InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: 2016

11.07.16

Mejor, no amargados

Experimentar la amargura, la pena, la aflicción y el disgusto, es compatible con la fe. Vivir amargados, resentidos, frustrados, creo que no lo es.

Nadie nos ha dicho que seguir a Cristo sea fácil. El Señor es más bien exigente: “El que pierda su vida…la encontrará”.

“Perder” y “ganar”. La fe no es, en absoluto, fácil. Consiste en fiarse, de modo razonable y libre, de Dios, con la ayuda de la gracia.

Fiarse de Dios es equivalente a desconfiar un poco de uno mismo. La última y decisiva palabra no es la nuestra, sino la de Dios.

Dios – solo Él – es el contenido, el motivo y el fundamento de la fe. La Iglesia, en todo ese proceso, cumple un papel necesario, pero, en cierto modo, instrumental; ya que es, por voluntad divina, signo e instrumento.

No cabe superar lo sacramental, sino integrarlo. Pero lo sacramental acerca y aleja, facilita y hace difícil, en esa lógica compleja de la Encarnación, la apertura a Dios.

Dios sigue siendo Dios. Se nos acerca y se escapa al mismo tiempo. Dios, a veces, creo yo, pone a prueba nuestra fe. Nos pregunta, simplemente, si se basa en Él, en su Palabra – que es Cristo – , o en otras cosas.

La geografía de la fe no suele ser confortable. Y menos en un mundo dominado por la secularización, por la aparente autosuficiencia. Los creyentes, hoy, han de acostumbrarse a un entorno hostil. Ya no tanto a un jardín pacífico, sino a una especie de jungla en la que todo, o casi todo, puede estar envenenado.

No sobreviven, en entorno hostil, los débiles, sino los sabios. Y sabio es aquel que teme a Dios y confía en Él, en los días plácidos y en los menos plácidos.

Comprendo a los cristianos probados, hasta desorientados, pero me resulta más complicado aplaudir a los amargados.

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6.07.16

“Fumar puede matar al hijo que espera”

Los responsables de las campañas anti-tabaco, que, a la hora de cobrar impuestos por el consumo del mismo, no hacen ascos a nada, han diseñado unas cajetillas trágicas. Me hacían pensar, esos diseños, en las antiguas “tablas de ánimas”: Las pobres almas del purgatorio padeciendo entre llamas purificadoras. Es verdad que el aviso era certero: “Si pecas, ya sabes a lo que, en el mejor de los casos, te expones. A purgar graves penas”. ¿Habrán evitado los pecados esas tablas? Quizá sí, al menos en parte. Quizá no del todo.

Hoy el consumo de tabaco se ve como un mal. Un mal unánimemente perseguido y criticado. Pero, también, como un mal “tolerado”  – en teoría solo se  pueden “tolerar” los males – por el beneficio económico que proporciona esa industria. Y no tanto por la defensa de una libertad del individuo, cada vez más cercenada. Ni tampoco, solo, por la defensa de la salud pública.

Uno, en una cajetilla, puede ver retratadas todas las plagas posibles. Todos los tormentos. Todos los desastres. Pero, como el Estado es muy “tolerante”, si la “tolerancia” le sale a cuenta, puede seguir comprando tabaco en un estanco.

Vayamos al caso. En una cajetilla han puesto a una pareja – un hombre y una mujer – muy compungida por la pérdida de su bebé. Los padres aparecen como muy disgustados, abrazando lo que parece ser un osito de peluche quizá dedicado a su hijo no nacido.

Se ve un pequeño ataúd, blanco, y hasta una vela encendida. Es una escena de tanatorio, de capilla ardiente. Unos padres que se duelen por la pérdida de su bebé. Todo muy normal.

Claro, si fumar perjudica al niño en proceso de gestación, como parece que es el caso, no se debe fumar. Porque, en efecto, “fumar puede matar al hijo que espera”.

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2.07.16

Menos orgullo y más modestia

Hoy se exalta el orgullo, la vanidad y el exceso de estimación propia. Y, yendo a las raíces, no hallo la causa de tanto arrebato. No es bueno, en líneas generales, envanecerse de nada. El que es más listo, si presume de ello, parece más tonto. El que es más alto, si presume de ello, igual.

Cada cual es como es. Y, en el mundo, hay de todo: Altos y bajos, guapos y menos guapos, fuertes y débiles. El mundo es esa porción de realidad inmensa en la que, en principio, todos debemos caber. Obviamente, siempre habrá que marcar unas líneas defensivas. No podemos, por ejemplo, premiar con medallas a los asesinos.

Y no por nada, sino porque el placer que el asesino, a veces, experimenta al asesinar no es socialmente rentable. No es universalizable. No cabe tolerancia con esa actitud. Solo cabe, razonablemente, la defensa ante ella.

Hay otras actitudes que pueden agradar o no. Pero no es lo mismo tolerar lo que no nos place, y que, en el fondo, pensamos que no es lo mejor, que exaltar como exquisitez lo que no es tal. Yo puedo tolerar a los echadores de cartas, aunque no me gusten, porque creo que engañan a la gente. Pero esa objeción no me llevará a pedir que les corten la cabeza a quienes se dedican a esos menesteres.

¿Tolerancia? Toda la posible. ¿Exaltación a niveles de lo inmejorable? La justa.

Y esta manera de ver las cosas vale para el espectáculo que hoy vemos con las marchas a favor del llamado “Orgullo”. ¿Orgullo de qué? Una persona es mucho más que su tendencia sexual. Reducir a una persona a esa tendencia es un recorte muy poco justo. Una persona es una persona, que merece un respeto y que no puede dejar de merecerlo por algo importante, pero accidental, como puede ser su tendencia en el ámbito del deseo – de determinados deseos - .

Frente al orgullo, la modestia, que es la virtud que “modera, templa y regla las acciones externas, conteniendo al hombre en los límites de su estado, según lo conveniente a él”.

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1.07.16

El “sorpasso”

La palabra “sorpasso” significa, creo, algo así como “adelantamiento”. Y se ha convertido ya en una categoría política.

Como están, en la memoria de todos, los resultados de las últimas elecciones no hará falta incidir en ese significado político. ¿Que Podemos “adelantaba”, en el carril de la izquierda, al PSOE? Pues parece que no. Ellos, unos y otros, los adelantadores y los adelantados, sabrán – o no -  por qué. Quizá porque circular solo por la izquierda es más arriesgado.

Pero el “sorpasso” nos puede afectar a todos. Vamos a nuestro ritmo, conduciendo nuestra vida en la medida en la que está a nuestro alcance y, de golpe, de modo inesperado, algo nos “sorpassa”, si cabe conjugar así. Por ejemplo, un percance de salud con el que no contábamos a priori. Y con la mayor parte de esos imprevistos no se cuenta.

Esos imprevistos pueden llegar a cualquier edad y a cualquier hora del día. Y no vale decir, una vez que han pasado, algo tan socorrido como “se veía venir”. O sí o no. No siempre lo que acontece es previsible de modo directo.

¡Qué terriblemente difícil, y no absurdo, es estar vivo! Nada limita más con la vida que la muerte. Y, quizá sin sospecharlo, la muerte, o su amenaza, su aviso poco deseado, nos puede dar, a poco que nos descuidemos, el “sorpasso”.

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30.06.16

Eukaristomen

Me ha dejado con la boca abierta el breve discurso pronunciado por el papa Benedicto XVI con motivo del 65 aniversario de su ordenación sacerdotal.

Es muy difícil decir más en tan poco tiempo. Y es muy difícil decirlo mejor. A Benedicto XVI se le ve frágil, por su edad, pero es evidente que su cerebro funciona a la perfección.

Entre los motivos de credibilidad de la Iglesia, entre las razones que mueven a pensar que lo que anuncia el Cristianismo es bastante razonable, tanto como para ser digno de ser creído de modo responsable, están los grandes hombres.

Y la lista es enorme. El primer puesto corresponde a Nuestro Señor – que es el Hijo de Dios hecho hombre - . Pero, dejando a parte a la Virgen, ya que no es cuestión de igualarla a nadie, encontramos a san Pedro y a san Pablo. A san Francisco y a santo Domingo. Y a santa Teresa y a san Ignacio. Y al beato Newman, a santa Teresa Benedicta de la Cruz, a san Juan Pablo II. Y a tantos y tantos. Entre ellos, a san Agustín y santo Tomás.

Entre esos grandes hombres – no me obliguen a tener que usar el lenguaje inclusivo, especificando “hombres y mujeres”, ya que las mujeres son seres humanos – yo cuento al papa Benedicto XVI.

No solo es el mejor teólogo vivo, sino que es, asimismo, un maestro de la palabra, tanto en el lenguaje oral como en el escrito.

Yo le oí a un profesor portugués comentar que los mejores teólogos-escritores de la época moderna eran, a su juicio, tres: Newman, Guardini y Ratzinger. Estoy plenamente de acuerdo. A Guardini le conozco menos, pese a haber leído muchas cosas suyas. A Newman y a Ratzinger, les he leído bastante. Siempre, ambos, al borde de lo humanamente soportable.

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