Jesucristo, Rey del Universo, liberalismo político y esperanza cristiana

Negada la autoridad y ley divina como principio eficiente y ejemplar de toda autoridad y legislación humana, implícita en la negación de la autoridad de Cristo y de su Iglesia, se hace imposible el reconocimiento de la ley natural como expresión en la razón humana de la Ley divina eterna.

El pasado domingo culminó el año litúrgico con la celebración de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. El Papa Pío XI, mediante la encíclica Quas primas, instituyó la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, el 11 de diciembre de 1929. El mismo Pontífice que, ante la confianza generalizada del advenimiento de la paz luego de la terrible experiencia de la primera guerra mundial, afirmó claramente que no habrá paz verdadera sino en el reinado de Cristo (“la paz de Cristo en el Reino de Cristo”), como previendo la segunda confrontación bélica mundial iniciada diez años más tarde y todas las guerras y revoluciones, injusticias y atropellos de los tiempos contemporáneos, es el que proclama al mundo entero que Jesús, nuestro Señor, es el Rey de todos los hombres y que sólo reconociéndolo por la fe, entrando en su Reino que es la Iglesia, por medio de la penitencia y el Bautismo y obedeciendo a su ley como libre respuesta de amor al Amor infinito y misericordioso de su Sagrado Corazón, los individuos y las naciones vivirán en la verdadera paz y gozarán de los bienes mesiánicos prometidos y anunciados en la Sagrada Escritura.

En relación a la universalidad del Reino de Cristo, el Papa Pío XI cita lo enseñado un poco antes por el Papa León XIII, en la encíclica Annum Sacrum, con la cual fundamentó su acto de consagración del mundo entero al Sagrado Corazón de Jesús:

“El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el Bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano”.

En la  misma línea de León XIII, Pío XI enseña que el fundamento del Reinado universal de Jesucristo, con su correspondiente potestad legislativa, judicial y ejecutiva sobre todos los hombres, está en el Ser personal divino de Cristo y en su sacrificio y muerte redentora en la Cruz. En efecto, todos los hombres pertenecen a Jesucristo por derecho de naturaleza y por derecho de conquista. Respecto de lo primero, dice Pío XI:

“Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: ‘Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza’. Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática (unidad, en el Ser personal de Cristo, de la naturaleza divina y de la naturaleza humana; unidad por la cual la humanidad de Cristo es y obra en virtud del Ser personal divino de Jesús). De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas”.

Y respecto del segundo derecho, enseña:

“Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojala que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin mancha (I Pedro, 1, 18-19). No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado a precio grande (I Cor. 6, 20); hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo (I Cor. 6, 15)”.

San Agustín, citado por León XIII, en la Annum sacrum, decía:

“¿Buscáis lo que Jesucristo ha comprado? Ved lo que El dio y sabréis lo que compró: La sangre de Cristo es el precio de la compra. ¿Qué otro objeto podría tener tal valor? ¿Cuál si no es el mundo entero? ¿Cuál sino todas las naciones? ¡Por el universo entero Cristo pagó un precio semejante!” (Tract., XX in Joan.).

Es verdad, por tanto, que todos los hombres pertenecen a Cristo, Rey del Universo, pero también es evidente que no todos le reconocen aún como el Señor. Al respecto enseñaba Santo Tomás de Aquino: “Todo está sometido a Cristo en cuanto a la potencia, aunque no lo está todavía sometido en cuanto al ejercicio mismo de esta potencia (Suma Teológica,  III,  q. 30, a. 4).

Todo es de Cristo de derecho, pero todavía no de hecho. Y, aunque actualmente no sea reconocido y obedecido como Rey de los hombres, por la permisión divina del misterio de la iniquidad que, predicha en la Escritura, debe cumplirse de modo supremo en nuestros tiempo, es necesario saber por la fe que sí reinará en la historia como cumplimiento perfecto de los misterios de la Encarnación del Verbo y de la Redención del hombre. Asumida la naturaleza humana en el Ser personal divino del Hijo eterno del Padre, sanada y elevada al orden de la vida divina la naturaleza humana por la gracia que Cristo nos mereció por su sacrificio y muerte redentora en la Cruz, lo que debe suceder es que Cristo reine en los individuos, la familia y la sociedad civil, mediante su Iglesia, en la historia.

Este mundo fue redimido por Cristo, por tanto este mundo debe ser plenamente de Cristo. Y reinará a partir de la manifestación plena del Amor divino y humano de su Corazón Sagrado, por la cual se dará la libre respuesta de amor y obediencia de los hombres a Jesucristo en su Iglesia, Reino de Cristo ahora germinalmente presente y operante en el mundo y, luego, en la plenitud de la historia, Reino consumado en el que los individuos que son suyos y las naciones reconocerán al Señor y reinarán con Él para siempre.

Pío XI fundaba también la conveniencia de la institución de la Solemnidad litúrgica de Cristo, Rey del Universo, en la necesidad de salir al paso del “laicismo” (o liberalismo político), aquella perversión del orden moral y político según la cual los hombres en su vida político-social deben prescindir de la autoridad y la ley de Dios, negándola derechamente o reduciéndola al ámbito de la vida privada.

León XIII, en la encíclica Libertas praestantissimum, había descrito el liberalismo (o naturalismo) político como un racionalismo en política, esto es, autonomía absoluta de la libertad y ley humana respecto de la ley divina (no sólo de la ley divina revelada, sino también de la ley natural, que es participación racional de la Ley eterna) en virtud de la misma autonomía de la razón humana ante la verdad, natural y sobrenatural, del ser de Dios y del hombre en su relación con Dios. En otras palabras, el liberalismo político es la aplicación al ámbito de la vida práctica moral, particularmente política-social, del racionalismo o naturalismo operado en el ámbito de la vida teorética por la filosofía racionalista moderna, negadora de la fe y de la natural capacidad metafísica del hombre. Este gravísimo error moderno –concreción histórico-política del misterio del pecado original, consistente en la desobediencia a Dios, rechazo de su ley, basada en la soberbia pretensión de ser como Dios, determinante absoluto del bien y del mal– imposibilita radicalmente la plenitud y felicidad humana.

Negada la autoridad y ley divina como principio eficiente y ejemplar de toda autoridad y legislación humana, implícita en la negación de la autoridad de Cristo y de su Iglesia, se hace imposible el reconocimiento de la ley natural como expresión en la razón humana de la Ley divina eterna y, consiguientemente, aquella “obediencia de la fe” por la cual los hombres reciben la Verdad y la Gracia que proceden de Cristo en la Cruz. Privados de la luz de la Verdad y de la fuerza de la Gracia, los hombres permanecen en la oscuridad y el desorden de su naturaleza herida por el pecado, enfrentados entre sí y peligrosos unos para otros en virtud de la triple concupiscencia del mundo:  La concupiscencia de la carne (deseo desordenado de los placeres de este mundo), la concupiscencia de los ojos (codicia de los bienes de este mundo) y la soberbia de la vida (rechazo de la autoridad y obediencia a Dios por la soberbia exaltación del hombre por el hombre) (Cf. I Jn. 15-17).

Desvinculada la autoridad y la ley humana de la autoridad y ley de Cristo, la primera se convierte en totalitaria, vulnera el bien humano y hace imposible la justicia y la paz. Negado el señorío de Cristo y la autoridad de su Iglesia por el mundano liberalismo político, los individuos y las sociedades no tendrán la paz verdadera. Paz que San Agustín definía como “la tranquilidad en el orden”. Profunda paz, consecuencia de la justicia con los hombres, verdadera justicia que solamente será posible si se cumple la justicia con Dios. Pero la paz de Cristo en el Reino de Cristo es actualmente impedida radicalmente por el liberalismo político, eco lejano de aquel soberbio y autosuficiente grito de los judíos a Pilato “Si sueltas a ése, no eres amigo del Cesar; todo el que se hace rey se enfrenta al Cesar. Y, “no queremos que el reine sobre nosotros, porque “no tenemos más rey que el César” (Jn. 19, 12-16).

La esperanza cristiana del reinado efectivo de Cristo en la historia da sentido al apostolado cristiano en todos los ámbitos, también en el político-social, educativo, cultural, etc., porque la certeza del triunfo de Cristo y su Iglesia en el mundo –en su Reino de gracia, verdad, justicia, amor y paz– funda la convicción de que todo lo sembrado con sacrificio, en el desprecio, burla y persecución del mundo anticristiano, florecerá para gloria de Dios y bien de los hombres en el Reino de Cristo, que no tendrá fin.

 

Leonardo Bruna Rodríguez

Publicado en Viva Chile

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3 comentarios

Ricardo de Argentina
Muy buen artículo. Dice verdades grandes como una montaña.

Lo curioso es que sabiendo los católicos todas estas cosas, no nos propongamos como deber y obligación conquistar la potestad civil para Cristo.
Y más todavía con la ya larga experiencia histórica de gobiernos enemigos de Cristo que han llevado a la perdición a multitudes de almas de la otrora Cristiandad.
25/11/10 2:02 PM
Lucas
Enhorabuena. Excelente artículo.
25/11/10 11:40 PM
Buen trabajo Bruno.
Combinas muy bien la filosofía con la fe, incluso resulta hasta motivante.
1/12/10 4:26 PM

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