del edículo. A pesar de esta inexactitud histórica, cientos de fieles —especialmente de tradición ortodoxa— se inclinan a diario para besar y ungir la piedra.
La noche del Viernes Santo —tanto en la liturgia católica como ortodoxa— se recrea sobre esta piedra el rito de preparación del cuerpo de Jesús, durante la llamada «procesión funeraria».
Hoy en día, tres comunidades —ortodoxos griegos, católicos latinos y armenios— comparten la custodia del Santo Sepulcro. Este año celebrarán la Pascua el mismo día y en el mismo lugar, en una convivencia de ritos, cantos y tradiciones superpuestos, respetando el antiguo Status Quo, el acuerdo que regula cada movimiento dentro de la basílica.
Stasolla y su equipo han trabajado durante los últimos tres años dentro del templo, incluso en turnos nocturnos. Ocupan una modesta sala detrás del edículo, que funciona como oficina, espacio de reuniones y lugar de descanso. Siempre hay café —no solo para los arqueólogos, sino también para obreros, frailes, monjes y visitantes curiosos.
El contacto con los representantes de las tres comunidades es constante, ya que cada intervención debe ser acordada colectivamente y cada hallazgo compartido.
«Lo que hemos experimentado, de verdad, es un gran sentido de acogida por parte de todos», concluye Stasolla. «Hemos encontrado hospitalidad, pero también diversidad. Que ambas cosas puedan coexistir es profundamente significativo y nos deja mucho en qué reflexionar».