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14.07.16

"...si un hijo le pide pan, ¿le dará una piedra"?

¿Qué padre hay entre vosotros, que si un hijo le pide pan, le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? (…) Así pues, todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella; pues esta es la Ley y los Profetas (Mt 7, 9-12).

Estas palabras de Jesús vienen a cuento del librito que sobre la Persona y la Misión de Jesucristo ha sacado la Conferencia Episcopal Española en fechas muy recientes. Con palabras del Secretario de la Doctrina de la Fe de dicha CEE, han tardado tres años, tres; y les ha salido un poco mazacótico y denso, nada facil de leer.

El sr obispo que está al frente de dicho departamento ha señalado la falta de formación de la gente respecto a Jesucristo; y desde esa base, ¿cómo va la gente -los jóvenes, en concreto, los cita- a convertir a Jesús en el centro de su vida? ¡Si no le conocen…! Y para subvenir a tal desconocimiento se han sacado este libro. Pues muy bien.

Como no podía ser menos -dado lo que ha caído, y lo que está cayendo- han tenido que hacer un repasillo a lo que se había publicado en los últimos 30 años en España sobre el tema. Escritos y libros, nada anónimos por cierto: sus autores están ahí, y algún pellizquito de monja -con perdón-se les había dado ya desde esa Oficina, dado lo que habían sembrado toda esta patulea. Por supuesto: los autores, nada anónimos, no han hecho ni caso; ni antes ni ahora.

Al contrario, en cuanto salío el Documento de la CEE se han lanzado -desde las terminales mediáticas, y desde los autores afines -léase, por ejemplo, RD, Vida Nueva, etc.- a la yugular de las cabezas visibles de la CEE para cortárselas: ¡qué es eso de señalar! ¡para cuándo una pastoral misericordiosa…! La cantinelas que se llevan a día de hoy…, nada nuevas por cierto.

Y eso que han sido pellizquitos de monja, con perdón: una única alusión con nombres y apellidos en una nota a pié de página, y alguna alusión velada a algún otro gran prohombre de la Cristología en España. Todo misericordia y misericordioso: nada de enfadar a nadie, y menos señalar, que es de mala educación.

Constatar simplemente la ignorancia supina que han traído esas publicaciones y esos autores es de una liviandad y, si se me permite la expresión, de una frivolidad -porque obvia la podredumbre sembrada, la corrupción buscada de la Doctrina, y la construcción de muros para que la gente no se encuentre con Jesucristo- indignas de cargos relevantes del episcopado y de sus arganismos de gobierno. Todo lo cual deja en muy mal lugar a los responsables; peor incluso que a los mismos autores de esos panfletos infames.

Y ahora llego al título del artículo: “Si un hijo le pide pan, ¿le dará (su padre) una piedra?". Habría que ser un padre desalmado; un monstruo. ¿Los hay? Sí, claro.

Todos estos “pastores” que teniendo la obligación ante Dios, ante su Iglesia, ante sus fieles y ante el mundo entero de ser buenos pastores, de defender su grey, de llevarla a buenas praderas, de recogerlas por las noches o en las tormentas, y no lo hacen… Ustedes mismos.

Supongo que no será así; pero desde fuera da la impresión -de 40 ó 50 años hacia atrás- que en los pastores de la Iglesia -especialmente el episcopado y en el mundo occidental; pero hablo en general: ha habido muy buenas excepciones, y las hay- de que les ha importado un pimiento si sus hijos se comín un pan, o una piedra; si les daban pez o serpiente, trigo o cizaña, agua y vino o veneno, verdad o mentira, doctrina o herejía…

Una madre y un padre como deberían ser, cuando van a comprar fruta para sus hijos, ¿les da lo miso que esté sana o podrida? ¿Y cuando compran carne? A una madre y a un padre normales, ¿les da lo mismo que sus hijos juegos a casitas, o con pistolas de verdad y además cargadas? Cuando son pequeños, ¿les dejan ir solos a la calle? ¿Qué dirían estos jerarcas de esta gente? ¿Nada, porque quién soy yo para juzgar?

Da la impresión de que es lo que ha pasado en la Iglesia durante todos estos años: les hemos importado… NADA.

¿Esto es normal? ¿Esto puede ser lo normal? ¿Cuándo va a dejar de serlo? Porque esta sí es tarea que les compete única y exclusivamente los obispos, al Dicasterio correspondiente, y a quien firma los nombramientos.

Los de a pié podemos rezar, y vamos a hacerlo.

8.07.16

La Iglesia es Santa.

Esta es la Verdad revelada y entregada a los hombres por Jesucristo: la Iglesia Católica es SANTA. Como es también Una, y Apostólica, y Romana.

La Iglesia es Santa. Y no puede ser de otra manera, porque así ha salido de las manos de Cristo, su Fundador. Y Dios es Santo, tres veces Santo. Así lo rezamos en la Santa Misa cada día: “Santo, Santo, Santo es el Señor…". Jesús no iba a hacer y a entregarnos una chapucilla. Es que “no puede” hacerlo, porque ni quiere ni sabe. 

Además la Iglesia “es” Jesús, y forman los dos una unidad perfecta: Él la Cabeza, y la Iglesia el Cuerpo. ´Él el Esposo, y la Iglesia su Esposa. Y así como el Cuerpo sin la Cabeza está muerto -no es, es un cadáver-, y así como no hay Esposa -no es, no puede ser Esposa- sin Esposo, no hay Iglesia Católica -la Única y Verdadera Iglesia-, no la puede haber sin Cristo.

Por su parte, Jesucristo, en el actual estado de la Economía de la Gracia, “quiere ser” en su Iglesia para estar junto a nosotros de continuo, según su Gran Promesa: Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo (Mt 28, 20). 

Además, la Iglesia Católica es Santa, porque Cristo le ha dado todos los caudales de Gracia que han salido de su Costado abierto: los Sacramentos; porque le ha dado todos los caudales de Doctrina que han salido de su boca, y que iluminan todas las situaciones del hacer humano; y, finalmente. porque le ha dado todos los caudales de Vida -su propia Vida, la de Cristo-, caudales que nos vivifican y nos santifican.

De aquí, todo el rastro de santidad -en personas, en instituciones- que jalona el quehacer de la Iglesia Católica a lo largo de su Historia, desde Papas, obispos, religiosos, sacerdotes y fieles de todo género y condición: mujeres y hombres, casados y célibes, niños y adultos, pobres y ricos, efermos y sanos…: de toda raza y condición, en todo tiempo, en épocas de persecución -tal como la que nos toca vivir hoy- y en épocas de bonanza… Siempre. Jesús mismo lo había dejado muy clarito: por sus frutos los conoceréis (Mt 7, 20). Y esto, que vale para todos y en todas direcciones, ¿cómo no va a valer para su Iglesia?

¿Dónde puede estar -y está, de hecho- el problema? En sus hijos, en sus miembros: del Papa abajo, hasta el último adulto recién incorporado a Ella.

Cuando sus hijos -especialmente los que formamos la Jerarquía a todos los niveles, aquellos de los que todos esperan que sean no solo buenos hijos, sino los mejores hijos, pues tienen derecho a que lo seamos, necesitan que lo seamos-, cuando sus hijos, repito, nos desentendemos del mandato de Dios mismo: esta es la Voluntad de Dios, vuestra santificación (I Tes 4, 3); cuando sus hijos rechazamos el mandato de Cristo: Sed, pues, perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48); cuando rechazamos la enseñanza del Magisterio moviéndonos y llevándonos a la santidad; cuando cambiamos y tergiversamos las enseñanzas de Jesucristo por “criterios” -descriterios- humanos, convirtiéndolos en razonadas sin razones, como ya denunció Jesús -y san Pablo, y la Iglesia siempre: para esto acuñó el término “hereje"-; cuando despreciamos la lucha espiritual por identificarnos con el Señor, despreciando a la vez los medios que Él nos ha dejado para lograrlo: los Sacramentos, la oración; cuando rebajamos el compromiso de amor con Dios -que esto es la santidad-, calificando la vocación cristiana de “ideal", para dejarla en el mejor de los casos para personas “selectas” que no existen (cfr. Juan Pablo II, Novo millenio inneunte: “se equivocaría quien pensara que…"); cuando damos la espalda a la vida de los primeros cristianos, que seguramente no tendrían tantos líos pastorales como tenemos ahora, pero que con una clarividencia y una fidelidad al Señor no se cansaban de llamarse “santos” entre ellos; cuando no queremos mirar a los cristianos que a día de hoy dan su vida -en sentido literal: los matan- por seguir siendo fieles a Cristo y a su Iglesia…

Entonces, y solo entonces, tenemos un problema. Pero el problema somos nosotros, no la Iglesia. Es por nosotros, sus hijos, por nuestras acciones -nuestras barrabasadas, nuestros pecados, las estructuras de pecado que nos montamos-, por lo que la Iglesia pide perdón.

Ella no. No es obra suya. Es por lo que hemos hecho sus hijos a pesar y contra Ella. Ella es Santa -sine macula, sine ruga: “sin mancha ni arruga" dirá san Agustín-; es, como la Virgen, tota pulchra:  “hermosísima; preciosa; profundamente bella". Es nuestra Santa Madre la Iglesia.

Y lo mismo que nadie en su sano juicio consiente que se insulte a su madre -el que lo hace es una mala bestia- no podemos consentir que se insulte, que se veje a la Iglesia Católica. Es la lucha en la que estamos ahora, en este momento histórico. Pero venceremos: Si Deus nobiscum, quid contra nos?!

3.07.16

"Cazad las pequeñas raposas que destruyen la viña" (Cant 2, 15) Parte 2

El panorama es bastante desolador: el vacío material de las iglesias, la ausencia de sacerdotes sentados en el confesonario y la ausencia de fieles buscando confesar…, frente a las más que pobladas filas a la hora de la Comunión -auténticas aglomeraciones: ¡qué contraste tan terrible y tan a la vista para el que lo quiera ver y entender!-: por cierto, siempre en las misas, nunca fuera de ellas, el fracaso de los montajes pseudocatequéticos, la esterilidad de los cursillos prematrimoniales y de tantas y tantas “pastorales” para adolescentes, jóvenes, adultos, el contradios de unos colegios y de unas instituciones que se llaman religiosas y se presentan como católicas y “matan” el más mínimo sentido de lo católico y de lo religioso: matan la Fe. Todo esto -y más- es profundamente deprimente.

La “cuenta de resultados” -en el mundo occidental- es no solo negativa -y tiene nombres: descristianización, secularización, ateísmo práctico-, sino profundamente demoledora y deslegitimadora para quienes han ostentado el deshonroso papel de estar al frente: y estos también tienen nombres -incluso apellidos- y títulos: los de sus cargos jerárquicos o eclesiales.

Deben creerse que la auténtica Iglesia es la iglesia VACÍA -la iglesia CERO- por falta de pastores y fieles, porque ya no queden más que en las catacumbas; y se empleen entonces los templos en poner pantallas de TV, en acoger refugiados -que no vienen ni a tiros: perdón por la referencia-, y en poner un tenderete de alguna ONG: preferible si la regentan homosexs y demás afiliados; aparte los consabidos cursillos de reiki, meditación trascendental, yoga y bailes del vientre que siempre atraen a alguien, especialmente si son gratis. Todo profundamente “católico", “misericordioso” a más no poder y, por supuesto, con las “bendiciones” correspondientes de quien corresponda…, o sin ninguna: que tampoco hace ya falta, dado que se puede hacer todo y de todo sin que pase absolutamente nada.

¿Por dónde hay que empezar? Porque a todo esto se le puede dar la vuelta, si hay conciencia del problema y se ponen los medios adecuados.

Y, entonces, ¿por dónde empezar? Por donde han empezado siempre todas las reformas católicas: por el clero, por los religiosos. Desde la Jerarquía que se comprometa a ello, o desde las mismas instituciones religosas, o desde personas -santos ya en vida- que aglutinen en su entorno a las personas que quieran convertirse y tengan hambres también de santidad. Porque los auténticos reformadores -en la Iglesia- han sido siempre, y lo seguirán siendo, los santos.

Y, en este ámbito, ¿qué habría que hacer? Volver a tener en cuenta la verdad revelada: que el sacerdote es otro Cristo; y, en consecuencia, ha de buscar tener -y mantener, y acrecentar- una intimidad y una cercanía muy especiales con Él, hasta el punto de que el horizonte de su vida sea la identificación con Él, de cara a la salvación de todas las almas.

Es decir, “inocular” en los sacerdotes -y en los religiosos- la necesidad absoluta de una vida espiritual -la vida interior- tan “pegada” a Jesús que a los afanes interiores de identificación con Él corresponda una verdadera, real y efectiva identificación externa: que su vida exterior refleje su vida interior, porque su vida real alimente y sea el tema de su vida interior. Esto es lo que “notarán” todos los fieles, y se sentirán atraídos a vivir así: porque verán a Cristo reflejado en la vida real -diaria- de sus sacerdotes, o de los religiosos y religiosas que les ayudan en tantos aspectos de su vida. Cuando esto no lo ven, se van. Es lo que ha pasado y pasa.

No puede ser de otra manera. Si, como escribía Benedicto XVI, “uno se hace cristiano por un encuentro personal con Cristo", no podemos pretender que uno se haga sacerdote o religioso sin un encuentro personal con Cristo; y si admitimos esto, luego no podemos extrañarnos de los frutos que se cosechen: la iglesia cero.

Y hay que alimentar ese encuentro personal con Cristo. Para eso está enseñar a hacer oración; para eso está enseñar -especialmente en los periiodos de formación- la doctrina recta y verdadera, y no las problemáticas, y menos aún los errores y las herejías; para eso está el llevarles -acompañandoles- a ser almas de Eucaristía, de adoración, de auténtica piedad; llevarles también a la confesión frecuente -el sacerdote y el religioso que no es buen penitente nunca será buen confesor-, sin la cual el acceso a la Comunión se va desvirtuando, el Misterio se va oscureciendo, el acostumbramiento asola el edificio de la propia vida interior, y la necesidad de Jesús se hace innecesaria.

Especialmente el sacerdote -y lo mismo el sacerdote religioso- ha de tener siempre presente que tiene que ser santo, porque ha de ser padre y maestro de santos: porque Dios nos quiere santos, a todos sin excepción; como ha de ser experto en los entresijos de la vida interior, porque ha de ser maestro de vida espiritual en las almas que le son confiadas; como ha de ser docto en moral, en teología y en doctrina, porque ha de adecuarlas a cada persona que se le acerque con hambre de Dios.

Este horizonte es el primero. Y sin esto, todos los demás intentos serán palos de ciego. O lo que es peor: intentos directos de destrozar la Iglesia Católica. De hecho, ya hay voces que lo gritan así.

Y aplicándonos el cuento, vamos a rezar para que comience la remontada.

15.06.16

"Cazad las pequeñas raposas que destruyen la viña" (Cant 2, 15)

El dato es aterrador para cualquier católico que aún se defina y mantenga como tal, y sienta con la Iglesia: 341 casas de vida religiosa se han cerrado en año y medio en España  ¡Qué desolación!

La mayoría de rama famenina; pero eso es “normal” por dos motivos principales: el primero, porque hay también muchas más; el segundo, porque han tenido unos “pastores” que las han llevado al huerto. Por contra, los de la rama masculina se han ido al huerto ellos solos, a pulso: lo de los dominicos, por ejemplo, es icónico a más no poder. Pues “si en el árbol verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?” (Lc 23, 31).

¿Hay que asombrarse de estas cosas como si no supiésemos ni por qué han pasado, ni por dónde nos han venido? Esta catástrofe, ¿era previsible? ¿Estábamos tan ocupados con “los signos de los tiempos", y tan deslumbrados por ellos, que nos hemos quedado ciegos   -voluntariamente ciegos: los peores, los que ni han querido ni quieren ver- para los signos de lo nuestro?

¿Se derrumba un edificio así por las buenas, sin señal alguna de haber empezado a echarse a perder, a resquebrajarse o a ladearse? ¿Ha habido en la Iglesia Católica un terremoto que ademas de repentino e imprevisible-, ha roto todas las escalas, y nos hemos encontrado de la noche a la mañana con un erial, con la “abominación de la desolación (…), erigida en el Lugar Santo” (Mt 24, 15), como denuncia Jesús mismo -con sumo dolor de su Corazón- citando al profeta Daniel?

Hoy he leído la noticia de que el cardenal Braz de Aviz, el jefe supremo de los religiosos en toda la Iglesia Católica, “ha llamado a capítulo” a las hermanas de Loreto (USA) “por su ambigüedad": eufemismo vaticano para significar que, desde hace mucho, se han hechado al monte y no parecen que estén dispuestas a rectificar, antes al contrario. ¿Había que esperar años y años para hacerlo? ¿Había que dejar que se cocieran -o se pudrieran- en su propia salsa para hacer una cosa así? Aparte el mal que objetivamente han hecho a tantas buenas gentes. Porque el único fruto visible que han traido al cabo de los años ha sido convertirse en unas viejecitas: por la foto de presentación, sonrientes y simpáticas, tan incapaces de romper un plato como de aceptar la doctrina católica.

En el seno de la Iglesia, ¿no ha hecho esto -y cosas como estas, que las ha habido y las hay a montones- mucho más daño objetivo que todas las pederastias o los escándalos sexuales juntos? Pienso que sí. Creo que practicamente nadie pierde la conciencia porque un cura -o un religioso- se comporte como un salido, y más en un tema en el que las salidas están al orden del día; lo que corrompe las conciencias es la falta de confesión, es la ambigüedad doctrinal y pastoral, cuando no el enseñar como doctrina católica lo que es su tergiversación y su necesaria falsificación. 

La descristianización de países enteros, de larguísima tradición católica, no la han traído los escándalos sexuales de algunos de sus miembros, por muy dolorosos e infames que sean. La descristianización ha venido, en primerísimo lugar, por la falta de calidad espiritual de los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas. A partir de ahí, ¿qué frutos se pensaban encontrar en los demás?

El vaciamiento material de los seminarios y de las casas de religión ha venido como consecuencia del vaciamiento interior de las personas que estaban dentro -empezando por los rectores, formadores, o como se les quiera llamar-, que arruinaron no ya la formación de sus pupilos, que por supuesto; sino que los incapacitaron para encontrarse personalmente con Jesús, que es la esencia de la vocación y de la vida cristiana, como nos ha escrito el papa Benedicto XVI. Personal, por cierto, que ponen a dedo los obispos o los superiores.

Las iglesias -las parroquias- se han vaciado porque en ellas se dejó de hablar de Dios: se dejó de acercar a la gente a Dios, se empezó a tergiversar el Evangelio, a corromper la Liturgia, a sustituir y falsear la doctrina, a abandonar las prácticas de piedad -con el párroco a la cabeza-, a administrar los Sacramentos como se administran bebidas y tapas en un bar: hasta sin higiene… Y, oyes, para eso me voy a un bar directamente.

El fracaso de las catequesis, con la supresión de los Catecismos y su sustitución por tonterías supuestamente más pedagógicas y más de hoy, es tan llamativo como patente. Y con esa base -el fracaso en la transmisión de la Fe y las Costumbres-, ¿qué pastoral juvenil, y qué pastoral vocacional se puede montar? ¿Cantar y cogerse de la manita? Los resultados son también visibles: no los hay: seminarios vacíos -más de uno, de dos y de tres-, reagrupamientos de casas de formación, etc.

¿Esto tiene remedio? Por supuesto. Naturalmente. Pero lo dejamos para la próxima cita. Y hasta entonces: A REZAR, para que el Señor se digne acortar estos tiempos.

 

 

8.06.16

"...también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20)

Viene a cuento de las 55 organizaciones -según los patrocinadores, claro- que se han manifestado y denunciado al cardenal Cañizares por su defensa de la mujer, del hombre, de la familia y de la sociedad. No voy a repetir de lo que le han acusado, porque no merece la pena.

La foto que acompaña el titular de las 55 organizaciones no recoge ni a 55 personas. Quizá es que la han sacado desde un mal ángulo. Pero además, los promotores se permiten la alegría, propia de los estímulos artificiales o imaginados, de sumar a “la mayoría de los ciudadanos". Que tampoco han sdo bien recogidos por la instantánea: quizá las prisas del momento, o que el becario de la cámara no daba para más…; cosas de la vida.

Lo que está claro, dada la inquina y la persecución que ha generado con sus declaraciones, es que el Cañizares lo está haciendo de pegada. ¡Muy bien, Señor Cardenal! ¡Le encomiendo en mis Misas especialmente!

Por otro lado, no puede extrañarnos la movida orquestada para callar -para amordazar- las voces disidentes contra el imperio gay y la dictadura infame, corrupta e inmunda que propugna. Hoy ya la única voz que se atreve a alzarse es la de algunos -muy pocos- miembros de la Iglesia Católica, a los que no les importa ni el prestigio ni la honra personales, porque hace mucho tiempo que la pusieron al servicio del Señor, y de sus hijos. Lo juraron. Y viven para cumplirlo. Y en esas están.

Ya lo había anunciado Jesús: “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que Yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: ‘No es el siervo más que su amo. Si a Mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra” (Jn 15, 18-20).

Es una de las señales más cualificadas y más visibles de los buenos Pastores: que dan la vida por sus ovejas. Que tienen tan entregado lo suyo personal que lo que les pueda pasar a ellos, o lo que puedan sufrir por mantenerse fiel a la Palabra que les ha sido entregada para custodiarla, defenderla y propagarla, lo tienen en nada: antes Jesús, su Iglesia y las almas todas que su propia persona.

Son tiempos fuertes para todos: Jerarquía y fieles, sacerdotes y laicos, religiosos y almas todas. Y no caben, porque no hay más, que estas dos posturas: o Dios o el mundo. O como explica el Cardenal Sarah, con una serenidad y una grandeza que echábamos en falta en la Iglesia desde hace años: “O Dios o nada”. Porque el mundo es nada.

Pues hay que elegir: porque el mal que pretende arrasar toda la vida buena y santa sembrada por Cristo y su Iglesia, una vida propia y digna del hombre -para que fuese feliz en primer lugar, y además rey de la creación-…, ese mal tan agresivamente combativo nos llama a este combate, a esta elección: o Dios o nada.

Y Jesús también nos convoca a este mismo combate, y a esta misma elección: “El que crea se salvará, el que no crea se condenará".

Para siempre las dos cosas. Una felicidad eterna. O una condenación eterna de sufrimiento y dolor inacabables, inagotables, permanentemente operativos, sin descanso alguno.