Lo señala nuestro sabio refranero, «Zapatero, a tus zapatos», para indicar que nadie debe distraerse en su menester, ni siquiera con el pretexto de hacer un escarceo en ámbitos ajenos que a la postre puede resultar una dañina dispersión. Y esto puede aplicarse, y de hecho lo intentan algunos con intencionada frecuencia, a cualquier oficio que como adversarios desean afear o descalificar para acabar acusándole con mañas penales, ya sea en el escaparate mediático o ya sea en los tribunales.
Un clásico señalamiento regañón cuando la palabra, el gesto o las opciones de un cristiano relevante por su responsabilidad se sitúa bajo el foco de estos mirones que se sienten incómodos o aludidos. Hemos visto cómo a veces nos dan pautas quienes no participan en la vida cristiana o la contradicen con sus hechos y dichos, sobre cómo debemos hacer los obispos las homilías, cuáles son los argumentos válidos y pertinentes, y dónde estar en un protocolo cada vez más restrictivo y excluyente.
Se intenta erradicar una historia de siglos, arrojando imperiosamente la sementera de una ideología recién llegada que trastoca, deniega y ataca la cosmovisión de las cosas desde unos valores que nacen del Evangelio y se han ido definiendo a través de dos mil años de andadura. Hay detrás una extraña venganza que respira rencores, con pálpitos resentidos en una hostilidad inacabada. Se trata de la batalla cultural donde se expropian los espacios, se censuran las palabras, se expulsan las presencias como si el mensaje cristiano estuviese viciado de hipocresía y representase un atentado como 'okupas' en la modernidad.
Pero resulta que nuestros 'zapatos' cristianos calzan los pies de la historia, donde hemos aprendido a deambular en tantos imperios, dialogar con tantas filosofías, culturas y lenguas diversas, llegando hasta todos los 'finisterres'. Sin duda alguna que hemos cometido errores, por exceso y por defecto, pero nuestra deficiencia no se deriva de nuestro mensaje, sino de la torpeza de nuestro testimonio y vivencia. Por eso, hacemos memoria de los santos de cada época, donde aparece en hermoso carrusel el palenque de nuestros mejores hermanos que acertaron a ser hijos de Dios, hijos de la Iglesia e hijos de su época. Ellos nos recuerdan las palabras de Jesús que olvidamos o los gestos del Señor que traicionamos. Los santos nos despiertan diligentemente, nos acusan fraternamente y nos señalan continuamente el camino de la verdad, la bondad y la belleza, en el que Dios mismo es nuestro amigo caminante junto a cada cual.
No ha habido tierra en el mapa de nuestro mundo donde no han llegado los pies misioneros con sus zapatos cristianos, ni lengua en la que no hemos traducido la Buena Noticia de la esperanza. No ha habido herida en la que no hayamos puesto el bálsamo del consuelo y el amor que las curaba, como tampoco ha existido conflicto, trinchera o barricada donde no hayamos intentado levantar la bandera de la paz que reconcilia los pueblos y abraza sus almas. Cada lágrima ha sido enjugada con ternura, cada sonrisa brindada, cada pregunta amada y respondida, cada oscuridad encendida y disipada.
Para expresar esto hemos debido aprender la sabiduría de lo que Dios nos enseña en su Palabra, y acoger lo que nos fortalece y nutre con la gracia que de Dios proviene, pero también hemos debido encontrar razones para nuestra esperanza, y los argumentos ante las grandes cuestiones antropológicas, culturales, económicas, políticas y sociales, en donde se deciden las opciones de cada generación, los modelos de las gobernanzas, los estilos de relación entre una humanidad tan dispersa en pueblos con tradiciones diversificadas. Lo cual sería impensable si estuviésemos parapetados tras nuestras catacumbas aisladas, o si no pudiésemos salir de un confinamiento impuesto por las censuras que nos condenan al ostracismo, al mutismo y a la retirada.
Ni catacumbas cobardes, ni arrinconamientos subyugados, sino la libertad que nace de la verdad y que ofrece toda la creatividad con indomable audacia. Esta es la batalla en la que estamos. Hoy los paredones pueden ser de papel al denigrarnos con calumnias y falacias, o leyes que cercenan los derechos y acorralan ideológicamente las libertades. Así, disimulada o descaradamente, se intenta enmudecer nuestra palabra, invisibilizar nuestra presencia, y eclipsar de tantos modos nuestro mensaje.
Por este motivo, nuestros 'zapatos' saben también taconear en lo que tejas abajo sucede sin resultarnos ajeno ni indiferente. No tenemos la pretensión de fundar un partido cristiano recuperando modelos teocráticos de antaño, pero no renunciamos a aportar con respeto y valentía nuestra visión e idiosincrasia dentro de una sociedad plural. No un partido cristiano, pero sí cristianos en la política. Y sin estar necesariamente sentados en un escaño nacional, regional o municipal, podemos y debemos tomar postura ante las cosas que vemos, oímos, sufrimos o gozamos con el consiguiente avance o deterioro del tejido social de nuestro pueblo.
Asomados al escenario internacional nos preocupa cómo no aprendemos de los propios errores del pasado: los abusos en dictaduras que destruyen las personas y empujan al abismo a los pueblos, declarar guerras desde la prepotencia imperialista o para dar salida a los armamentos obsoletos, jugar con los movimientos financieros para enriquecerse impunemente empobreciendo a los descartados de siempre, alejar tristemente la convivencia en unidad y solidaridad entre las naciones, explotar los recursos naturales destruyendo la casa común en nuestra tierra.
Llegados al escenario nacional, hay un evidente deterioro social y moral en una forma abusiva de entender la gobernanza: la mentira como arma política, sin pudor y sin medida, engañando compulsivamente a troche y moche sin parar, la corrupción más zafia que empuja al tramposo y descomunal latrocinio económico, la depravación más inmoral en todo tipo de derivas sexuales, el coqueteo con el consumo de estupefacientes, la desestabilización de poderes rompiendo su división complementaria para controlar todo con manipulación obscena para perpetuarse en la poltrona dictatorial de la vergüenza, reescribiendo la historia inventada y reabriendo heridas cicatrizadas, vender el Estado poniéndolo en almoneda timadora al mejor postor que les mantenga sin importar las barricadas de una procedencia terrorista o secesionista. No hace falta militar en un partido con siglas para decir estas cosas cuando el declive moral amenaza la entera sociedad en su convivencia y su democracia demoliéndolas. Basta la conciencia moral de quien no se arredra ni acobarda para hacer oír nuestra palabra y hacer visible nuestra presencia cristiana. Estos son los zapatos con los que compartimos sin atajos los senderos de la libertad, la verdad y la justicia. Porque de lo contrario, parafraseando a Unamuno, nos seguirán doliendo el mundo y España.
+ Jesús Sanz Montes, azobispo de Oviedo
Publicado originalmente en la Tercera del Abc