La Santa Misa y el coronavirus

Estamos viendo que en las iglesias de Europa los obispos dan instrucciones acerca de la celebración de la Santa Misa, con la finalidad de contribuir al descenso de las infecciones por el coronavirus. Es un escenario inédito. No se recuerda que, en tiempos de paz, se restrinja de este modo la posibilidad de celebrar la Eucaristía con los fieles. Máxime en un tiempo tan sagrado como la Cuaresma y la Semana Santa.

Es muy comprensible que esta medida nos sorprenda. Asimismo, se entiende que muchas personas se sientan dolidas, pesarosas. La Santa Misa es fundamental para los católicos. No podemos privarnos de ella – no deberíamos, al menos – sin tristeza y sin dolor. Este forzoso “ayuno eucarístico” debería servirnos para anhelar con mayor intensidad que llegue el día en que podamos compartir, sin restricciones, el Pan que nos da la Vida.

Pienso ahora en la facilidad con la que tantos católicos descuidan (descuidamos) su (nuestra) participación en la Santa Misa. Está, de modo habitual, tan al alcance de la mano que damos casi por descontado que así ha de ser, olvidando que es un don que viene de lo Alto. “Tomad y comed”, “tomad y bebed”. No tenemos ningún derecho a esta ofrenda de Cristo, el Pan de Vida que se hace alimento y comida.

Dios es así. Nos desborda siempre. La Creación, la Encarnación, la Eucaristía… Todo es una prueba de la misericordia, del amor compasivo, de la bondad de nuestro Dios. Lo más triste, por nuestra parte, sería dejar de admirarnos, “acostumbrarnos” en el mal sentido de la palabra, dar casi por hecho que Dios ha de comportarse con esa magnanimidad. La admiración, en el vocabulario teológico, equivale a la adoración, a la maravilla de una criatura ante su Creador, al reconocimiento de la divinidad de Dios.

Pero, por otra parte, sorprende leer algunos comentarios en diversos portales de la red. Hay quien confunde “fe” con “irracionalidad” o “adoración” con “irresponsabilidad”. Y esa confusión es grave, además de ser teológicamente infundada. No creo que se pueda pensar la relación entre Dios y el hombre con mayor hondura de lo que lo ha hecho el cristianismo, la religión del Verbo encarnado. El concilio de Calcedonia es una referencia más actual que nunca: lo humano y lo divino se enlazan “sin confusión ni separación”.

La fe no es la razón. Pero no hay fe sin razón. Jesucristo no es solo un hombre, pero es también hombre. La Iglesia es divina, pero a la vez es humana. Sin la razón, la fe no sería creíble de modo responsable. Sin la razón, los creyentes apareceríamos ante (todo) el mundo como un conjunto de fanáticos. Sin la razón, la fe estaría separada de la vida.

La fe presta grandes servicios a la razón. Le ayuda a no auto-clausurarse, le permite abrirse al todo, hasta al futuro, y le facilita la tarea del recuerdo, de la memoria. Necesitamos esta apertura y esta memoria. Sin Dios, todo es muy prosaico; sin la memoria de la salvación, todo se convierte en un eterno retorno de lo mismo.

Pero volvamos al coronavirus, un simple virus convertido en protagonista del mundo – ergo, somos mucho más vulnerables de lo que nos dice nuestra soberbia - . Confiar todo a Dios, todo a la fe, como si Dios no nos hubiese creado a su imagen y semejanza, libres e inteligentes, sería incurrir en el “sobrenaturalismo” (aunque claro que hay que confiar todo a Dios). Y es un error. Como lo ha sido por ejemplo, en la historia de la cristología, el monofisismo (el pensar que Cristo tiene una sola naturaleza, la divina).

Cristo es una sola Persona, pero en esta sola Persona se unen – hipostáticamente – la naturaleza divina y su naturaleza humana. Debemos luchar contra el coronavirus con todas las armas de la razón y de la ciencia – con todas las disponibles hoy, que no son las mismas que en el siglo XIV – y debemos confiar en Dios, Señor de todas las cosas, con una fe tan intensa como quizá habrán tenido los católicos del siglo XIV. O de cualquier otro siglo.

La fe no es un permiso para abdicar de la razón. Como la Encarnación no anula al hombre, sino que le confiere su máxima dignidad. ¿Los medios sobrenaturales? La oración, los sacramentos… Los necesitamos como el respirar. ¿Los medios humanos? Los controles sanitarios, las cuarentenas… También. Hay mucho aspirante a ser san Damián sin Molokai. O a que otros - nunca uno mismo - sean san Damián en Molokai.

La Santa Misa se sigue celebrando. Con más gente o con menos gente. Se sigue celebrando aunque el sacerdote esté solo ante el altar de la iglesia de su parroquia. Y Dios sigue viniendo al mundo para santificarlo y salvarlo.

No perdamos la fe ni la humanidad. No nos dejemos llevar por el secularismo ni por el fanatismo falsamente religioso. Jesucristo es perfecto Dios y perfecto hombre. Es el Salvador, el Emmanuel, Dios con nosotros. Y los obispos, que en estas normas que dictan no son infalibles, pero sí tienen la autoridad derivada de Cristo, no creo que nos pidan nada que no sea, a la vez, de razón y de fe. En cualquier caso, la humildad nos debe conducir a obedecerles. No nos han pedido cometer ningún pecado mortal. Que yo sepa.

 

Guillermo Juan Morado.

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