Más dulce que la venganza

Más dulce que la venganza

Nunca debemos consentir en ser envenenados por la idea de que este mal de alguna manera puede gobernarnos. Cuando Cristo fue confrontado con el mayor de los males del mundo, su propia muerte, nunca se permitió perder de vista la voluntad de Dios, abrazando y transformando ese mal.

El hombre fue creado originariamente en un estado de inocencia, destinado a la felicidad. Después del pecado de nuestros primeros padres sobrevino el pecado original. El misterio del mal nos acompañará hasta el fin de los tiempos.

Al experimentar la maldad puede sernos fácil no ver más allá. Cegados por el impulso de devolver el golpe, podemos llegar a creer que la única forma de vencer al mal es pagar con la misma moneda.

La Resurrección de Cristo nos dice que el mal siempre puede ser vencido. El mismo Cristo, que fue crucificado por nuestros pecados, volverá en el último día en la majestad de Su gloria para juzgar a los vivos y a los muertos, y se instaurará con firmeza la plenitud de la justicia por toda la eternidad.

¿Cuál es el propósito de este juicio último al final de los tiempos, además del juicio individual en nuestra propia muerte?

Santo Tomás de Aquino explica que existe un juicio final y universal, porque el juicio no se puede dictar adecuadamente mientras no se complete la totalidad de los efectos de la suma de nuestros actos.

Los padres dejan detrás a los descendientes, que pueden, o no, imitarlos. Los maestros dejan a los estudiantes. El Maestro deja a Sus discípulos. Éstos a su vez son el anillo de comunicación entre el Señor y las sucesivas generaciones de creyentes. Por consiguiente, no puede haber juicio final hasta la consumación de los siglos.

En esta vida, nos es muy fácil mitigar la apariencia de nuestros males. Podemos dar alguna excusa, desviar la culpa u ocultar los problemas. Pero cuando aparezca el Juez que todo lo sabe, y todos nuestros defectos sean puestos a la luz, se desvanecerá nuestra arrogancia.

Sin duda, tendremos una inmensa gratitud hacia aquéllos que muestran su bondad para con nosotros, a pesar de nuestros crímenes. Dios nos ha proporcionado muchos ejemplos de hombres y mujeres santos que han procedido así. José fue vendido como esclavo en Egipto por sus propios hermanos, y posteriormente se sirvió de su poder para garantizar la seguridad de los mismos en tiempos de una terrible hambre. En el siglo XX Santa María Goretti perdonó a su asesino Alessandro, quien finalmente murió como Fraile Capuchino.

Cristo nos enseñó a no ser menos. Cuando sus enemigos se le acercaron y le prendieron, era plenamente capaz de llamar a doce legiones de ángeles para defenderlo. (Mt 26,53). Pero se sometió al designio del Padre.

Al tomar su Cruz, redimió a la humanidad, haciendo posible una salvación mayor de lo que hubiésemos podido soñar.

Cuando Cristo venga de nuevo a juzgar a vivos y muertos, será el Dios-hombre que hizo posible nuestra reconciliación con Él, al devolver como paga un bien cuya magnitud excedía infinitamente el poder del mayor de los males.

Cristo no será sin más, nuestro Juez en ese día, sino el Maestro que dio su vida para enseñarnos el camino de la Vida.

El juicio final de Cristo nos asegura que nunca debemos temer sufrir la última injusticia. Dios mismo se encargará de responder de males que se cometan contra nosotros, y nos recompensará por el bien que hayamos hecho.

Si bien nunca deberíamos permitir innecesariamente que se perpetraran males contra nosotros, en aquel día la venganza parecerá algo mezquino e insignificante, parangonada y contrastada con el impacto de nuestras buenas obras.

Cuando nos demos cuenta de la inmensa gratitud que seguramente sentiremos el día del juicio hacia aquéllos que nos devolvieron bien por mal, comprenderemos que hacer lo mismo por los demás, es algo tan dulce, que depasa cualquier género de venganza.

Nunca debemos consentir en ser envenenados por la idea de que este mal de alguna manera puede gobernarnos. Cuando Cristo fue confrontado con el mayor de los males del mundo, su propia muerte, nunca se permitió perder de vista la voluntad de Dios, abrazando y transformando ese mal.

La idea de que se puede combatir un mal con otro mal es una ilusión. Sólo siguiendo al Maestro, devolviendo bien por mal, se puede vencer el mal.

Fr. Raymond La Grange, OP

 

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1 comentario

jorge
Estimado padre

Creo que cada vez más vamos perdiendo la conciencia, de la Parusía, como algo futuro y real, el juicio final. Perdido el sano temor a Dios, se va perdiendo también la fe.

Bueno, pero creo que habría que precisar que para Cristo, el mayor de sus males no fue su propia muerte, pues ésta es parte de la naturaleza huma, sino su muerte a causa del pecado, siendo Él el mayor de los justos.
6/12/17 5:13 PM

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