1.05.20

Volver al primer amor: "un fuego que jamás se extinga"

La Alegría del llamado

Descubrí el llamado de Dios para ser sacerdote cuando tenía 14 años. Fue una mañana de octubre de 1994, en una hermosa parroquia de un pequeño pueblo provinciano. Fue el día D de toda mi existencia, marcada desde siempre por la fe y desde entonces por una idea fija: ser sacerdote y “ganar almas” para Cristo.

Durante toda mi adolescencia y durante cada año del Seminario Menor -hice dos- y Mayor -siete años de formación académica, más unos meses en una parroquia- estuvieron animados por ese mismo deseo: conquistar muchas, muchas almas para el Señor. En mis sueños juveniles, me ilusionaba con la misión Ad Gentes, o con el martirio y “dejarme devorar por las fieras” como Ignacio de Antioquía, con realizar grandes sacrificios por el Señor y las almas. Puedo decir -sin mentir ni exagerar- que estaba dispuesto a todo, especialmente en las tardes o noches de más fervor y consolación: a dejarme matar, a dejarme insultar, a aceptar cualquier destino y trabajo que se me encomendara, a vivir pobre, etc.

“El Sacerdote es un hombre despojado. El Sacerdote es un hombre crucificado. El Sacerdote es un hombre comido” rezaba un cartelito que hice imprimir a mi hermano, con las primeras impresoras color domesticas que llegaban a nuestra zona, ideal sacerdotal expresado por el p. Chevrier y tan anhelado en esos tiempos de idealismo, entusiasmo y radicalidad.

Y puedo asegurar que la inmensa mayoría de los seminaristas con quienes compartí la formación tenían sueños y anhelos similares: algunos los expresaban con este lenguaje -más “tradicional"- otros con palabras o un estilo diferente. Pero en nosotros existía esa disposición fundamental, expresada en la palabra que el ritual nos manda decir en cada instancia ante el llamado del Obispo: “Adsum. Aquí estoy”

Los ideales y el paso del tiempo

Si miro mi vida sacerdotal, estos casi 15 años, debo reconocer que el Señor siempre ha sido fiel, siempre ha seguido llamándome y dándome todas las gracias necesarias… pero mi respuesta no es ni por casualidad la que soñé.

Y si miro a mi alrededor, suelo encontrarme con un panorama similar. Si bien algunos -gracias a Dios- se han mantenido en la misma tesitura y radicalidad del origen, otros abandonaron el ministerio sacerdotal.

Muchos, en cambio, que comenzaron con enorme ímpetu y notable entrega se fueron -nos fuimos-  “instalando", poco a poco, en una vivencia cansina, rutinaria y melancólica de la propia vocación. 

“La Gloria de Dios y la Salvación de las almas”, aquel ideal por el cual un día dejamos todo y entregamos la vida, por momentos dejaron de ser esa suerte de “imán", esa fuerza que era capaz de movilizarlo todo, de ponernos en camino, de impulsarnos más y más hacia lo alto y a los pies de nuestros hermanos, para “lavarlos” movidos por el amor.

Lo que desnuda la pandemia

Esta crisis que vivimos hoy como Iglesia desnuda, entre otras cosas, nuestro propio estado interior. ¡Qué feo cuando los fieles laicos nos ven apáticos, insensibles o incluso prejuiciosos con sus deseos de celebrar, de adorar, de reconciliarse!

¡Qué triste si nosotros, los pastores, a quienes los fieles nos llaman “padre", parecemos mucho menos entusiasmados por “apacentar” y “cuidar” a nuestras ovejas e hijos que un “laburante” por su trabajo, un comerciante por su dinero, un político por el poder!

¿Será que hemos perdido el “celo apostólico"? ¿Que ya no nos importa “salvar almas"? ¿Que justificamos nuestra pereza con elaborados argumentos teológicos y pastorales?

Es, tal vez, que nuestra FE se ha debilitado. Que ya no creemos en el poder de la Eucaristía como sí creen nuestros fieles, que ya no valoramos tanto la Reconciliación como ellos sí la valoran… que ya no tendemos a la vida eterna como alguna vez lo hicimos, y nuestros fieles sí lo hacen.

Los disfraces de la acedia y la falta de celo

La comodidad, la acedia y la pereza pueden tomar sofisticadas apariencias: pueden esconderse alguna vez tras la “asistencia social", ejercida sin Cristo, al margen de Cristo, escondiendo a Cristo. La caridad cristiana ha movido a los santos a hacer grandes obras al servicio de los miserables en todas las dimensiones de la miseria humana: pero nunca en desmedro de la sublime e irrenunciable misión de anunciar al único Salvador y ofrecerlo a los demás. Puede surgir también una variante “psicologista", la de reducir mi predicación, mis consejos y mis charlas espirituales en sesiones de psicoterapia, siempre más “cómoda” que la invitación a la conversión, o el anuncio del Crucificado. He caído, claro, una y mil veces.

Pero hay otro escondite aún más sutil: el de situarme en el estrado del juez implacable de todo y de todos, el de esgrimir la valentía como único valor supremo, el de emitir anatemas a un lado y a otro, un poco -a veces- con la tentación de autocomplacencia, en especial cuando encontraba “aplaudidores” a cada una de mis airadas peroratas… La de convertirme en un teórico de la pastoral y no “dejarme comer” -como decía Chevrier- por las necesidades de las almas concretas. He caído en esto, claro que sí, y pido clemencia al Señor.

Mi querido lector:

Escribo este post no para que -como sucede a veces, pero esta vez no voy a permitir- aparezca una catarata de comentarios contra curas, obispos y papas, contra el Concilio, contra los cardenales Oullet y los obispos alemanes y contra todo aquello que suponemos es causa de esta situación.

Tampoco lo escribo para “dar lástima", ya que soy muy, muy feliz siendo sacerdote.

Hoy le doy gracias al Señor porque en este tiempo de Coronavirus me ha hecho ver con mucha claridad esto. Porque en estos días -atendiendo a algunos fieles en la parroquia o en sus casas- me he dado cuenta de la Gloria y la Maravilla que es el Sacerdocio.

Hoy comparto estas línas para pedirte: reza por los sacerdotes. Por los que te caen bien y por los que no. Por los que te ayudaron y por los que te dieron “palos". Por los virtuosos y los viciosos.

Los “casos extremos” en el clero suelen ser infrecuentes: santos y pecadores consumados hay sólo alguno en un gran grupo. La inmensa mayoría somos hombres frágiles, que alguna vez recibimos un llamado, que entregamos la vida con alegría pero a quienes los fracasos, las dificultades, nuestras negligencias y las de quienes debían cuidarnos, los pecados y heridas no sanados… pueden haber sumergido en la tibieza, espiritual -primero- y apostólica.

En este tiempo, te invito a que “adoptes” a algún sacerdote. A que lo animes con algún mensaje de aliento, a que le hagas saber que necesitas la Gracia que sale de sus manos… a que reces más intensamente por él… 

Para que -como reza la bella oración a la Virgen del Rosario de Paraná- “se encienda en nuestros corazones un fuego que jamás se extinga". Ese fuego que Jesús vino a traer a la Tierra y que -también hoy- desea que esté ardiendo.

29.04.20

Las Misas sin fieles y el Juicio temerario

En medio de situaciones difíciles, volver a las fuentes de la doctrina católica nos trae siempre claridad y paz. Nos ordena, nos serena, nos provoca y nos “aguijonea” a ser mejores.

La situación actual, en la cual las Misas celebradas en las parroquias no pueden contar por ahora con la presencia de los fieles ha suscitado diversas manifestaciones y expresiones, sobre todo en las redes sociales.

Algunos fieles han expresado su anhelo de participar en la Santa Misa con pedidos virtuales dirigidos a las autoridades civiles y -este es el caso al que me refiero- a los obispos. A su vez, algunos obispos han respondido públicamente a esta petición, al igual que algunos sacerdotes.

Mi opinión personal, en concordancia con lo que enseña el Código de Derecho Canónico y el Catecismo de la Iglesia Católica, se resume en lo siguiente:

# Que los bautizados tienen derecho a los sacramentos si los piden razonablemente y con las debidas condiciones (c. 213)

# Que los fieles laicos “tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas.” (c. 212 .3)

# Que los pastores debemos, en este contexto difícil, hacer lo posible para brindarles “asistencia espiritual” como -por otra parte- nos permite el Gobierno Nacional Argentino (artículo 2 del Boletín Oficial del 20 de Marzo de 2020)

# Que por el momento y teniendo en cuenta que en Argentina no están permitidos los eventos no sólo religiosos, sino también culturales, recreativos y deportivos, no estamos -al menos no aún- en una situación de “persecución religiosa". Tampoco se nos está privando del ejercicio del derecho de la Libertad religiosa, al menos que yo sepa. Los eventos religiosos que impliquen congregar fieles “caen” bajo la misma regulación que todos los demás eventos, no se nos impide reunirnos por motivos de fe sino por una medida sanitaria más amplia.

Lo que me permito sugerir a los fieles –en relación a los obispos y sacerdotes- y también me atrevo a sugerir a mis hermanos sacerdotes y a los obispos –aunque no sé si alguno me leerá, ;) - es que evitemos los JUICIOS TEMERARIOS.

¿Qué son estos juicios?

El catecismo dice que “se hace culpable de de JUICIO TEMERARIO el que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin tener para ello fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo” (2477)

Tal vez me equivoco, tal vez estoy cayendo yo en esto que señalo, pero en algunos textos y mensajes –tanto de fieles como de pastores- me parece ver algo de “juicio temerario”: suponer o dar a entender sin fundamento suficiente que el otro “hace tal cosa” porque “es esto o aquello”. No voy a poner ejemplos, que ustedes podrán inferir.

A mis hermanos laicos, los animo a ayudar a los sacerdotes a descubrir cómo ejercer ese ministerio de “asistencia espiritual” en el marco de la actual normativa.

A mis hermanos sacerdote, los animo a que pidamos a Dios el don de la creatividad para que sin descuidar la salud de nadie hagamos lo posible para atender a nuestros fieles. Para que ellos -nuestros fieles, los que nos sostienen con su oración, los que nos sostienen económicamente, los que trabajan “a la par nuestra”, los que le “ponen el pecho” a la experiencia difícil de ser cristiano hoy- no se queden con la sensación de que su reclamo no nos “hace mella” porque “sabemos por qué lo hacen”. Y mucho menos lleguen a sentir que los juzgamos o los condenamos.

Como siempre, ojalá que esta situación, incluso teniendo puntos de vista diversos, sea una oportunidad para que nuestros hermanos no creyentes puedan ver al Pueblo de Dios -fieles y pastores- y decir “miren como se aman".

P. Leandro Bonnin.

28.04.20

Volver a María, vencedora de todas las herejías (Ratzinger)

Transcribo a continuación unos fascinantes párrafos de “Informe sobre la fe". Transcribiría el libro completo, pero ya dejé el enlace…

Como todos saben, los comentarios de Messori se intercalan a las palabras textuales del Card. Ratzinger, pero fueron publicados en conjunto con la autorización y supervisión expresa del Cardenal.



 

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27.04.20

Es posible que este sea mi último post...

Queridos amigos:

Debo contarles algo: es posible que este sea mi último post.

La razón es muy sencilla: estoy volviendo a leer “Informe sobre la Fe", el libro-entrevista que Joseph Ratzinger regaló a la Iglesia en 1984.

Digo que es posible, no probable ni seguro… porque al volver a sus páginas siento que en ellas encontramos respuestas a casi todas nuestras preguntas actuales: ¿qué sentido tiene seguir “juntando letras” después de obra tan magistral?

Más allá de este ensayo de broma -y de que seguramente muy pocos lamentarían mi ausencia por aquí- la recomendación: leé o volvé a leer Informe sobre la Fe. Cada página es “oro en polvo", una ayuda invaluable para volver a encontrar -una y otra vez- el centro. 

Que es Jesucristo, nuestro Señor, verdad encarnada que nos hace libres.

15.04.20

La cuarentena, las celebraciones sin fieles y el sentido común

Voluntariamente permanecí al margen de ciertas polémicas en torno a estos argumentos, pero con delicadeza quisiera intentar ahora una reflexión. La compartí dos días atrás en mis redes sociales, y no pensaba publicarla en este blog por el carácter bastante particular de algunas afirmaciones, pero como varios blogueros se han referido al asunto, lo comparto tal cual se difundió el lunes.

 


 

1. Como en toda situación compleja, un cristiano debe intentar mantener unidos la cabeza y el corazón, la razón y la fe, la preocupación por la salud espiritual y la corporal, la responsabilidad individual y la atención al bien común. Es apasionante constatar como en cada polémica que surge en la convivencia humana solemos elegir uno solo de los polos en tensión y descartar el otro, cuando el desafío es atender a ambos del modo prudente y virtuoso simultáneamente.

2. Entre esos posicionamientos extremos, hemos podido leer personas que sobredimensionaban la pandemia y otras que la minimizaban; algunos que decían que era pura y exclusivamente una “reacción de la Madre Tierra” y otro que era pura y exclusivamente un arma química de los chinos. Algunos han dicho que es una de las pestes anunciadas por el Apocalipsis y otros que es un invento de los medios de comunicación al servicio del Nuevo Orden Mundial. Unos han dicho que la pandemia es un castigo divino por los pecados de los hombres y de la Iglesia, mientras que otros han negado su realidad y afirman que es un ejercicio de disciplinamiento social.

3. También hemos visto personas que repudiaban y llamaban a la rebelión contra cualquier intervención del Estado en materia de salud o economía y otros que divinizaron o divinizan toda decisión gubernamental cual si fuera infalible.

4. En relación a la Iglesia, en concreto, algunos hermanos han sentido y expresado decepción ante el accionar de sus pastores -a quienes acusaron recurrentemente de cobardía-, y otros se han visto enormemente agradecidos por cómo sus sacerdotes y obispos los han cuidado. Algunos consideran que el no poder participar de las celebraciones significa la llegada de la Gran Apostasía y el Anticristo, y otros anuncian exultantes que no hay nada comparable a la iglesia doméstica. Unos opinan que la imposibilidad de celebrar Misas con gente es una clara persecución del Estado contra la Iglesia, otros celebran como un triunfo que las iglesias se utilicen para servicios sociales. En medio de estas idas y venidas, ha habido algunos enfrentamientos entre católicos en las redes sociales, con descalificaciones recíprocas, un poco al estilo del “te doy gracias, Señor, porque no soy como los demás hombres…” del fariseo de la parábola.

5. Mi conclusiones son las siguientes:

  • ninguno de nosotros sabe con exactitud el origen, la magnitud y las consecuencias de lo que estamos viviendo. Creo que es bueno cuidar la grandilocuencia que puede llevarnos a equivocarnos e incluso a hacer el ridículo.
  • según la Doctrina social de la Iglesia, los gobernantes y todos los que gestionan el Estado tiene una misión importante al servicio del bien común. Ciertamente cada cual es libre de tener su propia opción política -tengo algún amigo anarquista, a quien respeto mucho- pero la rebelión irracional ante cada cosa que mandan no es coherente con la actitud que nos propone el Magisterio, como tampoco lo es la sumisión irracional. El Presidente de la Nación -la nuestra y cualquier otra- no es Dios aunque a veces acierte, pero tampoco es el Diablo, aunque a veces haga el Mal. Usemos la cabeza y el sentido común, y también el sentido sobrenatural de la fe.
  • ninguno de nosotros ha tenido una revelación privada infalible como para saber por qué Dios permite este tiempo tan raro. Seamos prudentes al expresar y al difundir mensajes que atribuyen a la pandemia algún significado oculto y divino, cuyo origen, procedencia y ortodoxia son difíciles de comprobar.
  • creo que es muy claro que al suspenderse toda reunión cultural, deportiva y social, la prohibición de celebrar Misas con fieles no tiene nada que ver con un ataque a la libertad de culto ni a la Iglesia católica en particular -al menos, y que yo sepa, en Argentina-, sino que expresa simplemente una medida preventiva para evitar la expansión del virus.
  • no obstante, y aquí agrego otro matiz, creo que no nos tenemos que “acostumbrar” a esta situación. Porque reunirse forma parte de la esencia de la identidad cristiana. Porque la iglesia doméstica no puede subsistir mucho tiempo sin la asamblea dominical sacramental.
  • por último, y al menos en la Arquidiócesis de Paraná, ateniéndonos a la normativa vigente, los sacerdotes estamos exceptuados de la cuarentena para asistencia espiritual… podemos tener nuestros templos abiertos durante el día -para que al salir a trabajar o hacer otras cosas puedas visitar al Señor- e incluso podemos bendecirte y escuchar tus pecados… manteniendo distancia. LA IGLESIA NO ABANDONA A SUS HIJOS en su atención espiritual. EL CULTO A DIOS NO SE HA SUSPENDIDO, solo que por ahora debemos limitar la participación presencial.

Que el Señor nos dé luz, nos de paz, nos de lucidez.

Nos haga sabios, austeros, alegres y esperanzados.