Una propuesta de renovación pedagógica para la escuela católica

Introducción

Hace muchos años, las instituciones educativas católicas (las no católicas también) emprendieron la búsqueda desenfrenada y alocada de nuevas metodologías. Se trata de una especie de peregrinación sin rumbo para encontrar la piedra filosofal de una nueva metodología educativa que resolviera de un plumazo los problemas que aquejan a la escuela en nuestros tiempos. En esta alocada aventura no falta un cierto ingrediente de propaganda y marketing con la finalidad de atraer una clientela ansiosa por conseguir que sus hijos sean felices en la escuela y vivan experiencias enriquecedoras.

Tengo 54 años y llevo casi toda mi vida en una escuela. No sé la de cursos de “formación” que habré recibido en estos años. Muchos. Casi todos estos cursos, impartidos en la mayoría de los casos por sesudos psicólogos, pedagogos o psicopedagogos, han empezado por descalificar y despreciar lo que ellos llaman la “escuela tradicional”: “hoy las escuelas siguen el mismo modelo del siglo XIX. No podemos seguir enseñando como hace doscientos años en pleno siglo XXI”. Y a partir de ahí, nos iluminan con nuevas metodologías, nuevas antropologías, nuevos sistemas pedagógicos que, si los pusiéramos en marcha, revolucionarían la manera de enseñar y solucionaría de un plumazo todos los problemas. El problema es que todos estos personajes, que a mí (no sé por qué) me recuerdan mucho a los charlatanes de feria o de la teletienda, no han pisado un aula con veinticinco niños o adolescentes en toda su vida. Hablan de lo que han leído o aprendido en un master o en una carrera, pero en realidad no tienen ni repajolera idea de lo que hablan. Eso sí: sus discursos son preciosos y muchos clientes les compran el último modelo de sartén, en el que no se pega nunca la comida. Hasta que se dan de bruces con la realidad y se dan cuenta de la estafa que han sufrido.

Ricardo Moreno Castillo, en su Panfleto Antipedagógico ( Leqtor, 2006),  escribo lo que sigue sobre estos expertos:

Como algunos de ellos han abandonado el aula, no tienen que soportar las consecuencias de sus propias teorías, y se dedican  a dar cursillos a los que siguen dando clase. Cursillos en los cuales, muchas veces, se pasa vergüenza ajena ante las disertaciones del experto, pero que hay que soportar para cobrar los sexenios de formación. Otros son profesores universitarios, que jamás han tenido delante a un alumnos de instituto, pero que hablan sobre el tema con la seguridad y el atrevimiento propio de los ignorantes. No, los únicos expertos son los que llevan veinte o más años dando clase, y de entre ellos habría que acudir, sobre todo, a los que siguen estudiando, a los que trabajan por mantenerse intelectualmente vivos, a los que saben lo que es el saber.

Todos esos cursos no valen para nada y nos ahorraríamos mucho tiempo y dinero si se prohibieran por ley. Además, ¿no resulta contradictorio que quienes despotrican contra las clases magistrales se dediquen a impartir cursos precisamente a base de interminables y soporíferas clases magistrales?

Cualquier tiempo pasado fue mejor

¿Están ustedes seguros de que la educación que se imparte en las escuelas en el 2018 es mejor que la que se ofrecía en España en 1960? ¿Seguro? “Por sus frutos los conoceréis”.

Nuestros abuelos todavía recuerdan con nostalgia aquel plan de estudios con dos reválidas y un difícil preuniversitario que les permitía llegar con una preparación hoy impensable a la universidad.

En 1970 se aprobó una nueva ley de educación: la de la EGB, el BUP y el COU. Yo nací en 1964 y estudié bajo este plan de estudios. Y les aseguro que, aunque no era tan bueno como el del 53, era bastante mejor que el que vino después con la LOGSE y con las sucesivas leyes que hemos padecido hasta el día de hoy.

El sistema educativo actual en España (desde que se aprobó la LOGSE en 1990) es una gran estafa: así se titula el libro de Alicia Delibes Liniers: La Gran Estafa, el secuestro del sentido común en la educación. En este libro se puede leer:

A la filosofía pedagógica que ha inspirado esta nueva corriente que nos invade se le ha llamado constructivismo pedagógico. Según los constructivistas, el ser humano adquiere el conocimiento a través de un proceso de construcción individual y subjetivo. Dado que el conocimiento se construye, el niño lo construirá a partir de su propia forma de ser, de pensar y de interpretar la información. Cada niño ha de aprender por tanto, a su manera y el papel del maestro ha de ser de simple “mediador”.

Los constructivistas posmodernos no aceptan que el maestro deba instruir pues sostienen que el conocimiento previo es un obstáculo para el aprendizaje. Para ellos, sólo un intelecto en estado virgen está en condiciones ideales para aprender descubriendo y construyendo su propia concepción del mundo.

[…] Dado, pues, que lo que solía llamarse legado cultural no es más que el conjunto de ciertas percepciones individuales del mundo, educar será para los constructivista posmodernos no transmitir legado alguno, no instruir al niño, sino acompañarle en su descubrimiento del mundo, permanecer silencioso a su lado observando  cómo construye su propia percepción de todo lo que le rodea.

El posmodernismo rechaza la objetividad y también todo intento de acercamiento a la verdad de las cosas, en él sólo se puede hablar de significados. Par un posmoderno todo concepto de realidad objetiva resulta sospechoso y la honestidad solo se puede encontrar entre la confusión y la niebla.

La influencia del movimiento posmoderno ha llegado también a la educación y supondría el abandono del aprendizaje sistemático, la desaparición de toda norma pedagógica, la confianza sin límites en la capacidad descubridora del niño y la negación de toda posibilidad de conocimiento objetivo.

Los pedagogos posmodernos niegan la capacidad de enseñar, abominan de la educación como trasmisión de conocimientos y se recrean en el multiculturalismo, el plurilingüismo y la transversalidad.

El resultado de esta pedagogía posmoderna […] no puede ser otro que la destrucción del saber mediante la exaltación de la incultura y la ignorancia.

(Los subrayados son míos).

¿Les ha quedado claro? Llevamos casi treinta años (desde 1990) bajo un sistema educativo que fomenta la incultura y la ignorancia. Esa es la realidad. ¿Cómo no va a ser mejor cualquier tiempo pasado? Si fuéramos sensatos, lo que habría que hacer con urgencia en España sería volver al modelo de la ley de educación del 53; y si no, a la del 70. Por el camino actual vamos camino del suicidio colectivo en el mundo de la educación.

Ricardo Moreno Castillo, en su libro Panfleto antipedagógico lo dice de esta manera tan contundente:

“Se trata de la desastrosísima situación que atraviesa la educación en nuestro país. Y urge resolverlo, en primer lugar, porque “analfabetizar un país es cosa relativamente fácil, pero volverlo a alfabetizar ya no lo es tanto, y en segundo lugar, porque la cantidad de recursos que se derrochan en mantener la ignorancia de nuestros estudiantes se podría destinar a cosas más útiles”.

La reforma educativa “ha conseguido que la cultura de los alumnos baje hasta niveles alarmantes, que la mala educación en la vida cotidiana de los centros suba hasta cotas vergonzosas, y que los profesores están más hartos, deprimidos y desesperados que nunca. Sus defensores dicen que, con todos sus defectos,  gracias a ella se ha conseguido la educación para todos. Esto es rigurosamente falso. En una clase en la cada uno hace lo que quiere, porque la Administración no respalda la autoridad del profesor y al mismo tiempo protege al alumno que conculca el derecho de aprender de los demás, no se está impartiendo educación, se está impartiendo basura.

Ni siquiera puede esgrimirse como un logro el haber extendido la enseñanza obligatoria de los catorce a los dieciséis años: los que terminan la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) saben menos y tiene menos hábito de trabajo que los que terminaban la antiguan Educación General Básica (EGB), aunque fueran dos años más jóvenes. Y al ser menos trabajadores y más incultos, inevitablemente son más inmaduros.

¿Cualquier tiempo fue mejor? En lo que respecta a la educación en España, no tengo la menor duda. ¿Habría que dar marcha atrás? Si hubiera un mínimo de sentido común, cuanto antes se diera marcha atrás, mejor.

Las nuevas pedagogías han hecho mucho daño sobre todo a los más desfavorecidos. Antes, un niño de familia pobre podía aspirar a mejorar su vida si se esforzaba y demostraba que tenía talento y capacidad de sacrificio. Mis padres lo tenían muy claro. Trabajaron como burros para pagarme el mejor colegio de Gijón y que pudiera estudiar una carrera. Sabían que esa era la única manera de prosperar y de que yo no tuviera que malvivir pastoreando vacas o sembrando “fabes” y patatas o jugándome la vida picando carbón en una mina. Esa es la deuda que tengo contraída con ellos: una deuda impagable.

Volvemos a Ricardo Moreno y su Panfleto antipedagógico:

Pretender igualar, bajando el nivel, a los que proceden de padres con estudios con los que proceden de padres que no los tienen perjudica más a los segundos que a los primeros. Si los que no tienen ambiente intelectual en su casa tampoco lo encuentran en el Instituto, están perdidos para siempre, y por muy listo y trabajador que sea un hijo de padres sin instrucción, y muy tonto y vago que sea un hijo de familia con más posibilidades, siempre quedará el primero por debajo del segundo. Lo que no aprende el pobre en el instituto no lo podrá aprender en ningún sitio, y sólo en un sistema de enseñanza donde se valore el trabajo y la inteligencia pueden competir ambos en igualdad de condiciones.

La idea de que reducir los niveles de exigencia beneficia a las familias más modestas no solo no resiste el más mínimo análisis, tampoco el menor cotejo con la realidad. […] El padre de Copérnico era panadero y el de Kepler regentaba una taberna. Ambos cuando eran niños, tenían que ayudarles en sus tareas. Newton era hijo de un agricultor y Kant de un guarnicionero. H. G. Wells nació en el seno de una familia muy pobre, lo mismo que Charles Dickens, cuyo padre llegó a estar preso por deudas. Antón Chejov era hijo de un modesto comerciante con seis hijos y trabajó para pagarse los estudios y ayudar a su familia. […] Podríamos llenas páginas y páginas con más ejemplos.

Que un muchacho de la España actual, que tiene un instituto a no más de unas cuantas paradas de autobús, instituto mucho mejor dotado de libros y profesores que las escuelas a las que acudieron los ejemplos antes citados, hable de falta de ambiente o de ausencia de estímulos es un sarcasmo de mal gusto. Jamás hemos estado tan cerca de la igualdad de oportunidades, la única (además de la igualdad ante la ley) por la que tiene sentido luchar políticamente. Que unos la quieran aprovechar y otros no, ya es otra cosa. Pero es un fraude no dar lo mejor a los que sí quieren para no generar desigualdades con los que no quieren.

Ese es el quid de la cuestión: que unos quieren estudiar y otros no. Y que tenerlos a todos juntos hasta los dieciséis años es un error garrafal. Los que quieran estudiar deben poder estudiar, independientemente de sus circunstancias familiares, sociales o económicas: para eso deben existir becas y ayudas suficientes. Y los que no quieren estudiar tendrán que insertarse en el mundo laboral y capacitarse para ejercer algún oficio y ganarse honradamente su sustento. Pero las personas son libres y si un jovencito de catorce años no quiere estudiar, no va a estudiar, independientemente de lo que le digan sus padres, sus profesores o el “sursum corda”.  Porque hay jóvenes que no quieren estudiar. Y punto. No se puede negar lo evidente.

Un nueva propuesta pedagógica

1.- Profesores y alumnos

Los profesores deben explicar bien sus materias. Deben dominar las disciplinas que imparten. Y deben sentir pasión por ellas y por transmitir sus conocimientos a los alumnos. Enseñar siempre resulta difícil. Sigo coincidiendo plenamente con el profesor Ricardo Moreno:

Entender la física y las matemáticas de un cierto nivel es cosa apasionante, pero a esto no se puede llegar si antes no se han hecho muchos ejercicios rutinarios con fracciones y con el sistema métrico decimal. Estos trabajos tediosos se han de hacer porque lo manda el profesor, no hay más solución, y el oficio de profesor no consiste en ser simpático a los alumnos. Las motivaciones más corrientes, las de toda la vida, la de querer hacer pronto las tareas escolares y así tener tiempo para estar con los amigos, la de aprobar para disfrutar del verano o la ilusión por llevar buenas notas son absolutamente legítimas. La afición por aprender ya vendrá en su momento. Quien estudia porque le gusta llevar sobresalientes terminará llevando sobresalientes porque le gusta estudiar.

Los profesores que hablan de motivación, o de que el aprendizaje es un juego, están completamente equivocados.

¿Qué significa eso de que los alumnos deben aprender por sí mismos y participar en el proceso de aprendizaje? ¿Que tienen que poner de su parte, atendiendo en clase y haciendo sus tareas escolares? Eso no es ninguna innovación educativa, es cosa de sentido común. ¿Que tienen que descubrir las cosas por ellos mismos? Esto es un disparate. Un profesor que no desmenuza bien los temas en clase porque el alumno ha de aprender por sí mismo establece una injusta diferencia entre el que puede pagarse una clase particular y el que no. Otra variante de este delirio es sostener que los muchachos no van a clase a aprender, sino a aprender a aprender, como si aprendiendo cosas no se estuviera aprendiendo a aprender cosas.

El error fundamental de esta postura es ignorar que para descubrir cosas nuevas es indispensable saber ya otras cosas. Einstein elaboró sus teorías reflexionando sobre las limitaciones de la física de Newton, la cual había aprendido durante su formación universitaria. Mucha atención: la había aprendido porque se la habían enseñado, no porque la hubiera descubierto por sí mismo. […] Todos los grandes científicos hicieron sus aportaciones después de estudiar a fondo la ciencia que se había hecho antes.

Para que los muchacho puedan seguir estudiando cosas por su cuenta y pueden entender lo que leen, los dictados, las redacciones y otras actividades igualmente arcaicas y obsoletas serán de mucha utilidad.

A muchos partidarios de la reforma educativa les encanta hablar de “dotar a los jóvenes de destrezas que les permitan hacer frente a los nuevos retos que plantea una sociedad siempre cambiante”, como si esto significara algo. La sociedad siempre ha sido cambiante y los nuevos retos no han de hacer olvidar los viejos, cuales son leer y escribir correctamente, poseer agilidad de cálculo y tener buenos modales. Los objetivos de una buena educación digna de tal nombre, sintiéndolo mucho por los buscadores de innovaciones y novedades, son los que han sido siempre: conseguir personas sabias, más cultas y libres, en definitiva, más personas. Y el medio fundamental para alcanzar este objetivo sigue siendo la palabra, el mismo que usaron nuestros maestros de todos los tiempos.

Si el profesor no ha de transmitir conocimientos, ¿qué es lo que tiene que transmitir? ¿Qué de malo tiene poseer unos conocimientos y comunicarlos, para que otros también los posean?

Los profesores deben explicar bien los contenidos que deben transmitir a sus alumnos, aconsejar lecturas y alternar las lecciones teóricas con ejercicios prácticos.

La misión de la escuela ha de ser conservadora. Precisamente porque el mundo es muy cambiante, es importante mantener aquellos valores y saberes que no pasan.

No es tan urgente explicar aquellas cosas que más vayan a utilizar nuestros estudiantes, que ya las aprenderán en su momento, como aquellas otras que mejor puedan estructurar su cabeza.

Somos hijos de la civilización latina y nietos de la griega[1], depositarios de un inmenso tesoro de sabiduría y pensamiento que debemos conservar, porque sin él  nunca entenderemos el presente.  Y el valor de este saber es perenne, por mucho que evolucionen los tiempos, y tenemos la obligación de transmitirlo, como nos lo han transmitido todos los que antes de nosotros han amado la belleza, el pensamiento y la ciencia. Nuestro mundo es muy cambiante y tecnificado, cierto, pero por paradójico que parezca, tiene más posibilidades de adaptarse a él y comprender sus cambios quien conozca bien nuestro pasado y disfrute con la obra de los artistas, científicos y pensadores que nunca pasan de moda, que quien quiera estar a la última. Por eso afirmo que la enseñanza ha de ser, en lo fundamental, conservadora.

Se habla de la necesidad de trabajar en grupo. Pero saber trabajar en grupo requiere primeramente saber trabajar a secas. El estudio y el aprendizaje tienen, qué le vamos a hacer, un componente principal e insoslayable de silencio y soledad. Lo mismo sucede a un músico, que no puede tocar en una orquesta si primero no ha dedicado muchas horas a trabajar en solitario con su propio instrumento. Por no tener esto muy presente, en los trabajos en grupo suele pasar que dos trabajan, cinco miran, y al final firma los siete.

Los jóvenes no tienen las mismas aspiraciones, las mismos motivaciones e intereses semejantes. Pero todos los que quieren aprender necesitan exactamente lo mismo: el ambiente de silencio, trabajo, rigor y disciplina.

En cuanto a los sistemas de aprendizaje, no hay razón para cuestionarlos porque sean tradicionales: hay que cuestionarlos cuando son malos.

Hacer creer a los alumnos que el trabajo es un juego es tan grave como hablarles de la cigüeña cuando preguntan de dónde vienen los niños. […] Es importante que sepan que estudiar con regularidad, estén o no motivados, es un hábito imprescindible.

Es cierto que las materias se les pueden presentar a los alumnos de forma más o menos amena, pero esto es hacerles la disciplina más llevadera, no eximirles de la disciplina. Hay conocimientos indispensables, cuya utilidad es difícil de entender y cuyo atractivo es casi nulo.

Y hay profesores con más arte para enseñar y otros, con menos. Profesores mejores y profesores peores. Siempre los ha habido y siempre los habrá y en todas las escuelas, más o menos en la misma proporción. Esto es inevitable.

En conclusión, los profesores deben explicar bien sus asignaturas. Y para ello, deben saber y sentir pasión por sus materias y, además, tener arte para enseñar de la manera más amena posible, aunque hay asignaturas (gramática, matemáticas,…) que por sus propios contenidos no tiene nada de divertidas. Ni tienen por qué ser divertidas. Son áridas, difíciles y arduas de entender. Así deben ser.

Por otra parte, el profesor debe centrarse en lo importante: dictados, redacciones, comentarios de texto… En definitiva, el maestro debe enseñar a leer y a escribir, como toda la vida. Y además debe trabajar el cálculo mental y que los alumnos aprendan a sumar, a restar, a multiplicar y a dividir con soltura. En la escuela se debe enseñar todo aquello que el alumno nunca podría aprender en otro sitio: todo aquello que le capacite para sus estudios posteriores o para integrarse en el mundo laboral y en la sociedad sin ser un perfecto analfabeto.

El profesor debe alternar la explicación con los ejercicios prácticos, por tediosos que sean. Repetir y repetir es la mejor manera de enseñar (y de aprender).

Y los alumnos, ¿qué necesitan? Silencio, trabajo, rigor y disciplina: no hay atajos. Sin estos ingredientes, no hay aprendizaje. Los alumnos deben aprender el valor del esfuerzo y del sacrificio. Aprender es difícil y no tiene nada de divertido.

Para ello, es imprescindible la disciplina, que primero tiene que ser impuesta por los profesores en el colegio y por los padres en casa. La disciplina crea hábitos saludables. Y un niño tiene que aprender desde pequeño a estudiar en soledad y en silencio. Tiene que trabajar y esforzarse, aunque cueste. La disciplina, según se vaya convirtiendo en hábito, poco a poco se transformará en autodisciplina. Y llegará el momento en que los padres ya no tendrán que obligar ni controlar el trabajo de sus hijos porque ellos mismos lo realizarán sin necesidad de control.

2.- ¿Y los padres?

Pero antes que nada, es imprescindible obligar a los niños a trabajar y no dejarles que hagan lo que les apetece o lo que les dé la gana.

Lo deja claro Bernhard Bueb en su obra Elogio de la Disciplina:

Los niños no nacen obedientes, ignoran las órdenes, se rebelan contra las medidas educativas, desacatan las instrucciones y utilizan todos los medios que tienen a su alcance para imponer su voluntad. Soportar las rabietas de un niño de 3 años que pide algo sin sentido, sin dejarse llevar hasta el extremo de darle un cachete o incluso un buen bofetón, requiere que el padre o la madre aplique la debida autodisciplina, una autodisciplina que suele ser proporcional al nivel de formación. Los padres con mayor formación saben que la educación no se consigue sin conflictos. Se necesita ser valiente, no ceder de inmediato y no temer a los posibles espectadores si una actuación coherente provoca molestias. El supermercado, el restaurante y el compartimento del tren son escenarios habituales de los conflictos pedagógicos. Quien exige de manera coherente a un niño que obedezca, demuestra valentía ante los espectadores, que en Alemania desaprueban con demasiada frecuencia que se actúe de forma coherente. Lo mismo puede decirse de los espectadores más cercanos, que son los que forman el círculo familiar o el de las amistades.

Ser valiente para educar significa, ante todo, tener valor para aplicar disciplina. Aunque la disciplina sea el “patito feo” de la pedagogía, es el fundamento de toda educación.

A diario, madres, padres, maestros y educadores deben soportar la tensión de exigir a niños y adolescentes subordinación, obediencia y disciplina, al tiempo que los guían  hacia la independencia, al autodisciplina y la libertad

Y Ricardo Moreno señala lo siguiente a este respecto:

Hay padres tiranizados por sus propios hijos. Si a los tres años, ante el primer amago de levantarle la mana a alguno de sus progenitores o ante la primera grosería, le hubieran dado un cachete, no se hubiera llegado a esa situación. Páginas atrás he defendido lo sano de una bofetada en el momento oportuno, pero si se ha dejado pasar la ocasión, la bofetada que no recibió antes de los siete años ya no tiene sentido a los quince. La solución entonces es cortar el suministro económico. Al hijo se le mantiene y se le compra el material escolar y la ropa indispensable, pero se acabaron los pantalones de marca, el móvil y la paga semanal, se ponga el chico como se ponga, y hay que mantener esa situación hasta que este se muestre dispuesto a cambiar de actitud.

Hay padres que parecen tener miedo a educar, porque no quieren reprimir. Pues tampoco se debe tener miedo a reprimir, porque sin represión no hay educación posible. A los pedagogos que sostienen que todo se resuelve con diálogo permanente no hay que hacerles ningún caso. Educar es, sobre todo, poner límites, porque quien no reconoce sus límites es un ser enloquecido, y los límites no se negocian ni se dialogan.

Desde que nace, a un niño se le imponen unos horarios para comer y dormir, unos hábitos de higiene, unas normas de comportamiento, y no se puede montar un foro de diálogo varias veces al día cada vez que se le sienta a comer, se le baña o se le manda a dormir. El dar las gracias, pedir disculpas cuando uno se equivoca o ceder el asiento a los mayores han de convertirse en actos reflejos. Y cuando la buena educación y los buenos hábitos de conducta ya se dan por descontados, la relación con los hijos es mucho más cordial y alegre, y es esa cordialidad y alegría la que entonces puede posibilitar el diálogo, porque con un niño consentido es imposible dialogar. El diálogo, sobre todo entre padres e hijos, exige unos modos de comportamiento previos que se han de imponer, por muy represivo que esto pueda ser.

Otro punto que trae a los educadores muy desasosegados es que hoy los chicos lo tiene todo. En este punto también hay que ser muy firmes y saber decir que no a muchas cosas. Es muy difícil, en fiestas señaladas, convencer a tíos, abuelos o padrinos, que parecen querer rivalizar en comprar regalos a los niños, para que moderen su entusiasmo, pero se debe intentar. En una sociedad próspera, es difícil negar una cosa que se tiene al alcance, sin contar con lo tentador que puede ser consentir en algo para que el hijo deje de dar la monserga. Pero no todo es bueno, aunque uno se lo pueda permitir económicamente, y ceder a la tentación puede ser eficaz a corto plazo, pero a la larga se paga carísimo. Un niño necesita, antes de nada, sentirse querido, y no se va a sentir más querido porque le compren más cosas. Más bien al contrario, cuando se consiente algo a un hijo para que se calle de una vez, se demuestra un claro desinterés por él. Cuando se convierte en un quinceañero el asunto se complica todavía más, porque está mediatizado por lo que tienen lo otros. Se puede ceder en algo para que no se sientan demasiado distintos, pero no en todo, y a veces, ¡qué le vamos a hacer!, no habrá más remedio que cortar el diálogo con un sencillo, lacónico y categórico “no”.

Sin embargo, como señala Alicia Delibes, “todavía hoy, muchos padres, a pesar de sentirse acosados por sus hijos adolescentes, se niegan a aceptar la necesidad de poner límites a la voluntad caprichosa de los niños y miman a sus pequeños con exceso”.

Lo que los padres no deberían hacer nunca es desautorizar al profesor delante de sus hijos. Y mucho menos, insultarlos o amenazarlos. Si hay alguna discrepancia con el profesor, se ha de aclarar el problema en privado. Dice Ricardo Moreno: “Es hoy cosa corriente que, después de reprender o sancionar a un estudiante, el profesor se encuentra con un padre envalentonado preguntando que qué le ha hecho usted da mi niño. Todo esto sin tener sobre lo acontecido nada más que la versión de la criatura”. Esto está a la orden del día. Y si el “envalentonamiento” (cuando no chulería o falta de educación manifiesta) se da con el niño delante, la batalla está perdida. Pero el problema, a medio o largo plazo, no lo va a tener el profesor: lo va a tener ese padre en su casa. Y acabarán pagando muy caro su error.

En definitiva, “la educación no es más que amor y ejemplo”. Así lo describe Friedrich Fröebel. No hay nada que añadir a esto.

Lo dicho hasta aquí vale lo mismo para la escuela católica que para cualquier otra escuela, sea esta privada, concertada o de titularidad pública. De hecho he expuesto mis propias ideas remitiéndome a otros autores de prestigio como Alicia Delibes, Ricardo Moreno o Bernhard Bueb, que han dedicado toda su vida a la educación y que tienen el prestigio que yo no tengo.

Yo no voy a proponer ninguna idea revolucionaria en cuestiones metodológicas. No soy pedagogo. Para serlo, hacen falta muchas horas de estudio para llegar a tener una formación amplia en esa ciencia: no es mi caso. Y después de acabar la carrera, debería ponerme bajo la tutela de alguien que supiera más que yo, para que me señalara un tema de investigación. Y tendría que volver a dedicar muchas horas a estudiar para especializarme en ese tema y conocer lo que otros han dicho antes. Sólo después de este esfuerzo, cuando llegara a la frontera de lo desconocido, estaría en condiciones de plantearme la posibilidad de descubrir algo nuevo. Y, aún así, todavía tendría que recibir muchas y muy amargas lecciones de humildad, al ver que gran parte de las ideas que se me van ocurriendo ya están descubiertas desde hace mucho tiempo. Y si algún día pudiera llegar a ofrecer alguna aportación nueva, muy probablemente sería una aportación modesta, porque es poco frecuente llegar a ningún descubrimiento espectacular. Yo, lo poco que sé sobre educación, lo he aprendido durante casi treinta años de trabajo como profesor. Y desde esa experiencia, creo que no hay mejor escuela que la escuela tradicional: el profesor explica, el alumno atiende en clase y pregunta sus dudas; se hacen ejercicios en clase y se corrigen; el niño estudia y hace sus tareas escolares en casa; y, por último, el profesor evalúa ese aprendizaje. No se puede aprender nada si no se estudia. Y estudiar es un trabajo muchas veces penoso y siempre arduo, que exige disciplina, constancia, soledad y silencio.

Pienso honradamente que en esto de las metodologías pedagógicas está todo descubierto y que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Por lo tanto, seamos humildes y no perdamos el sentido común. No confundamos lo novedoso con lo bueno ni lo “tradicional” con lo malo. Eso es una estupidez. Un síntoma de madurez consiste en perder la inquietud por estar al tanto de las últimas novedades y de las ideas más novedosas que van apareciendo, para leer y releer a los grandes autores del pasado, los que nunca pasan de moda. La escuela católica tiene grandes santos educadores, que deberían ser nuestra referencia insoslayable: San Juan Bautista de La Salle, San Ignacio de Loyola, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San José de Calasanz o San Juan Bosco, entre otros. Esa es una riqueza que debemos redescubrir y valorar. No cambiemos el Pórtico de la Gloria o la Catedral de León por una de esas iglesias posmodernas que parecen más un tanatonio que un templo y que invitan más a salir corriendo que a rezar. Algo así pasa con la pedagogía de nuestros santos comparada con las corrientes pedagógicas posmodernas: no hay color… Yo me quedo con lo tradicional antes que con los disparates modernos.

¿Y sobre la educación católica, qué?

Siguiendo el mismo procedimiento empleado hasta aquí, remitiré mis opiniones a la autoridad de otros. En este caso, al magisterio de la Iglesia: concretamente a la Encíclica Divini Illius Magistri del Papa Pío XI:

3. […]  Se multiplican las teorías pedagógicas, se inventan, se proponen y discuten métodos y medios, no sólo para facilitar, sino además para crear una educación nueva de infalible eficacia, que capacite a la nuevas generaciones para lograr la ansiada felicidad en esta tierra.

4. La razón de este hecho es que los hombres, creados por Dios a su imagen y semejanza y destinados para gozar de Dios, perfección infinita, al advertir hoy más que nunca, en medio de la abundancia del creciente progreso material, la insuficiencia de los bienes terrenos para la verdadera felicidad de los individuos y de los pueblo sienten por esto mismo un más vivo estímulo hacia una perfección más alta, estímulo que ha sido puesto en la misma naturaleza racional por el Creador y quieren conseguir esta perfección principalmente por medio de la educación. […] Pretenden extraer esa perfección de la mera naturaleza humana y realizarla con solas las fuerzas de ésta[2]. Este método es equivocado, porque, en vez de dirigir la mirada a Dios, primer principio y último fin de todo el universo, se repliegan y apoyan sobre sí mismos, adhiriéndose exclusivamente a las cosas terrenas y temporales; y así quedan expuestos a una incesante y continua fluctuación mientras no dirijan su mente y su conducta a la única meta de la perfección, que es Dios […]

La educación consiste esencialmente en la formación del hombre tal cual debe ser y debe portarse en esta vida terrena para conseguir el fin sublime para el cual ha sido creado.

5. La obra de la educación cristiana tiende a asegurar el Sumo Bien, que es Dios, a las almas de los educandos, y el máximo bienestar posible en esta tierra a la sociedad humana.

45. […] Es erróneo todo método de educación que se funde, total o parcialmente, en la negación o en el olvido del pecado original y de la gracia, y, por consiguiente, sobre las solas fuerzas de la naturaleza humana. A esta categoría pertenecen, en general, todos esos sistemas pedagógicos modernos que, con diversos nombres, sitúan el fundamento de la educación en una pretendida autonomía y libertad ilimitada del niño o en la supresión de toda autoridad del educador, atribuyendo al niño un primado exclusivo en la iniciativa y una actividad independiente de toda ley superior, natural y divina, en la obra de su educación. Pero si los nuevos maestros de la pedagogía quieren indicar con estas expresiones la necesidad de la cooperación activa, cada vez más consciente, del alumno en su educación; si se pretende apartar de ésta el despotismo y la violencia, cosas muy distintas, por cierto, de la justa corrección, estas ideas son acertadas, pero no contienen novedad alguna; pues es lo que la Iglesia ha enseñado siempre y lo que los educadores cristianos han mantenido en la formación cristiana tradicional.

74. La eficacia de la escuela depende más de los buenos maestros que de una sana legislación. Los maestros que requieren una escuela eficaz deben estar perfectamente preparados e instruidos en sus respectivas disciplinas, y deben estar dotados de las cualidades intelectuales y morales exigidas por su trascendental oficio, ardiendo en un puro y divino amor hacia los jóvenes a ellos confiados, precisamente porque aman a Jesucristo y a su Iglesia, de quien aquéllos son hijos predilectos, y buscando, por esto mismo, con todo cuidado el verdadero bien de las familias y de la patria.

Conclusión

El fin de la educación católica es “asegurar el sumo bien”, que es Dios mismo, a las almas de los educandos: llevar a los alumnos a Cristo, que es el único que les puede hacer felices de verdad.

Buscar la felicidad de los alumnos mediante nuevas metodologías educativas, sin contar con el pecado original y con la importancia de la gracia de Dios, es un intento erróneo e inútil.

La eficacia de la escuela católica depende de los buenos maestros: no de una metodología nueva, de una pedagogía revolucionaria o de las leyes educativas. Los maestros deben estar bien preparados y llevar una vida moral ejemplar (debemos ser santos) y además, deben arder “en un puro y divino amor hacia los jóvenes” que se nos confían, por amor a Cristo y a su Iglesia.

Con esto, está todo dicho. Para más abundamiento, me remito a lo que ya he escrito recientemente:

Solo cambiando la educación se puede cambiar el mundo.

La escuela católica: comunión de amor.

Amar a todos siempre.

La escuela modernista.

BIBLIOGRAFÍA

Delibes Liniers, Alicia, La gran estafa. El secuestro del sentido común en la educación. Colección Ensayo. Grupo Unisón Producciones. Madrid, 2006.

Moreno Castillo, Ricardo, Panfleto antipedagógico. Leqtor. Lector Universal. Barcelona, 2006.

Bueb, Bernhard, Elogio de la disciplina. Ediciones Ceac. 2007.

 

 



[1] El autor se olvida, no de manera involuntaria o inocente, de la contribución decisiva del cristianismo a la cultura occidental.

[2] Pelagianismo

19 comentarios

  
Ptolomeo
Usted me habrá de disculpar, pero es usted un retrógrado
30/07/18 12:10 AM
  
Javier Gutiérrez Fernández-Cuervo
¡Qué lenguaje tan duro! Estimado Pedro, gracias por dejar al final las citas de la Divini Illius Magistri del Papa Pío XI, porque me imagino que muchos se habrán marchado molestos a media lectura, como los que no soportaban el lenguaje duro de Cristo, creyendo que lo dicho por ti aquí es sólo tu opinión subjetiva sin fundamento en el Magisterio. Pero lo que es verdad, lo es y punto. De nuevo, gracias por este artículo: Nos sirve muchísimo a todos los que soñamos con una escuela católica. Dios te bendiga.
30/07/18 12:39 AM
  
YH
Totalmente de acuerdo, no entiendo a esas personas que incluso pretenden prohibir los deberes. Siempre he pensado que una buena educación, la disciplina y la constancia son clave en la formación de los niños. Incluso creo que en lugar de psicólogos, lo que haría falta son otros profesores que, como actividad extraescolar impartieran clases particulares a los alumnos más rezagados, menos asignaturas depravadas (lgtbi) y más tutorías para las asignaturas importantes.
30/07/18 9:46 AM
  
Luis Fernando
Benditos los retrógrados, porque no caerán en las garras del Leviatán liberal

Ay de los trolls modernistas, porque son los tontos útiles del NOM.


PD: en algunos casos, muy, pero que muy tontos.
30/07/18 10:48 AM
  
Residente en Fátima
Don Pedro magnifico como siempre. Tengo un niño con 7 años, fuerte carácter, muy listo y mucho genio. Por falta de cachetes no será ni por regañas. Y estoy muy preocupado. Le agradezco un breve consejo si lo estima oportuno.
30/07/18 11:43 AM
  
Alonso Gracián
Si es que es de sentido común. Que los alumnos se porten bien, trabajen en silencio, aprendan, respeten al profesorado, adquieran una sólida formación, y además en católico. ¿Quién no quiere eso? Lo demás son castillos en el aire.

Gran post.
30/07/18 11:51 AM
  
María-Ar
Es una radiografía de mi país... así estamos...
+
30/07/18 11:55 AM
  
Fer
No olvide mencionar que las escuelas "católicas" -en muchos y bien nombrables casos- se han degradado en meros NEGOCIOS. La educación dejada en segundo lugar y la evangelización, en tercero frente al dinero. La "educación" viene "vendida" según las modas obedientes a la "oferta y la demanda" (mundanas); no, según el Evangelio.

30/07/18 3:10 PM
  
cosmico
Excelente artículo (con una salvedad). Frecuentemente los padres tienen que desautorizar e incluso increpar, con firmeza y suavidad, a los profesores y lo hemos hecho: 1) Cuando pretenden meterles ideología de género; 2) Cuando pretende que milagros como la multiplicación de los panes no es más que un simbolismo del "compartir"; 3) Cuando se equivocan al corregir una prueba groseramente... Ya sé que el artículo se refiere a otra cosas, pero creo que es bueno aclararlo.
______________________________
Pedro L. Llera
Completamente de acuerdo.
El domingo pasado, el cura que dijo la misa en el pueblo donde estoy pasando las vacaciones era un modernista de libro y explicó la multiplicación de los panes y los peces exactamente como usted señala. Pero claro... Ya empezó dando la bienvenida "a todos y a todas". A partir de ahí, tenía que haber salido de la Iglesia.
30/07/18 5:53 PM
  
Yolanda
Mire por donde, en todo el contenido de este artículo estamos plenamente de acuerdo.

Somos ya muchos los docentes implicados en un movimiento muy reivindicativo y comprometido en primar los contenidos sobre las metodologías, en rechazar las presuntas innovaciones que,encima, suelen ser muy viejas; sólo les cambian el nombre por el de "metodologías activas", que ya Pestalozzi y pedadogos anteriores sugerían (pero pocas prácticas conseguirán un aprendizaje más "activo" que el hincar codos) y luego les asignan a cada una las etiquetas de moda ( ABP, Fipped Classroom; etc etc etc, bobadas) y con eso engañan a muchos padres.

Y lo que es peor: engañan a muchos nuevos docentes recién salidos del cascarón.
30/07/18 9:08 PM
  
Raquel D. Catequista
Excelente!!! Gracias! Qué alegría siento al ver la conciencia con que escribe su artículo tan interesante, para quienes hemos sido Educadores y padres responsables! La educación en otros países, pienso que vienen de regreso de sus inventos y con las manos un poco vacías...
Creo que recibí muy buena formación cristiana ( fliar.), catequística (Icla - Ferve- U.S.Buenaventura) y humana (Abogada- Lic. Humanidades- Espec. en Educación). Trabajé en escuelas y colegios públicos y privados, durante 47 años... . en consecuencia, inicié a los 15 años... hasta los 62. Estudié durante toda mi vida. Mi única hija murió de Ll2 leucemia linfoblástica aguda... y adoptamos un niño muy vivo... a quien libramos de que lo tomara la guerrilla quien lo rondaba..., hoy es profesional en Derecho, Casado con Lic. en Idiomas y adelantan especialidad en Educación pues les place ser Maestros! ... con toda la responsabilidad que hoy en día se necesita cuando no se tiene mucho apoyo en las familias de los educandos. En los días de Cate-crisis... se me ocurrió escribir para las familias sobre mi experiencia Catequística, en poemas. Les presento mi humilde pero orgulloso Archivo de Catequesis: "La vida no sigue igual" . ( siguente)

31/07/18 2:53 AM
  
GS
Hombre Don Pedro, soy docente acá en Colombia y aunque habría que precisar y discutir varios temas que usted toca, más a fondo, estoy de acuerdo con usted y me pareció muy buen articulo. Gracias también por la biografía, ojalá pudiera ampliarla un poco más, pues me pondré en la tarea de profundizar en ella. Gracias. Siga escribiendo artículos como este, por favor.
31/07/18 6:03 AM
  
GS
Fe de Errata, escribí mal Bibliografía.
31/07/18 7:45 PM
  
Oscar
Aqui el sumun, modelo educativo basado en el trivium y quadrivium, y fides y ratio. https://www.scholathomasmorus.at
____________________________________
Pedro L. Llera
Muchas gracias por el enlace. El planteamiento de estos católicos austríacos coincide sobre el papel con los míos.
31/07/18 8:09 PM
  
GS
Muy interesante el enlace que puso Oscar. Leyéndolo en la parte de la pedagogía, habla del discurso como estrategia. ¿Alguno sabe como funciona esto? ¿es parecido al método escolástico de Lectio, Quaestio y Disputatio? ¿Cómo lo aplican?

Gracias
01/08/18 10:35 PM
  
Ricardo de Argentina
Muchas gracias Pedro por este artículo que más que tal, podría tomarse como un Ensayo, y pequeño Tratado o también, como toda una Declaración de Principios.
Conozco el paño porque he tenido que lidiar con escuelas católicas por casi 20 años, mientras se educaron mis hijos en primaria y secundaria. Y como dice MAría-ar, aquí es tal como en España.
03/08/18 9:04 PM
  
Mariana
Excelente artículo.

Mas de una vez he pensado formar un club de amigos de Santo Tomás entre profesores universitarios, para tratar de defender la verdad.

Cuando inicio cursos advierto a mis alumnos que tengo la obligación de exponer la verdad porque también por esto seré juzgada.
08/08/18 11:56 PM
  
David García
Pues si un psicólogo o pedagogo no puede ser "experto" en educación, porque no tiene 20 años de experiencia en educación, por que un sacerdote puede ser "experto" en cómo deve vivirse la sexualidad dentro y fuera de un matrimonio????
Cuantas veces o cuánto tiempo has tratado de aplicar lo que te enseñaron en esos cursos para estar tan seguro de que no funcionan???
10/08/18 7:20 PM
  
Jaume
Todo un libro, gracias. En realidad, todo está orquestado. En pocas palabras: para dominar a un país, cuanto más tonto mejor. Estos métodos seguro que no se siguen en China ni en Israel. Y no lo sé, pero sí en Alemania, España, Francia (ya un poco de vuelta, pues ha prohibido la lectura global "criminal" en febrero, a mitad de curso, por causar tantas dislexias, la lectura global es necesaria para el inglés que es un bochorno de lengua sin reglas fijas de lectura, pero en España con la lectura silábica todos los niños de 3 años ya sabrían leer, pero ridiculizan el ma, me, mi, mo, mu, y los tontos útiles les siguen. En Alemania no se enseña a leer hastas los 6 años, no sea que se traumaticen (es la excusa), pero ahora tienen que importar ingenieros (es lo que quieren). El NOM no quiere una Alemania inteligente. Por lo tanto, la solución es política.
17/08/18 12:37 PM

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.