15.01.16

La obligación de matar. Por ley, oiga.

“Los experimentos, con gaseosa” era una frase muy socorrida -por prudente-, pues ponía en guardia contra el feo vicio -la tentación- de abrir la caja de Pandora, con las consecuenicas que trae; con el sobreañadido de lo difícil que es luego cerrarla, sellarla, para después limpiar y recomponer todo lo que ha arrasado.

La ingeniería social; las nuevas “morales"; la “ética de conveniencia"; la “nueva pastoral, misericordiosa a tope"; la banalidad de lo sexual; la decostrucción de la persona; la corrupción como sistema político de casta, instaurado, patentado y blindado; la corrupción de menores por “ley"; la educación en los antivalores antipersona; etc., etc., tienen estas cosas: se convierten en una caja de Pandora aterradora e infernal por inhumana. Y luego es muy difícil dar marcha atrás. Lo vemos en la sociedad civil manejada por los poderes públicos, y lo vemos en la Iglesia, a la que se pretende manejar con los mismos “criterios” imperantes en la sociedad civil.

Vamos a explicarlo un poquito más, con algún ejemplo de actualidad.

El último horror -por ahora- lo tenemos en Bélgica, un país masónico: no hay que olvidarlo. Y un país donde la masonería europea -que es, prácticamente, como decir la masonería mundial, la que corta el bacalao-, tiene su campo de tiro, de entrenamiento y de pruebas, no contenta con el aborto -se les ha quedado pequeño el tema de millones de muertos-, ha implantado la eutanasia a gogó: para niños, para infantes, para jóvenes, para mayores, para ancianos…, para todo bicho (humano) viviente: menos para los pichones de torcaces ciudadanas, que abundan y cagan como lo que son; pero como solo son animalitos, están a salvo  de los masones belgas. Y promulgan las leyes correspondientes: que no se cortan un pelo, oigan.

Pero claro, como alguien tiene que aplicar la eutanasia, y como se temen que todavía quedan belgas -pocos, pero quedan- que no están de acuerdo, sacan una ley para OBLIGAR A EUTANASIAR. Y así cerramos y amarramos el círculo de la perversión moral.

Se ha pasado de presentar el aborto como “una respuesta al sufrimiento de tantas mujeres”, y como “el modo de acabar con los abortos clandestinos", tan peligrosos para la mamá, a tratarlo y elevarlo a la categoría de DERECHO: “nosotras parimos, nosotras decidimos", y derecho a la “salud reproductiva y sexual de la mujer". Y lo mismo ha pasado con la eutanasia: del “pobrecitos, cómo sufren", y hay que “ayudarles", al DERECHO a una “muerte digna". Y lo mismo en otros temas.

En estos contextos de positivismo jurídico, de voluntarismo legislativo, de crueldad e inhumanidad institucionalizada, ¿que significa DERECHO? Pues ya no es “lo que se me debe en justicia", reclamar “lo que me corresponde como persona” y, por tanto, como “sujeto de derechos que son anteriores al Estado” y que éste debe custodiar y ayudarme en mi favor. Para nada.

“Derecho” es ahora lo que el Estado me concede porque sí, como concesión graciosa y desde arriba, de tal manera que puedo ejercerlo sin ser perseguido por las leyes que lo prohibían hasta ahora. Así es como se pasa del supuesto “derecho” -más falso que Judas, porque ninguna instancia ética lo justifica- a la OBLIGACIÓN DE HACER EL MAL: MATAR, en estos casos. Y si no te sometes a la “ley” -injusta y que genera injusticias irreprables: de la muerte no hay retorno-, y no matas, tú te haces antisistema, tú te haces sospechoso, se te va a perseguir a tí… porque tú eres el “criminal” al no dar “acogida” y “solución” al “derecho” del otro.

En la Iglesia va a pasar -está pasando- lo mismo. Del supuesto, gratuito y sobrevalorado “sufrimiento” de tantos -"por culpa de las leyes, inhumanas, excesivamente exigentes de la misma Iglesia: “dura es esta ley, ¿quién puede cumplirla?"- se va a pasar al DERECHO a comulgar en pecado mortal, a mantener una segunda unión marital fuera de texto y contexto, se van a admitir las relaciones homosexs, lesbis, bi, tri, cuatri…, se van a reivindicar, reponer y acoger misericordiosamente a los “curas” casados -que, por cierto, ya no son curas-, y tantos desmanes que no tienen más fundamento, aparte el sentimentalismo patológico de algunos, que el “esto lo arreglo yo de un plumazo y ahora mismo".

Es un desastre. Pero está al caer, si Dios no lo remedia, y si nosotros no nos ponemos a rezar como locos: porque nos va la vida en ello: la nuestra y la de los demás, incluida la vida de la misma Iglesia.

12.01.16

"Cuando veas las barbas del vecino pelar..."

“Cuando veas las barbas del vecino pelar, pon las tuyas a remojar”. Así se despacha -con sabiduría “pata negra"- el dicho popular, como aviso para navegantes. Y lo traigo a colación a propósito del sínodo que van a celebrar las comuniones anglicanas, que vienen a ser algo así como los reinos de taifas de una supuesta “iglesia", que tiene de iglesia lo que yo de astronauta: la fantasía.

Sí; el primado de entre ellos -primado honorífico: vamos, “de pacotilla"- convoca el sínodo, dada la deriva que se está produciendo entre ellos -con amenaza de cisma incluida-, por su bajonazo con el tema de los gays, los obispos con pareja homosexs, las sacerdotas y las obispas, también con parejita lesbi. Amén de otras “pequeñeces” que ponen la guinda al pasteleo de estas gentes, que ya no saben ni de dónde han salido, que es un hecho histórico, ni muchos menos, a dónde van porque se han quedado sin referentes. El supuesto recurso a la Escritura que dicen mantener es un auténtico trampantojo, cuando no una burla quasi blasfema.

Pues esto, el desastre en el que se han metido y que les va a llevar a desaparecer a medio plazo, y que se ve tan a las claras desde fuera de esta gente, es lo que algunos quieren meter en la Iglesia Católica, como la “gran renovación", como la “·nueva iglesia” a la que llegar, como el “hallazgo” del milenio que hemos empezado. O sea, no solo pegarse un tiro en el pie, sino pegárselo en la sién: suicidarse.

No me lo invento. En el último Sínodo sobre “la vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo", que terminó hace unos meses, uno de los que hablaron fue un sacerdote católico, antes anglicano, que advirtió muy seriamente que las propuestas que se estaban poniendo sobre la mesa llevaban años de aplicación en las iglesias anglicanas, con el resultado que es patente, porque se está viendo.

De ahí esos movimientos, que están en marcha, para “aplicar la misericordia a los sacerdotes casados", y que puedan seguir casados y que se les restituya en el sacerdocio católico; para admitir la homosexualidad activa como algo estable y moralmente aceptable, para quitar el celibato a los sacerdotes, por la “trampilla” de que sea “opcional": como si la Iglesia no tuviese derecho a establecer ninguna ley, y menos para los que quieran ser sacerdotes;  para no quedarnos “presos de leyes, mandatos y cánones”, y así admitir a la Sagrada Comunión a los católicos divorciados y vueltos a recasar por lo civil…, y otras antiguallas -todas las heregías son antiguas, viejas, casposas, atrasadas…; y que son eso: herejíias- con ínfulas de “modernidad” y de “misericordia”.

Nada más falso. Sin ley y sin leyes no hay sociedad que se precie y que pueda subsistir; porque sin autoridad no hay ni siquiera sociedad: y eso ya desde la misma familia, que es la célula básica y primoridial de la sociedad y de la Iglesia.

Quitar las leyes, los cánones y los mandatos no es hacer ningún favor a nadie: es instalar el caos, la mentira, la ley del más fuerte, el libertinaje, las pasiones y el pecado como “normas”. Y aquí aparece la contradicción y la perplejidad; porque, ¿no se querían quitar? ¿En qué quedamos entonces? Hasta para que el mal se instale hace falta “instalarlo” con directrices, normas y leyes.

Aparte que, a la gente, supuestamente católica, que le molesta que haya Jerarquía, y que haya leyes eclesiásticas…, acaban por desazonarles, por producirles escozores y sarpullidos y acaban por rechazar hasta las mismas leyes divinas, empezando por los Mandamientos.

30.12.15

Dejar que la Iglesia sea la Iglesia.

Hay que dejar que Dios sea Dios". Así clamaba, a caballo entre los siglos XIII y XIV, el Maestro Erckhart -dominico, filósofo, teólogo y místico alemán-, desde su cátedra de Teología en París -la Universidad más prestigiosa de su época-, que ocupó durante varios periodos. Era el consejo de un verdadero sabio, humana y espiritualmente hablando.

“Tenemos que dejar” que Dios sea Dios, y que su Iglesia sea su Iglesia, si queremos reconducir esta situación por la que está atravesando desde hace ya más de 50 años. Y que la pone en un dilema de extrema gravedad: o “ser” o “no ser".

Con san Juan Pablo II podríamos gritarle -como lo hizo él a toda Europa-: ¡Iglesia, “sé tu misma", “recupera tus raíces", “vuelve a ser tú misma"!

Que se ha perdido el norte, que es Cristo -su Palabra y su Vida- es algo tan evidente que no necesitaría ni comentario. Pero, para pisar sobre seguro, señalaremos algunos apuntes.

La descristianización del Occidente -del primer mundo- es ya casi, casi, un lugar común; pero no por eso deja de ser menos cierto.

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24.12.15

Fracaso matrimonial = derecho a comulgar. II

En el horizonte de la “nueva pastoral” llevada a cabo por los “nuevos profetas” de la “nueva iglesia", el “fracaso matrimonial” -auténtico “caballo de Troya” para los “nuevos católicos venidos de más allá de las periferias", venidos del frío del “plan B” como vulgares espías, tras el divorcio del primer y único matrimonio-, se convierte en una “nueva categoría moral” -nunca vista por cierto hasta ahora en más de 2015 años de historia de la Iglesia- que, sobrepasando con mucho la norma que nace del mismo Cristo de la necesidad de la Confesión para acceder a la Comunión, “da", por sí misma, el “derecho a comulgar".

¿A cuenta de qué? Pues, ¿la verdad?: a cuenta de nada que no sea la mera voluntad del legislador que lo asuma.

Tendríamos, así, metida en la misma Iglesia de Jesucristo, una de las máximas que más destrozo moral, a nivel personal y a nivel social, ha causado en las sociedades “modernas": el “voluntarismo” del legislador o de los legisladores como principio inapelable de las legislaciones de los países del primer mundo: EL POSITIVISMO JURÍDICO.

¿Qué supone? ¿Qué ha supuesto el “positivismo jurídico"? Pues que las leyes dejan de tener referentes objetivos anteriores a ellas mismas -la VERDAD, el BIEN, la PROPIEDAD PRIVADA, la VIDA- y, por lo mismo, esos referentes establecen unas “líneas rojas” que las leyes no pueden sobrepasar si no quieren convertirse en “leyes inicuas” que sólo generan INJUSTICIA.

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21.12.15

Fracaso matrimonial = derecho a comulgar.

El «fracaso matrimonial» se ha convertido en «derecho a comulgar». Bueno, aún no se ha convertido; pero, por parte de algunos -Cardenal Martínez Sistach, padre Costadoat, etc.,- se está en ello, se «trabaja» para ello, y se quiere así. Incluso no dudan en afirmar, públicamente, que el Papa le va a dar el visto bueno: el «via», que dicen en italiano.

¿Cómo se convierte doctrinal, moral, teológica y eclesialmente un «fracaso matrimonial» en un «derecho a comulgar»? Vamos a intentar una «aproximación» al tema, que debe estar más o menos al caer, o no.

En primer lugar, se engloba en el término «fracaso matrimonial» toda ruptura matrimonial entre católicos; incluyendo también ahí -faltaría más-, a los católicos que, divorciados del verdadero matrimonio, se han reajuntado por sus pistolas con una segunda «pareja». «Pareja» que será estable o no -qui lo sá?-, pero que ahí está; y que, hasta no hace mucho tiempo, ni en las leyes eclesiales, ni en la doctrina, ni en la praxis pastoral se le antojaba a nadie que podían ser admitidos a la comunión si no cambiaban de vida.

Por tanto, se engloban ahí las segundas situaciones -los «divorciados reajuntados»-; porque con las primeras -la simple ruptura matrimonial- nadie tiene impedido, solo por ese hecho, el acercarse a comulgar. Que se rompa un matrimonio no impide a los conyuges ir a comulgar porque no están en una situación irregular: confiesan las culpas que personalmente puedan tener, en cualquier orden que sea, y a comulgar con toda conciencia de lo que hacen, y hacen bien.

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