¿Una Teología sin Dios?

¿Una Teología sin Dios?

Me encuentro por casualidad, en una tienda de segunda mano en el centro de Málaga, perdido en un revoltijo de libros usados, un número de la famosa revista internacional de Teología Concilium. Me incitó a la cursiosidad y me lo llevé por una cantidad voluntaria. Aproveché el viaje del tren de vuelta para darle un vistazo, que luego siguió con una lectura más detallada.

Se trataba del número 273 de noviembre de 1997. Está dedicado monográficamente al tema de «El retorno de las plagas».

Es sabido que la mítica revista fue fundada en 1965, en pleno fervor conciliar de renovación, aggiornamento, y ecumenismo, por los grandes nombres del progresismo teológico del momento, imbuidos en aquella época en el «espíritu del concilio»: Congar, Küng, Metz, Rahner, Shillebeeckx... En general tuvieron un fuerte influjo como peritos conciliares. Algunos de ellos, fueron amonestados luego por dudas sobre su ortodoxia y alguno (Küng) terminó de facto fuera de la iglesia católica. Otros, como Ratzinger, se alejaron vislumbrando unas tendencias con las que no se identificaban.

En el número en cuestión aparecen nombres clásicos (Rahner, Metz) y dos españoles (Gaspar Mora y Marciano Vidal).

Una lectura general, sin recurrir a cotejarla con otros textos ni consultar bibliografía, me conduce a ciertas conclusiones.

Hay que empezar reconociendo que son autores con un elevado nivel intelectual y un amplio currículum. El estilo es riguroso, apoyado en bibliografía; el estilo académico propio de las revistas especializadas.

Por supuesto, se encuentra aquí y allá, algún fragmento que chirría como un gozne mal engrasado con la ortodoxia o, al menos, ambiguo o atrevido. Cito unos cuantos:

«El cristianismo perdió muy pronto su elemental sensibilidad hacia el sufrimiento (...) se transformó de una religión primariamente sensible al sufrimiento en una religión primariamente sensible al pecado» (Metz, p. 18).

«Son inadecuadas las reacciones religiosas tradicionales (...) lo único que ayudará a salir de aquí será la solidaridad, el análisis de las causas, la acción sin demora y el tomar partido en favor de las víctimas» (Häring, 60).

«Esta conexión indebida entre SIDA e inmoralidad ha pretendido apoyar posturas de involucionismo moral y de rechazo de la justa autonomía moral conseguida en las últimas décadas» (Marciano Vidal, p. 124).

«El Concilio Vaticano II consagró el acento esencialmente antropológico de la experiencia cristiana (...) a base de superar la disyuntiva entre don de Dios y libertad humana que había envenenado todo el proceso de la modernidad» (Gaspar Mora, p. 25).

Dejo estas frases sin comentario, aunque cada una de ellas lo merece.

Pero lo más llamativo, en general, no son estos conatos de heterodoxia o ambigüedad, sino el hecho de que, siendo supuestamente una revista de Teología católica, apenas se note el punto de vista católico (excepto en algún artículo o algunos párrafos). Quiere esto decir que son textos que podía haber escrito un protestante o un increyente. Se habla del tema de las plagas aportando ideas de interés y abriendo debates de calado, pero se hace, sobre todo, desde un punto de vista sociológico, económico, incluso médico; alguno adopta un punto de vista bíblico, pero es lo excepcional. Además, hay en ellos poca «sustancia teológica», si se me permite la expresión. Poca presencia de Dios, de Cristo, de la Virgen, cuyos nombres se mencionan muy parcamente. Cuando se abordan temas morales, algunos términos clásicos brillan por su ausencia: pecado original, redención, salvación, justificación, expiación, caridad. Parece que estas palabras se quieren omitir como antiguallas que, superadas por la modernidad, han quedado atrás. Cuando se habla del mal, del pecado, se insiste en el pecado colectivo o en el pecado estructural, en los que el pecado personal parece diluirse. No aparece apenas el elemento sobrenatural ni la oración.

La impresión a la que llego, después de la lectura de este antiguo número de Concilium, es la siguiente: la Teología católica progresista (o el intelectual católico progresista en un sentido más general) está cansada de sí misma, después de varias décadas dando vueltas a los mismos temas y problemas, sin llegar a ninguna conclusión ni logro. Se hacen mayores y no ven que haya continuidad en su labor. «El progresismo -dice un cura amigo- tiene el gran problema de no tener vocaciones». Los antiguos teólogos de la liberación, como el inevitable Boff, de hablar de los oprimidos han pasado a la «comunión con la Madre Tierra», a la «caridad con el planeta», etc.

Parece que hablar de Dios, de la Gracia, de redención les aburre y, así, se va elaborando una especie de Teología sin Dios, que es algo que, como dijo el castizo, no puede ser y, además, es imposible.

 

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