InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: 2016

10.10.16

Otra mala experiencia: la agresión a un sacerdote

Hoy cualquiera puede ser agredido. No hace falta ejercer una profesión de especial riesgo. Basta con ir por la calle. Pero las agresiones, todas muy graves en sí mismas, se vuelven aún más odiosas si se perpetran contra niños o personas ya mayores.

Y los sacerdotes, muchos de ellos ya bastante mayores, son un objetivo fácil. Lo son porque, cualquier sacerdote, en principio, se siente inclinado a pensar bien de la persona que se dirige a él para pedirle alguna ayuda y, porque, además, se siente – el sacerdote – impulsado a ayudar; al menos, a hacer lo posible por ayudar.

En agosto supe de la agresión – sin mayores consecuencias, más allá del mal trago – a un párroco de Vigo. Ayer supe de otra – más violenta y con secuelas graves -  a otro párroco: El sacerdote está en el hospital, con un coma inducido, tras haber sido intervenido por un derrame cerebral provocado, todo parece indicarlo, por los golpes recibidos por quienes atentaron contra él.

Esta segunda víctima regenta una parroquia lindante con la mía. En Galicia, los asaltos a las parroquias rurales son continuos. Destrozan para robar. Roban muy poco – porque poco hay – pero destrozan mucho. En ocasiones, además de los destrozos, ha habido daños personales muy serios, hasta muertes; pero ha sido en pocos casos.

En las ciudades, no estábamos muy acostumbrados a agresiones personales. A robos, de mayor o menor cuantía, sí. Es muy difícil que, si uno es párroco en una ciudad, pase un año sin tener que llamar, sea por lo que sea, a la policía.

Pero que lleguen a pegarle al párroco hasta el punto de ocasionarle un derrame cerebral, eso ya va más allá de lo soportable. Ya sé que estas cosas le pasan a mucha gente. También a los párrocos.

Obviamente, debemos esperar, todos, protección de las autoridades civiles y de las fuerzas y cuerpos de la seguridad del Estado. Pero, quizá, también hemos de pensar, desde la Iglesia, desde la comunidad de fieles, cómo evitar estas cosas. En la medida en que puedan ser evitadas.

Yo no sé si, en general, guardamos el equilibrio entre fe y razón; o entre razón y voluntad. Yo no sé si, en general, estamos preparados para aceptar lo que hay, lo que se da en la realidad.

La Iglesia, los que la dirigen, creo, debe pararse a pensar un poco más. Un sacerdote de más de, pongamos, 75 años, no ha de enfrentarse a la responsabilidad, y al riesgo, de regentar una parroquia.

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7.10.16

Lecturas: BENEDICTO XVI, "Últimas conversaciones con Peter Seewald"

No es el primer libro de entrevistas realizadas por el periodista Peter Seewald al papa Benedicto XVI. Ya antes habían salido “La sal de la tierra”, “Dios y el mundo” y “Luz del mundo”.  El título habla de “últimas conversaciones”. Lo de “últimas” no deja de llamarme la atención. En cierto modo, son las “últimas” conversaciones, porque son las más recientes, pero no necesariamente son las finales y definitivas. Nada impide al papa conceder alguna otra entrevista. Todavía no está muerto, sino vivo y muy lúcido.

El libro, editado por Mensajero, tiene 309 páginas. Y todas ellas merecen la pena ser leídas. La obra está estructurada en tres partes: “Las campanas de Roma”, “Historia de un servicio” y “El Papa que escribió sobre Jesús”.

La primera parte aborda lo que, sin duda, pasará a la historia de la Iglesia: La renuncia de un papa en la época reciente. Creo que es una sección del libro que clarifica muchas cosas pero que, a la vez, plantea ciertos interrogantes. Clarifica que lo que ha sido se corresponde con lo que, en su día, Benedicto XVI dijo que era. Una renuncia voluntaria, sin presiones de ningún tipo, sino una decisión tomada con la plena conciencia de que un papa no solo ha de “ser” o “estar”, sino que también ha de “actuar”. Y para actuar se necesita tener energía física y moral.

Pero este acontecimiento – la renuncia - , muy poco frecuente, genera preguntas: ¿Qué relación se establece entre identidad – lo que uno es – y función – lo que uno hace –? No está muy lejos lo que somos de lo que hacemos. Nuestras acciones nos definen. Es verdad que el papado es un oficio que se desempeña, pero el oficio marca el ser; en cierto modo, para siempre.

El “pontificado” no es un sacramento. El papa es el obispo de Roma. Pero resulta evidente que ser obispo de Roma es algo singular, que no es comparable del todo con ser el obispo de otra sede. La razón es bastante clara: El obispo de Roma es el sucesor de Pedro y el pastor de la Iglesia universal. Eso no se puede decir de ningún otro obispo.

Creo que se abre un campo interesantísimo de investigación para los eclesiólogos y los canonistas: ¿Qué significa ser obispo “emérito” y, sobre todo, qué significa ser “papa emérito”? ¿Hasta qué punto la función desempeñada no marca para siempre la identidad de quien la ha desempeñado?

La segunda parte, “Historia de un siervo”, es un recorrido por la vida de J. Ratzinger-Benedicto XVI. Y este itinerario pone de relieve la continuidad y la coherencia de la biografía de Benedicto XVI. Se ha mantenido fiel a sí mismo: A su modo de ser, a su pasión por la teología, a su conciencia y a su sentido de la responsabilidad. Él dice que, en su obra teológica, no ha habido “saltos”, sí desarrollos. Lo mismo se puede decir de su vida.

La tercera parte, “El papa que escribió sobre Jesús”, explica por qué un papa en ejercicio consideró importante escribir tres volúmenes sobre Jesús: “si no conocemos a Jesús, la Iglesia está acabada”. Y añade: “el método histórico no nos prohíbe la fe” (p. 253).

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26.09.16

Un escrito antiguo, que aparece citado sobre el debate del matrimonio de personas del mismo sexo

Hoy me lo he encontrado, porque me han hecho llegar el enlace. La articulista dice cosas que yo he dicho, y añade otras que no he dicho. Pero así suele suceder en este mundo de los medios.

Reproduzco ahora mi artículo original y enlazo el texto de la articulista que opina en un periódico de México.

Mi artículo original:

¿Por qué la Iglesia se opone al “matrimonio” gay?

No sé si ustedes se han parado a pensarlo: ¿Por qué la Iglesia se opone al “matrimonio” gay?

A muchos les parece que el hacer posible que se casen dos hombres o dos mujeres es una medida de justicia. Si todos los ciudadanos tienen derecho a contraer matrimonio, ¿por qué no los homosexuales? Si las familias suelen organizarse en torno a dos personas que comparten su vida, ¿por qué esas dos personas han de ser siempre un hombre y una mujer? Si todo matrimonio puede procrear hijos o adoptarlos, ¿por qué privar a las parejas homosexuales de esa posibilidad?

Sin embargo, la Iglesia, remontándose a la razón humana, a la Sagrada Escritura y a toda la tradición, sigue insistiendo: el matrimonio es la unión conyugal de un hombre y de una mujer, orientada a la ayuda mutua y a la procreación y educación de los hijos.

En esta defensa a ultranza de la institución matrimonial, la Iglesia no “gana” nada. No obtiene ningún “beneficio”. No aumenta su poder, ni su influencia, ni tampoco incrementa la cantidad de donativos que pueda recibir. Al contrario, se expone al escarnio público por parte de algunos colectivos muy influyentes y al rechazo de sus posiciones por parte de sectores importantes de población. Si a pesar de este “coste”, la Iglesia sigue insistiendo en su mensaje, es que algo muy serio está en juego.

En efecto, el matrimonio no es una institución meramente “convencional”; no es el resultado de un acuerdo o pacto social. Tiene un origen más profundo. Se basa en la voluntad creadora de Dios. Dios une al hombre y a la mujer para que formen “una sola carne” y puedan transmitir la vida humana: “Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra”. Es decir, el matrimonio es una institución natural, cuyo autor es, en última instancia, el mismo Dios. Jesucristo, al elevarlo a la dignidad de sacramento, no modifica la esencia del matrimonio; no crea un matrimonio nuevo, sólo para los católicos, frente al matrimonio natural, que sería para todos. El matrimonio sigue siendo el mismo, pero para los bautizados es, además, sacramento.

Lo que está en juego, en este caso como en cualquier otro en el que la Iglesia alza la voz, es el respeto a la dignidad de la persona humana y a la verdad sobre el hombre. El sujeto de derechos es la persona, no una peculiar orientación sexual. El matrimonio no es cualquier cosa; no es cualquier tipo de asociación entre dos personas que se quieren, sino que es la íntima comunidad conyugal de vida y amor abierta a la transmisión de la vida; comunidad conyugal y fecunda que sólo puede establecerse entre hombre y mujer. Por otra parte, no se puede privar a los niños del derecho a tener padre y madre, del derecho a nacer del amor fecundo de un hombre y de una mujer, del derecho a una referencia masculina y femenina en sus años de crecimiento.

¿Por qué la Iglesia se opone al “matrimonio” gay? La única razón que encuentro es porque le “duele” el hombre. Le preocupa lo que vaya a ser de él. En definitiva, no se lava las manos ante la suerte de lo humano. Aunque esta defensa sea incomprendida y acarree críticas. En el futuro, se le dará la razón. ¡No lo duden!

Guillermo Juan Morado.

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21.09.16

Sobre la necesaria coherencia del voto “pro-vida”

La defensa de la vida humana, desde sus inicios hasta la muerte natural, es, así lo creo, una causa justa. Se ha avanzado mucho en la protección de los animales. No nos parece bien, en general, que, sin motivo, se haga padecer dolor a los animales.

Si esta sensibilidad se extiende a los humanos, deberíamos ser aún más exigentes. Un ser humano es alguien similar a mí. Y si yo no quiero que me traten mal, por coherencia, no desearé que se trate mal a otro ser humano, semejante a mí.

Una muestra de discriminación y de maltrato hacia los seres humanos es el aborto. Un feto humano es un ser humano, en sus primeros pasos. No es una planta ni un animal. Es un ser humano en sus iniciales etapas de desarrollo. Será muy pequeño, le faltará mucho para llegar a adulto y será muy dependiente. Pero pequeños, dependientes y necesitados de crecimiento son todos los bebés, ya nacidos, y, en general, todos los niños. Y todos los hombres y mujeres.

El aborto, la aceptación social del aborto, es un error del que, con el tiempo, todo el mundo será consciente. A mí me parece que es algo comparable a la aceptación social de la esclavitud, en su momento. Hoy, a nadie en su sano juicio, le parecerá razonable aceptar que unos han nacido para amos y otros para esclavos. Es una distinción contraria al sentido común.

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3.09.16

Santa Teresa de Calcuta

Una vez pude saludar personalmente a la madre Teresa de Calcuta. Me regaló una medallita, después de trazar sobre ese objeto piadoso una especie de bendición.

Cualquier creyente, y más si ha vivido entre la miseria, tiene dificultades para creer. La fe no es obvia. La fe es un don de Dios; pero un don que, humanamente, resulta costoso.

Muchas realidades cuestionan la fe. No en último lugar el constatar la inanidad de lo humano. ¿Merece la pena que un Dios, que lo es todo, fije en nosotros su mirada? ¿Por qué no pensar en un Dios feliz en sí mismo que se desentiende del mundo, y de esos peculiares habitantes del mundo que somos los hombres?

Escandaliza más un Dios creador, providente y redentor que la misma idea de Dios. Dios, puede ser. Pero Dios y nosotros; Dios encarnado -Belén, Nazaret y el Calvario-, es mucho Dios o ningún Dios. La razón sola, en su autosuficiencia, puede admitir el deísmo o la nada.

Podemos caer en la ligereza de dar la fe por descontada. Lo paradójico de la fe consiste en ser gracia. Es imposible creer sin la ayuda de Dios, sin su auxilio interior, sin que Él mueva nuestro corazón, abra los ojos de nuestro espíritu y nos conceda el gozo de aceptar la verdad.

El Catecismo dice que la fe, «luminosa por aquel en quien cree, […] es vivida con frecuencia en la oscuridad […] El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura» (n. 164).

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