Junto a María, abrazados a Jesús, el Amor que enamora
Nuestra Señora de la Cristiandad, Luján, agosto 2025

Junto a María, abrazados a Jesús, el Amor que enamora

Dios, que jamás se deja ganar en generosidad, me hizo unos regalos espléndidos: queridos hijos –algunos de los cuales, son a su vez hijos de otros hijos espirituales- me anunciaron que, Dios mediante, el año próximo entrarán como postulantes en diversas congregaciones religiosas.

Dios, Nuestro Señor, nos da en su Iglesia todas las verdades reveladas, y todos los medios de salvación. En ella, la Nave que atraviesa todos los temporales, y avanza firme hacia la orilla de eternidad, tenemos lo necesario para darle gloria a la Trinidad Santísima; purificarnos y sanarnos en la marcha, y aguardar –siempre con humildad y arrepentimiento- lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman (1 Cor 2, 9). Las peregrinaciones son, entonces, un símbolo del católico que camina por este mundo, con búsqueda ardiente de la Patria futura; porque nosotros no tenemos aquí nuestra Patria definitiva, sino que buscamos la venidera (Heb 13, 14). Por eso, repetimos: “¡Qué alegría cuando me dijeron: “vamos a la Casa del Señor”! (Sal 122, 1). Y lo volvimos a hacer en la peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad; que acaba de concluir, y que recorrió, desde Rawson, en Buenos Aires, hasta Luján, más de cien kilómetros, para ir al encuentro de María, abrazados a Jesús, el Amor de los amores.

      Nuevamente, miles de peregrinos en tres días llenos de Fe y de Patria, ofrecieron sus oraciones, penitencias y sacrificios para ser sanados por el camino, como los leprosos del Evangelio (cf. Lc 17, 11-19); y tributarle al Señor el perfecto culto de Adoración con la Santa Misa. Y, por ello mismo, mostraron otra vez su firme decisión de nadar contra la corriente. Eligieron los ruegos al Dios verdadero, al enteramente Otro, frente a un mundo que confía en la “autoayuda”. Optaron por la humillación y el reconocimiento de sus faltas, para ser sanados por la Confesión; y no por “terapias” alternativas, generalmente muy costosas, que no perdonan los pecados. Se mostraron, sin estridencias, como diferentes; frente a un globalismo anticristiano y, por lo tanto, antihumano, que hace de la “diversidad” el ensalzamiento de lo antinatural. Se animaron a cargar hasta el tope las tinajas, para que el Señor haga el milagro del Vino nuevo y definitivo.

     Cada peregrino es único e irrepetible. Y, por supuesto, cada historia tiene el sabor de lo exclusivo; aunque, claro está, existan no pocas coincidencias. Están los practicantes, convencidos y todo terreno, que aportan con entusiasmo su experiencia, y que crecen, también, en el camino de la santidad. Están los recién convertidos que, de vuelta del ateísmo, la herejía y los más variados vicios, encuentran el rumbo correcto. Están los que han recibido, durante años, una paciente formación religiosa en sus bien constituidos hogares. Y están los huérfanos, con padres vivos, que sin hogares accedieron a la fe por las redes sociales; y que, como niños con juguetes nuevos, hacen de la marcha su mejor “me gusta” …

     Síntesis de la vida misma, hay de todo por el camino. Fervor desbordante, y tedio desafiante; fuerzas incontenibles y fatigas; bienestar espiritual que se traduce, por cierto, en el físico, y dolores y cansancios. Pero como no se trata de una competencia deportiva, para ver quién es el ganador; ni de un certamen de resistencia, para aparecer en algún libro de récords, todo ello se ofrece a Quien todo lo padeció por nosotros. Y aunque en algún momento sea objeto de comentarios y hasta de alguna inocente ocurrencia, lo más hondo se reserva para el silencio, que se hace obsequio frente al Santísimo.

      Hubo jóvenes llegados de las más diversas latitudes de Argentina; con enormes sacrificios materiales. Y estuvieron, asimismo –casi hasta puede decirse que no se hubiese realizado la “Pere” sin ellos-, nuestros queridos veteranos del Capítulo “Santiago Apóstol”, de La Plata, con un promedio de edad bien superior a los 40 años; y que, con simpatía, fue apodado el Capítulo “Matusalén”.

      Una treintena de sacerdotes, argentinos y del exterior, también peregrinaron. Y, por supuesto, confesaron y celebraron la Santa Misa. Hubo, entre ellos, algunos muy jóvenes, y otros mayores. Desde misioneros en barrios europeos asediados por el materialismo, la falta de fe y la embestida mahometana; hasta apóstoles de barrios y zonas marginales en países sudamericanos. Y todos, claro está, felices de acompañar una manifestación de fe, que crece en número año a año. ¿Que es, ciertamente, minoritaria? Sí, como tantos otros apostolados, en dos milenios de cristianismo. Lo exterior, lo que se ve, lo que se cuenta, jamás será termómetro de lo que no se ve; de aquello que opera el Señor en las almas, y cómo se propaga, aquí y allá, por la comunión de los santos.

     Un servidor, una vez más, tuvo ocasión de acompañar la partida y la llegada. No me fue posible hacerlo en todo el trayecto; en razón de mis otros apostolados. Máxime este año, en que la peregrinación se dio entre dos fiestas de guardar: la Anunciación de la Virgen y un Domingo.

     Dios, que jamás se deja ganar en generosidad, me hizo unos regalos espléndidos: queridos hijos –algunos de los cuales, son a su vez hijos de otros hijos espirituales- me anunciaron que, Dios mediante, el año próximo entrarán como postulantes en diversas congregaciones religiosas. Verles sus rostros radiantes, llenos de amor a Cristo, me hicieron saltar lágrimas de emoción. Porque el Amor sigue enamorando, y llama a los que Él quiere (cf. Mc 3, 13).

      Y me conmovió, también, escuchar de Bernardo, otro querido hijo, que vino a misionar con su familia, varias veces, en mis periféricas parroquias de entonces, desde 2013, expresar su emoción por el ingreso, en las próximas horas, de su hija Bernardita a un convento. “Estoy muy feliz –me confió-. Todo es regalo de Dios. Los padres, la familia, solo debemos generar un ambiente apto para que el llamado del Señor pueda ser escuchado”. Aquella niña que conocí junto a los suyos, hoy adolescente derrocha alegría. Y así fueron todas las horas que compartí en la “Pere”. Seguirían más sorpresas sobre el final.

      En el ingreso a la Basílica de Luján, como todos los años, cantamos el himno “Nos nobis, Domine”; para pedirle al Señor que no a nosotros, sino a su Nombre dé la Gloria. Silencio orante y absoluto de rodillas ante el Santísimo Sacramento, Santo Rosario, y final de tres días inolvidables.

      Al bajar la escalinata, vi a otros dos hijos espirituales; protagonistas de un noviazgo puro, desde hace un par de años. Él, un joven íntegro, honrado de su fe, se arrodilló, tomó de la mano a su novia, y le preguntó si quería casarse con él. Una escena salida de la realidad; que supera, incluso, logradas páginas de literatura. A pocos pasos, me aguardaba un hombre del interior profundo bonaerense, junto a un hijito.

-         ¡Padre! ¡Qué bueno es Dios con nosotros!

-         Por supuesto, hijo. Y todo esto es un mero anticipo de lo que nos tiene preparado. ¿Cuántos niños tienes?, le pregunté, mientras le hacía al pequeño la Señal de la Cruz, en su frente.

-         ¡Diez, padre!

-         ¿Y para cuándo el undécimo?

-         ¡Para cuando Dios lo mande!

     Palabras de despedida y Bendición final. Mientras nos aprestábamos para el retorno, no paraba de darle gracias al Señor por el enorme don del Sacerdocio. Que nos permite, desde la Vida en abundancia (Jn 10, 10), seguir multiplicando y fortaleciendo a sus hijos. Que, abrazados al Señor y a la Virgen, verdaderamente enamorados, demuestran todo el tiempo que el amor no pasará jamás (1 Cor 13, 8). Y que, como nos enseña San Bernardo de Claraval, nunca será mucho lo que digamos de María. Porque ella, todo el tiempo, nos lleva a su Amor; nuestro definitivo Amor.

P. Christian Viña

La Plata, miércoles 20 de agosto de 2025

San Bernardo, abad y doctor de la Iglesia

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