Una antiquísima costumbre: La aplicación de la Santa Misa por una determinada intención

No se sabe bien por qué las costumbres, y las creencias, de los fieles están sometidas, en ocasiones, a la variación de las opiniones dominantes.

Ha entrado en crisis la antiquísima costumbre saludable “para cada alma y para toda la Iglesia” – las palabras son del decreto “Mos Iugiter”, de la Congregación para el Clero (1991) - de la aplicación de la Santa Misa por una determinada intención.

Costumbre que, lejos de reprobar, el Código de Derecho Canónico mantiene al afirmar, en el canon 945, párrafo 1: “Según el uso aprobado por la Iglesia, todo sacerdote que celebra o concelebra la Misa puede recibir estipendio para que la aplique por una determinada intención”.

Desde los primeros siglos, los fieles han presentado ofrendas durante la Misa. A partir del sigo VIII, y ya decididamente a finales del siglo XII, se extiende la costumbre de que los fieles contribuyan con una donación, en especie o en dinero, para que el sacerdote se obligue a ofrecer la Misa a intención del donante.

No han faltado los abusos. Pero, aun así, en el canon de la Misa, la Iglesia pide al Señor, en las intercesiones, que se acuerde “de los oferentes y de los aquí reunidos, de todo tu pueblo santo y de aquellos que te buscan con sincero corazón”.

Frente a todos los puritanos, la Iglesia defendió con vigor la legitimidad de los estipendios. Dar una limosna para que se aplique la Misa por una intención es un signo de la oblación personal del fiel, que añade “una como especie de sacrificio de sí mismo al sacrificio eucarístico para participar más activamente de éste” (Motu proprio “Firma in traditione”, 1974).

Además, esa oblación manifiesta la comunicación cristiana de bienes. Con el estipendio, los fieles contribuyen a facilitar la celebración de la Eucaristía, ayudando a sustentar a los ministros y las actividades de la Iglesia. Se expresa, igualmente, la fe en la mediación eclesial.

Elementos suficientes como para pensarlo.

Guillermo Juan Morado.

Por ahí he encontrado un texto mío sobre este tema. Lo adjunto, por si le vale a alguien:

Entre los testimonios de la revelación, ocupa un lugar destacado – tan importante como el de la Escritura – la Tradición de la Iglesia. La Tradición es una realidad viva y múltiple; comprende todo lo que la Iglesia es y todo lo que cree. La liturgia es un aspecto importante de la Tradición y constituye un “lugar teológico”, una instancia testimonial de la revelación; así como el magisterio de la Iglesia, las vidas de los santos, la reflexión de los teólogos, etc. 

Cuando uno se pregunta si es lícito aplicar la Misa por una determinada intención, la respuesta viene dada por la praxis de la Iglesia: es un hecho; y un hecho no solamente consentido, sino justificado e incluso alentado por los pastores y por los teólogos. No hace falta más que abrir un misal para constatar que, junto a los formularios de la Misa propios de los diversos tiempos litúrgicos – Adviento, Navidad, Cuaresma … - , se encuentran formularios del “propio de los santos”, “misas comunes” (de la dedicación de la iglesia, de Santa María Virgen…), “misas y oraciones por diversas necesidades” (por la Iglesia, por el Papa, por la paz y la justicia…), misas “votivas”, “misas de difuntos”, “misas rituales” (en el Bautismo o en el Matrimonio), etc. Es decir, una inmensa riqueza de textos que reflejan la irradiación del Misterio Pascual de Cristo en las múltiples situaciones de la vida humana. 

Es asimismo un hecho, fácilmente constatable, que en las misas se pide por intenciones particulares; y no me refiero solamente a las intercesiones del canon o plegaria eucarística, sino a peticiones aun más concretas; incluso mencionando el nombre, o los nombres, de aquellos por quienes se ora. En la oración colecta de una Misa de matrimonio se dice: “derrama tu gracia sobre estos hijos tuyos, que se unen en tu presencia”. Se refiere a los que en esa celebración van a contraer matrimonio; a ellos en particular y no a todos los novios del mundo. O vayamos a una Misa de difuntos: “Confortados por los sacramentos que dan la vida te pedimos, Señor, por nuestro hermano N.”. Y esa “N” está ahí en lugar del nombre concreto del fallecido. 

Claro, a estas alturas, puede surgir una duda: ¿Hay una sola Misa o hay infinidad de misas distintas, cada una de ellas apropiada para una situación? La verdad es que solo hay una Misa, que es memorial de la Pascua de Cristo; es decir, cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía se hace presente la Pascua de Cristo y, así, permanece siempre actual el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz. 

Pero la Eucaristía, siendo el sacrificio de Cristo, es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia está unida a Cristo, como el Cuerpo a su Cabeza. La Iglesia se une a la intercesión de Cristo ante el Padre por todos los hombres. El “Catecismo” dice que “la vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda” (1368). 

La Iglesia - por Cristo, con Él y en Él - , se ofrece al Padre e intercede por todos los hombres. Pero “por todos” no quiere decir por una masa anónima. “Por todos” es por cada uno, con su nombre y apellidos. Y hasta con su función específica: el Papa, el obispo del lugar, los ministros. También por los miembros de la Iglesia que caminan por este mundo y, por supuesto, por los fieles difuntos. 

Pero, además de estas intercesiones, ¿puede pedir un fiel cristiano a un sacerdote que aplique la celebración de la Misa por algún fin determinado?. Sí, puede hacerlo. Es decir, puede lograr, por ministerio del sacerdote, que “su” petición no sea ya solo “su” petición, sino que forme parte de la intercesión de la Iglesia unida a la intercesión de Cristo. Y no vale dar carpetazo al asunto invocando el valor infinito de la Misa. Es evidente que, siendo la Eucaristía el sacrificio de la cruz que se actualiza, tiene valor infinito. 

En este sentido, en cuanto depende de su oferente principal y de su víctima principal; es decir, de Cristo, la Eucaristía es “eficaz” ex opere operato, en razón de la obra misma que se realiza. No se puede dudar de que la Eucaristía da gloria a Dios, le da gracias, satisface por nuestros pecados e intercede por nosotros ante Dios. Pero nuestra participación en la Misa, nuestra unión al sacrificio de Cristo que se actualiza, es siempre limitada. Siempre puede ir a más. Por esta razón se repite la celebración de la Misa, para que nos apropiemos cada vez más de sus frutos, de la redención. De este modo, el Padre sigue amándonos y salvándonos. 

Nuestra participación en la Misa es diversa, como diversa es nuestra oración, como diversas son las condiciones y situaciones de nuestra vida. Todas ellas, también “esa” preocupación mía, pueden ser unidas al sacramento de la Redención. Cuando más se abra el fiel cristiano a la obra salvadora de Dios, más se dejará salvar. Cuanto más y mejor ejercite su sacerdocio bautismal ofreciendo activamente su propia vida y sus propias intenciones mayor será el fruto, para él, de la Santa Misa. 

En la constante tradición de la Iglesia está el hecho de que los fieles “movidos por su sentido religioso y eclesial, quieran unir, para una más activa participación en la celebración eucarística, un personal concurso” (Pablo VI, Motu proprio “Firma in traditione”). Y ese “personal concurso” puede ser pedir que se celebre la Misa por una intención determinada, ofreciendo incluso un don para ello. Esos fieles serán, sin duda, los principales beneficiarios de esa petición. 


Guillermo Juan Morado.

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