La grandeza de Dios

La grandeza de Dios

El hermoso tango Volver habla del «burlón mirar de las estrellas», de su «indiferencia» para con nosotros, que levantamos nuestros ojos para admirarlas. En una noche despejada se vislumbran miles; cada una de ellas es un sol, como el nuestro, que nos brinda luz y calor, es cabeza de un sistema con sus planetas y sus lunas. La Tierra es apenas un granito de polvo en la inmensidad del universo.

La primera frase de la Biblia (libro del Génesis) reza, en hebreo, «Bereshit bará Elohim et hashamayim we et haaretz»; al principio creó Dios el Cielo y la Tierra. El verbo bará es un verbo teofórico: solo se dice de Dios. El Credo del Concilio de Nicea atribuye la creación al Padre, la primera persona de la Santísima Trinidad, pero afirma que el Hijo, la segunda persona, es aquel por quien han sido hechas todas las cosas (cf. Carta a los Hebreos 1, 3), y el Espíritu Santo, que procede de entrambas es, con ellas, cocreador. Creemos en el hecho de la creación; ni la nada ni la evolución, sino la obra de Dios al comienzo del tiempo, que es cocreado. A propósito del tiempo, es bien conocida la sentencia de San Agustín: sabría qué es, pero si alguien me preguntara, entonces no sabría decir qué es.

En la segunda mitad del siglo XX, en 1969, hemos sido asombrados por el acceso del hombre a la Luna. Ahora esta referencia carece de interés; se aspira a llegar a Marte, un planeta análogo al nuestro. Sin embargo, aún admiramos los ojos del cosmos, la inmensidad de la Vía Láctea. Pero más allá de las últimas estrellas se encuentra la inmensidad verdadera, la grandeza de Dios. Santo Tomás de Aquino nos ofreció, en el siglo XIII, una especie de definición de Dios. «Definición» es un término impropio porque Dios no tiene «fines», es decir, confines, límites. La fórmula tomista dice que Él es «Ipsum Esse per se subsistens»: es el Ser por esencia, el Acto puro de Ser. Las criaturas no son el Ser, sino que participan de él. La fórmula tomista expresa, en lenguaje metafísico, la inmensidad de Dios, su grandeza. El agnosticismo, y el ateísmo --que son una cosa rara en la historia de la humanidad y el devenir de sus culturas- no pueden responder a la cuestión básica: ¿por qué es el ser y no más bien la nada? Hay un bello antecedente en un texto de Cicerón, una definición de Dios próxima a la doctrina cristiana. Dice en el De officiis: «Mente libre e independiente, sin materialidad, que percibe y mueve todas las cosas, y está dotada por sí misma de un movimiento eterno».

La Iglesia debe hoy día hablar de Dios, anunciar su Misterio; así hará discípulos de Cristo. La descristianización de los países otrora cristianos, ha abierto el camino del ateísmo y el deísmo masónico; insuficientes para llenar el corazón humano. Muchas naciones que creen en Dios en sus antiguas culturas, están preparadas para recibir el mensaje cristiano: pánta ta ethne; a ellos debe llegar la predicación apostólica.

+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.

Buenos Aires, martes 5 de agosto de 2025.
Dedicación de la basílica de Santa María. -

 

Dejar un comentario



Los comentarios están limitados a 1.500 caracteres. Faltan caracteres.

No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.

Los comentarios aparecerán tras una validación manual previa, lo que puede demorar su aparición.