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11.07.13

La Iglesia manos y pies no cumple su deber

La Hora de los Laicos (15)

Comentarios a la Exhortación apostólica Christifideles laici

Apostolado social y presencia pública de los fieles cristianos laicos

La Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici, puntualiza cinco «criterios de eclesialidad» que permitan a las respectivas instancias eclesiales animar y orientar el discernimiento y reconocimiento eclesial de las asociaciones y movimientos de apostolado seglar.

El quinto criterio de eclesialidad exige:

«comprometerse en una presencia en la sociedad humana, que, a la luz de la doctrina social de la Iglesia, se ponga al servicio de la dignidad integral del hombre. En este sentido, las asociaciones de los fieles laicos deben ser corrientes vivas de participación y de solidaridad, para crear unas condiciones más justas y fraternas en la sociedad» (CL 30).

Los seglares están llamados a dar testimonio y a actuar en la sociedad, no solo como individuos, sino también cuando sea necesario en agregaciones, asociaciones, movimientos y grupos, con apostolado individual o asociativo para que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim, 2, 4), vivir «la fe como virtud pública», a «reconocer los signos de los tiempos… aprovechar las oportunidades y a mirar lejos».

Más aún «los laicos, que tienen responsabilidad dentro de toda la vida de la Iglesia, no solo están obligados a procurar animar el mundo de espíritu cristiano, sino que están también llamados a ser testigos de Cristo en medio de todos, es decir, también en medio de la sociedad humana» (Gaudium et Spes, 43d).

La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) es obligatoria para todos los bautizados que deben vivir y actuar según sus principios. La Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) define así a la DSI:

«es la enseñanza moral que en materia social, política, económica, familiar, cultural, realiza la Iglesia, expuesta por quien tiene la autoridad y la responsabilidad de hacerlo.»

La enseñanza y la difusión de la Doctrina Social de la Iglesia forman parte de su misión evangelizadora. Juan Pablo II, habla del anuncio de la DSI; expresión llamativa porque implica analogarla al anuncio del Evangelio, de lo que se deduce que la DSI tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización (Centesimus Annus, 54).

Consecuentemente, animando el mundo de espíritu cristiano, «tendrán que descubrir, cada vez mejor, la vocación propia de los laicos, llamados como tales, a “buscar el reino de Dios», tratando las cosas temporales y ordenándolas según Dios” (Novo Millenio Ineunte, 46), y también a llevar a cabo «las tareas propias en la Iglesia y en el mundo… con su acción para la evangelización de los hombres» (ib.).

«En el contexto de las perturbadoras transformaciones que hoy se dan en el mundo de la economía y del trabajo, los fieles laicos han de comprometerse, en primera fila, a resolver los gravísimos problemas de la creciente desocupación, a pelear por la más tempestiva superación de numerosas injusticias provenientes de deformadas organizaciones del trabajo, a convertir el lugar de trabajo en una comunidad de personas respetadas en su subjetividad y en su derecho a la participación, a desarrollar nuevas formas de solidaridad entre quienes participan en el trabajo común, a suscitar nuevas formas de iniciativa empresarial y a revisar los sistemas de comercio, de financiación y de intercambios tecnológicos.

Con ese fin, los fieles laicos han de cumplir su trabajo con competencia profesional, con honestidad humana, con espíritu cristiano, como camino de la propia santificación, según la explícita invitación del Concilio» (CL, 43).

Juan Pablo II, en su homilía conclusiva del Sínodo de 1987 calificó al seglar cristiano como el nuevo protagonista de la historia, cuando afirmó:

«He aquí al fiel laico lanzado en las fronteras de la historia: la familia, la cultura, el mundo del trabajo, los bienes económicos, la política, la ciencia, la técnica, la comunicación social, los grandes problemas de la vida, de la solidaridad, de la paz, de la ética profesional, de los derechos de la persona humana, de la educación, de la libertad religiosa».

Ante el egoísmo y la dominación que se erigen como tentaciones importantes en los hombres, se hace también necesario un discernimiento cada vez más afinado, para poder comprender en su raíz las nacientes situaciones de injusticia e instaurar progresivamente una justicia siempre menos imperfecta.

Luminarias en la noche (cf. Flp 2, 15). «Es difícil encontrar una metáfora evangélica más adecuada y bella para expresar la dignidad del discípulo de Cristo y su consecuente responsabilidad», (Juan Pablo II, homilía a los laicos, Toledo, 4-11-1982).

El problema estriba, en la interpretación y aplicación y a los fines que se orienta la DSI, por lo que los fieles laicos empeñados en lo social, no pueden olvidar el problema de la contaminación cultural, siendo por lo tanto necesario que se ponga gran atención a su acción, para que ésta pueda ser, incluso culturalmente, reconocida de una manera clara como autentico testimonio cristiano, que no acepta tratados dialógicos ni compromisos (cf. Dominus Iesus).

Por eso interesa señalar lo que no es la DSI, y, no es pues, un conjunto de recetas prácticas para resolver la «cuestión social», no es una «ideología» ni contiene elementos ideológicos, y no es una «tercera vía», un punto medio o «modelo alternativo», sino una doctrina que los trasciende, por esa misma razón, la DSI

«no propone ningún sistema particular, pero, a la luz de sus principios fundamentales, hace posible, ante todo, ver en qué medida los sistemas existentes resultan conformes o no a las exigencias de la dignidad humana»(Libertatis conscientia, 74).

Tenemos una DSI con las directrices de los Papas y de los obispos, la Iglesia cabeza ha cumplido ciertamente con su deber, pero si los intelectuales católicos no la estudian, si los fieles no la leen, si los empresarios católicos no la practican, si los obreros católicos no la propagan entre sus pares, estamos perdidos. La Iglesia manos, la Iglesia pies, no ha cumplido con su deber. «Si la Iglesia quiere llegar a las estructuras del mundo, lo hará por el laicado o no lo hará» (Cardenal Quarracino).

La vida cristiana laical es el mejor antídoto contra el cáncer devorador de la corrupción moral que corroe las entrañas de la sociedad actual.

8.07.13

La doctrina del odio

El Sacrosanto Concilio Vaticano II dice:

«La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios (San Agustín, De civ Dei, 18, 52, 2; PL 41, 614), anunciando la cruz del Señor hasta que venga (1 Cor 11, 26). Está fortalecida con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos» (Lumen Gentium, 8).

Ya desde sus inicios la Iglesia de Cristo tuvo que enfrentar diversos errores y herejías. Las epístolas de San Juan, San Pablo y San Pedro dan cuenta de ello. Las definiciones de la Iglesia son frecuentemente provocadas por el brotar de los errores. No indican pues una novedad en la Fe de la Iglesia, sino más bien fuera de ella: en el campo oscuro de las negaciones y de las herejías.

Jesús ya avisó a sus discípulos que como Él ya había sido perseguido lo serían también ellos, simplemente porque predicaban una doctrina en la que condenaba al malvado. Los fariseos y los escribas, sobre todo en el último año de su predicación no tienen más que un objetivo: desacreditarlo ante el público que le escucha con gusto, por eso no debemos extrañarnos de que hoy mismo haya muchos y muy poderosos enemigos de Jesús, de su Iglesia, y de los responsables más conspicuos de la misma.

Desde sus inicios la Iglesia esposa de Cristo, ha experimentado la persecución constante de tres enemigos, y por eso estamos siempre en «lucha con la carne, con el mundo y con el diablo» (Trento: Dz 1541). Así nos lo enseña Jesús en varias ocasiones, concretamente en la parábola del sembrador (cf. Mt 13, 1-8. 18-23). Los tres enemigos están aliados contra el cristiano y atacan a éste con una coordinación permanente, reforzándose mutuamente.

Jesús, al anunciar persecuciones a sus discípulos, habla muy claramente de la persecución del mundo (Jn 15, 18-21).

Toda la vida cristiana, vivida con fidelidad, es, pues un martirio continuo, es un testimonio permanente de la verdad del Evangelio, es una ofrenda espiritual que no cesa, siempre impulsada por Cristo desde su Cruz y su Eucaristía (cf. Iraburu, El martirio de Cristo y los cristianos).

El prejuicio político del Imperio Romano contra el cristianismo, ponía a los hijos de Dios «en el trance de volver al paganismo o morir», experiencia martirial «que no es característica sólo de la Iglesia de los primeros tiempos, sino que marca también todas las épocas de su historia» (Juan Pablo Magno, 7-V-2000).

Bajo el principio de «quien no está con nosotros es nuestro enemigo», 27 millones de cristianos durante el siglo XX fueron víctimas de las ideologías totalitarias. El marxismo que en su concepción totalitaria identifica sociedad con Estado, ha buscado no sólo manipular obispos, sacerdotes y fieles a favor de su ideología, sino incluso dirigir la Iglesia como ocurrió en Polonia, Hungría y otros países de la Cortina de Hierro, formando «iglesias católicas» paralelas.

En China donde Mao Tse Tung en 1957 ordenó la creación de la Asociación Patriótica, una «iglesia nacional» títere para colaborar con el Estado en orden a levantar una nueva China y someter a la jerarquía y los católicos a la dictadura comunista, obispos fieles a Roma fueron obligados por los comunistas a consagrar obispos y ordenar sacerdotes para tal Asociación Patriótica. La Iglesia fiel a Roma sufre hasta hoy persecución.

Pero no solamente tras la Cortina de Bambú, hoy por hoy, en varios países hispanoamericanos, empleando los viejos métodos totalitarios y buscando controlar también la Iglesia, varios de los gobiernos donde actúa el «socialismo del siglo XXI» están buscando el control del clero mediante el soborno, o, el establecimiento de «iglesias nacionales independientes».

El obispo auxiliar de Managua, Nicaragua, denunció «que el gobernante Frente Sandinista compra con dinero y prebendas la voluntad de líderes católicos y párrocos con el objetivo de que no critiquen la gestión del presidente Daniel Ortega o que callen ante acciones que sectores de la sociedad civil y de la oposición han considerado autoritarias», otros prelados nicaragüenses han denunciado también acoso y amenazas a sus sacerdotes.

Recientemente, como en su momento había procedido Chávez en Venezuela creando la herética y disidente colaboracionista «Iglesia Católica Reformada», en Bolivia, junto a los intentos de dar forma a una nueva religión de Estado sincrética y panteísta con el culto a la Pachamama, se ha procedido a conformar una pseudo iglesia, llamada «Iglesia Católica Apostólica Renovada del Estado Plurinacional de Bolivia».

«Estamos en el glorioso tiempo de los mártires, pero estamos también en el vergonzoso tiempo de los apóstatas» (Iraburu, El martirio de Cristo y los cristianos).

4.07.13

«¡La Iglesia a sus sacristías!»

«La corrupción no es un acto, sino un estado personal y social en el que uno se acostumbra a vivir». Estas palabras tan vigentes en la sociedad actual las escribió el propio Papa Francisco cuando todavía era arzobispo de Buenos Aires.

Y recientemente el Santo Padre reflexionó así:

«Judas empezó, de pecador avaro terminó en la corrupción. El camino de la autonomía es un camino peligroso: los corruptos son grandes desmemoriados, han olvidado este amor, con el cual el Señor ha plantado la viña, ¡los ha hecho a ellos!».

Los corruptos, dijo el Papa,

«¡han cortado la relación con este amor! Y ellos se convierten en adoradores de sí mismos. ¡Cuánto daño han causado los corruptos en las comunidades cristianas! Que el Señor nos libre de resbalar en este camino de la corrupción».

Lo mismo podríamos afirmar de muchos de nuestros países, la corrupción está generalizada, el vicio acampa por nuestras ciudades, la institución familiar se descompone rápidamente, la niñez es carne de prostitución, los negocios fraudulentos forman el tejido económico, la justicia ejercida en los tribunales deja todo que desear, nuestra sociedad está moralmente enferma.

¿Y que la Iglesia se meta en sus sacristías? Eso es lo que anhelan los corruptos.

A los obispos colombianos, les dijo Juan Pablo II:

«Si los países se hallan en descomposición, allá debe presentar la Iglesia los verdaderos remedios ofrecidos por Jesús, la Iglesia ha de estar presente en un periodo en que decaen y mueren viejas formas, según las cuales el hombre había hecho sus opciones y organizado su estilo de vida, y ha de inspirar las corrientes culturales que están por nacer en este camino (…). No podemos llegar tarde con el anuncio liberador de Jesucristo a una sociedad que se debate en un momento dramático y apasionante entre profundas necesidades y enormes esperanzas. Se trata de una coyuntura socio-cultural que se presenta como una ocasión privilegiada para seguir encarnando los valores cristianos en la vida de un pueblo, e impregnar todos los ambientes con el anuncio de una salvación integral. Ningún aspecto, situación o realidad humana puede permanecer fuera de la misión evangelizadora».

Quien examine la actuación pública de la Iglesia, observará que está activamente presente en las reuniones de las Naciones Unidas, en las asambleas mundiales sobre la mujer, sobre el obrero o sobre el inmigrante, ofreciendo su clara opinión.

Ya en 1891 que León XIII en su encíclica Rerum Novarum, expuso la sociología más avanzada, produciendo una inquietud punzante en los propietarios y latifundistas que abusaban del obrero, señalando las líneas maestras de un arreglo de la detonante cuestión obrera equivocadamente señalada como lucha de clases.

Los Papas siguientes han revelado las injusticias sociales, con toda clase de pelos y signos y han pretendido señalar claras soluciones en las encíclicas que denuncian los abusos que emanan de todas partes, de los empresarios, de los políticos, de los obreros y de los vagos, hasta la mágica encíclica de Juan Pablo II sobre el valor y la calidad del trabajo humano del 14 de septiembre de 1981, que nos regala esta breve y sustanciosa afirmación:

«El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Asimismo, cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia, mayor fraternidad y un más humano planteamiento en los problemas sociales, vale más que los progresos técnicos. Pues dichos progresos pueden ofrecer, como si dijéramos, el material para la promoción humana, pero por sí solos no pueden llevarla a cabo» (Gaudium et spes, 35).

La Iglesia en todo momento debe ser el Buen Pastor para todos: empresarios, políticos, obreros, hombres y mujeres, ricos y pobres.

1.07.13

Eficaz remedio para Iglesias débiles o enfermas

Los milagros sí suceden es el edificante libro de la M. Briege McKenna, OSC, que he releído varias veces, y a quien tuve la gracia de saludar personalmente durante el 50.º Congreso Eucarístico en Dublín en junio del pasado año.

En el prefacio del libro, el P. Francis A. Sullivan S.J., dice:

«Sor Briege ha ejercido un ministerio con los sacerdotes y a favor de los sacerdotes -por tal cantidad de ellos y en tantos lugares del mundo- que no dudo en afirmar que ninguna mujer ha conmovido y cambiado la vida de tantos sacerdotes como ella lo ha hecho. Y me alegra poder decir que yo soy uno de ellos».

Sor Briege McKenna, de las Hermanas de Santa Clara, nacida en Irlanda, en 1970 después de sufrir durante más de tres años de artritis deformante, fue sanada milagrosa e instantáneamente durante la celebración de la Eucaristía. Cuenta en su libro la historia de su encuentro con el poder sanador de Dios, en ese escrito y en otros, comparte sus enseñanzas sobre la fe, el poder sanador de la Eucaristía, y el misterio de la vocación sacerdotal.

El mayor beneficio que pueda concedernos Dios es que podamos hallarle en cualquier momento de la vida. Dios está presente en el campo y en el mar, en el ómnibus que nos lleva a la casa y en el jardín donde nos sentamos a descansar, en lo más alto de las nubes y en lo más profundo de un volcán.

Y de un modo especial y más real en el sagrario, allá Cristo en forma de pan está tan presente como en los campos de Galilea al tiempo de su predicación y tan presente que en el Calvario muerto por nuestra salvación. En el sagrario está vivo como en un palacio donde nos aguarda para escucharnos, atendernos, consolarnos, fortalecernos.

Hoy en día pareciera

«que no pocas Iglesia locales aceptan en la práctica configurarse al modo protestante… Hay Iglesias católicas locales agonizantes, debido a la abundancia del error. Esto es una verdad evidente» (Autoridad apostólica debilitada, José Mª Iraburu), «cuántas miserias inmensas de ciertas Iglesias locales se explican hoy principalmente porque les falta humildad necesaria para volverse al Señor en una actitud profundamente suplicante» (Oraciones de la Iglesia en tiempos de aflicción, José Mª Iraburu).

Antiguamente existía la devoción al Santísimo Sacramento por medio de las Horas Santas que consistían en pasar los 60 minutos entre meditaciones, canciones, plegarias, sobre todo en avivar la fe, de que allá mismo, en la Hostia expuesta en la custodia estaba realmente Cristo. Era muy frecuente la visita al Santísimo oculto en el sagrario cada vez que se pasaba delante del templo, y se entraba en él, para conectar con Jesús.

Una devoción preciosa y utilísima porque enciende el alma en el amor de un Dios que nos busca en todos nuestros caminos.

Con motivo de la festividad del Corpus Christi de 1996, 28 de mayo, el Beato Juan Pablo II ha recomendado esta búsqueda de Jesús y la permanencia de un rato con él. Exhorta

«a los cristianos visitar regularmente a Cristo presente en el Santísimo Sacramento del altar, pues todos estamos llamados a permanecer de manera continua en presencia de Dios, gracias a Aquel que permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos.

A través de la contemplación, los cristianos percibirán con mayor profundidad que el misterio pascual está en el centro de toda la vida cristiana. Este hecho los lleva a unirse más intensamente en el misterio pascual y a hacer del sacrificio eucarístico, don perfecto, el centro de su vida, según su vocación específica, porque “confiere al pueblo cristiano una dignidad incomparable” (Pablo VI, Mysterium fidei, 37).

En efecto, en la Eucaristía Cristo nos acoge, nos perdona, nos alimenta con su palabra y su pan, y nos envía en misión al mundo; así, cada uno está llamado a testimoniar lo que ha recibido y a hacer lo mismo con sus hermanos. Los fieles robustecen su esperanza, descubriendo que, con Cristo, el sufrimiento y la tristeza pueden transfigurarse, puesto que con él ya hemos pasado de la muerte a la vida. Por eso, cuando ofrecen al Señor de la historia su propia vida, su trabajo y toda la creación, él ilumina sus jornadas» (Mensaje de Juan Pablo II a monseñor Albert Houssiau, obispo de Lieja, en el 750 aniversario de la fiesta del Corpus Christi, 28-5-1996, nn. 6-8).

Comunicarse en amor con Jesús acudiendo a sus sagrarios, y dedicando mente y corazón con plenitud a su persona enriquece fabulosamente el alma, pero ¿qué frutos ha de sacar quien no se acuerda de que Jesús le espera en un sagrario cualquiera, que desea llenarle de todos los bienes espirituales y materiales, que desea hacer gustar su intimidad tan sabrosa, que engendra en el alma una dulce esperanza?

«La Iglesia nos manda asistir a Misa no porque Jesús nos necesite, sino porque, como toda buena madre, la Iglesia sabe que nosotros necesitamos del Pan de Vida para vivir en un mundo que Jesús mismo nos dijo que nos odiaría tanto como lo odió a Él» (Los milagros si suceden, M. Briege McKenna).

«Reconocer la gravedad de los males presentes, tanto en e mundo como en la Iglesia, es completamente necesario para que la súplica se alce a Dios y se eleve con fuerza y perseverancia», «acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y obtener la gracia en el auxilio oportuno» (Heb 4, 16) (Oraciones de la Iglesia en tiempos de aflicción, José Mª Iraburu).

Pregúntese cuáles horas y cuántas ha pasado Usted ante el sagrario solamente para dialogar con Jesús, y se dará cuenta de por qué está Usted tan triste, tan desolado, tan desconfiado, es que no quiere buscar ni hallar a Dios con su alegría.