InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Julio 2018

25.07.18

¿Hijos o infecciones?

Parece ser, según algunas informaciones, que una periodista le ha preguntado (retóricamente) a un obispo que hizo un comentario sobre la encíclica “Humanae vitae” del papa Pablo VI: “Señor obispo, ¿qué prefiere, un mundo lleno de hijos o lleno de personas infectadas por el VIH?”.

La pregunta me ha dejado estupefacto: ¿Qué tendrán que ver los hijos y las infecciones? Un hijo, si todo va bien, es, o debe ser, el fruto del amor de sus padres. Una infección es, por sistema, algo no deseado, algo que evitar sistemáticamente, algo de lo que defenderse. Yo no creo que los hijos deban ser considerados como algo a evitar sistemáticamente, como algo necesariamente no deseado, como algo de lo que defenderse

Pablo VI llamó la atención sobre las consecuencias no deseadas que podría acarrear para el mundo la aceptación pacífica de la convicción según la cual, en la práctica, uno puede evitar los hijos con los mismos, o parecidos medios (objetivos), con los que se protege de las infecciones,

Si lo que corresponde a la procreación queda sometido exclusivamente al libre arbitrio de los hombres, a su capricho, sin reconocer que en el propio cuerpo y en sus funciones pueden reconocerse indicios que, junto a otros, permiten discernir, distinguir, entre lo bueno y lo malo, entre lo permitido y lo prohibido, se dan pasos que pueden llevar, obviando el valor simbólico del cuerpo y de sus reclamos, a la explotación del débil por parte del fuerte.

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12.07.18

No es bueno ceder a la tentación: “Si no es perfecto, ¡qué desaparezca!”

Perfecto, lo que se dice “perfecto”, solo es Dios. Solo Él tiene el mayor grado de bondad. Solo Él es “Aquel mayor del cual nada puede ser pensado” y, a la vez, solo Él es “lo mayor, lo más grande, que puede ser pensado”.

Solo Dios. San Benito captó muy bien esta grandeza, esta perfección. Dios lo es todo. Si se deja “el mundo”, es para agradar a Dios. El monasterio ha de ser una escuela del divino servicio, dedicado, preferentemente, al “Opus Dei”, a la Liturgia, a la alabanza divina. Los que desean ser novicios han de buscar a Dios sinceramente. Los monjes han de actuar para gloria de Dios…

Dios lo es todo. Pero lo que no es Dios no lo es todo. Ni es perfecto, en el mismo sentido en que Dios lo es. Eso no quiere decir que no sea valioso. Porque todo lo que es, en mayor o menor medida, refleja en cuanto que “es” la perfección divina.

Hasta la humanidad tiene esta valencia sacramental, esta capacidad de ser asumida por Dios para mostrar su grandeza – la de Dios - . Es el caso de la humanidad de Jesucristo. O, incluso, de otro modo, el de la humanidad de la Virgen María, limpia del pecado.

Jesús nos pide ser perfectos, pero no desespera si no lo somos aún. Se compadece y perdona. Espera y da fuerza para tratar de mejorar. La Iglesia, en su vertiente humana, nunca ha sido perfecta, más que en la humanidad de nuestro Salvador y en la de su Madre Santa. La Iglesia abraza en su seno a los pecadores, que son imperfectos. No tienen, obviamente, la perfección de Dios, pero tampoco la perfección que Dios desea para los hombres.

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2.07.18

Hablar mucho y hablar bien de la clase de Religión

Lo he escuchado, hace poco, en un programa de radio. Decía una profesora de Matemáticas que para prestigiar su asignatura había que hablar mucho de esa materia y hablar bien. Y ponía un ejemplo: Uno de sus hijos comía sin problemas verduras hasta que fue a la escuela. En el comedor escolar, el niño oyó que las verduras sabían mal y, en consecuencia, dejó de comerlas. No es que no le gustasen las verduras, sino que, a base de oír lo malas que eran, terminó haciendo propio ese diagnóstico generalizado.

Ya no digamos a las Matemáticas, sino a cualquier otra asignatura que se le hiciese la mínima parte de la campaña en contra que a la de Religión, se quedaría completamente sin alumnos. Asignatura opcional, con alternativa a veces y otras sin ella, con evaluación más o menos comprometida, con peso en el expediente mayor o menor, y hasta nulo. Y, encima, acusando de que la mera presencia de esa asignatura en el plan de estudios es como una rémora de un pasado maldito del que renegar cuanto antes.

Y, pese a todo, los padres de los alumnos siguen pidiendo, en una proporción significativa, la clase de Religión. Si pudiesen no pedir la de Matemáticas, seguro que lo harían, pensando en lo que iban a ahorrar en clases particulares de recuperación. Sería un error, ya que es muy conveniente que los alumnos estudien Matemáticas.

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1.07.18

¿Por qué no puede tener valor académico la clase de Religión?

La afirmación: “La clase de Religión no puede tener valor académico y contar para la nota media” se la atribuyen a una ministra del Gobierno. Si no ha proferido esa sentencia, le sobrarán medios para desmentirlo. Pero todo apunta a que resulta creíble que lo haya dicho.

Hablar de clases sin valor académico, de asignaturas que no cuentan para la nota media, es ya, en sí mismo, moverse en el terreno de la contradicción. Si no tiene valor académico, ¿para qué se imparte esa materia en la escuela? Si no cuenta para la nota media, ¿para qué dedicar el mínimo esfuerzo destinado a aprobarla?

La contradicción reina…, impera. Lo controla todo. A los ministros y a las ministras nadie los ha elegido para actuar de jueces en orden a discernir entre lo que tiene valor académico y lo que no. En los sistemas totalitarios, sí tienen ese poder.

Es conocida la enorme aportación intelectual de algunos genetistas soviéticos como Lyssenko, empeñados en desarrollar una teoría biológica compatible con los postulados marxista-leninistas. Que la realidad contradijese la teoría era – y es, en los totalitarismos, incluso en los amparados formalmente por los procedimientos democráticos – lo de menos. Un burgués idealista no puede pretender que sus teorías genéticas tengan valor académico. Para eso está el aparato, para discernir, para juzgar, para enaltecer o reprobar los saberes.

El que manda no puede decretar qué es o no es conocimiento. El que manda ha de servir, favoreciendo el cultivo del conocimiento. Las sociedades libres – más o menos libres – defienden el respeto a los derechos humanos. En el artículo 18 de la Declaración Universal de esos Derechos se lee: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.

La enseñanza de la Religión no es un capricho, sino que hunde sus raíces en la libertad de pensamiento y de conciencia. El Estado no tiene que decirnos qué debemos pensar y qué no debemos pensar. El Estado sirve, no manda. En España, la Constitución dice en el artículo 16, 1: “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”.

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