Fides ex auditu
XXIII Domingo TO (B)
Los seres humanos nos orientamos en el mundo gracias a los sentidos. La vista, el gusto, el tacto, el oído, el olfato nos permiten recibir y reconocer estímulos que provienen del exterior o, incluso, de nosotros mismos. La privación de alguna de estas fuentes de conexión con la realidad nos atrofia en mayor o menor medida.
La imposibilidad de oír nos aísla singularmente. Gracias a Dios, ha habido progresos en el tratamiento y en la inserción social de las personas que padecen una pérdida auditiva. Hoy, merced a esos avances, el mundo del silencio no es ya tan dramáticamente silencioso.
Jesús se encuentra con un sordomudo, con alguien que “era sordo y que a duras penas podía hablar”. La dificultad de comunicarse traía como consecuencia inevitable la exclusión, la marginación, la soledad, el ostracismo. El Señor se hace cargo de esa situación. Él, que es la Palabra, sabe ponerse en el lugar del que no puede oír. Discretamente, lejos de la muchedumbre, mete los dedos en los oídos del sordo y toca su lengua para que aquel hombre pueda, en adelante, oír y hablar.