En la historia del ecumenismo, este 28 de junio fue de lo más inusual. El Patriarcado Ecuménico de Constantinopla —primus sine paribus («primero sin iguales») entre los cristianos ortodoxos (*)— envía habitualmente una delegación a Roma con motivo de la fiesta patronal de los santos Pedro y Pablo. La Santa Sede corresponde en noviembre, con motivo de la fiesta de san Andrés, patrón de Constantinopla.
El papa León XIV acogió a la delegación ortodoxa en el Palacio Apostólico, asegurándoles su «deseo de perseverar en el esfuerzo por restablecer la plena comunión visible entre nuestras Iglesias».
Solo unas horas después, en la basílica de San Pedro, el Santo Padre recibió documentación que demostraba que el centro gravitacional de la cristiandad ortodoxa —la Iglesia Ortodoxa Rusa, que representa unos 100 millones de los aproximadamente 225 millones de ortodoxos en el mundo— estaba implicado en una «guerra sacrílega» en Ucrania.
Al término de una audiencia papal concedida a 7.000 peregrinos de la Iglesia greco-católica ucraniana (IGCU) en la basílica de San Pedro, el papa León recibió del arzobispo mayor Sviatoslav Shevchuk, «Padre y Jefe» de la IGCU, su propio libro titulado en español Crónica de una guerra sacrílega.
En el espacio de apenas unas horas, León pasó de comprometerse a buscar la comunión con los ortodoxos a enfrentarse a la realidad de que algunos ortodoxos están librando una guerra contra sus propios hermanos cristianos.
Las relaciones entre Roma y Constantinopla son excelentes. El patriarca ecuménico Bartolomé acude a Roma con frecuencia, la más reciente para el funeral del papa Francisco y la misa inaugural del papa León. Sin embargo, dentro de su jurisdicción directa en Turquía, Constantinopla cuenta con solo unos pocos miles de cristianos. Aunque sigue siendo históricamente y eclesiásticamente importante, Rusia constituye la realidad dominante en la ortodoxia mundial. Y la Iglesia Ortodoxa Rusa apoya, con apelaciones a la religión, la agresión militar rusa en Ucrania, dirigida contra ucranianos que en su mayoría también son ortodoxos. (Los católicos en Ucrania representan alrededor del 10 % de la población.)
Que el patriarca Kirill de Moscú se haya alineado con la guerra del presidente ruso Vladímir Putin es bien sabido. Subrayando la profundidad de esa alianza, Ucrania suspendió en los últimos días la ciudadanía del metropolitano Onufrii, jefe de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana vinculada a Moscú, alegando su pasaporte ruso y sus continuos lazos con la Iglesia Ortodoxa Rusa de Kirill. Incluso el papa Francisco —quien había dado gran prioridad a las buenas relaciones con Moscú, a menudo para frustración de Ucrania— advirtió a Kirill de no convertirse en el «monaguillo de Putin».
El ecumenismo requiere siempre la disposición de fijarse en las señales positivas, por escasas que sean, y de apartar la vista de los obstáculos, por evidentes que resulten. Sin embargo, pocas veces esto se manifiesta tanto como el 28 de junio. La «plena comunión visible» de la que hablaba el Santo Padre es totalmente imposible cuando el patriarcado ortodoxo más poblado del mundo es culpable de sacrilegio, al bendecir la masacre de ucranianos ortodoxos y católicos por la causa del imperialismo ruso. Es un escándalo tan grande como cualquiera en la historia del cristianismo, que la «Tercera Roma», como Moscú denomina a su propio patrimonio espiritual, sea cómplice de una guerra brutal contra hermanos cristianos por motivos políticos.
La corrupción de Moscú es profunda y oscura. Las heridas infligidas a la unidad cristiana por Moscú son, en cierto sentido, mayores que las de las guerras católico-protestantes tras la Reforma, pues se trata de una guerra entre naciones ortodoxas.
Constantinopla ya ha reconocido la independencia de la ortodoxia ucraniana respecto al control moscovita, lo que llevó a Moscú a romper la comunión con Constantinopla. Pese a los deseos que puedan quedar en Roma de alcanzar la plena comunión, es una absoluta imposibilidad cuando los dos patriarcados ortodoxos más importantes no están en comunión entre sí.
El ecumenismo exige una discreción que evita palabras como «sacrilegio». Sin embargo, el arzobispo mayor Shevchuk presentó al Papa, en el altar mayor de la basílica de San Pedro, su propia «crónica de una guerra sacrílega», sabiendo que ello no pasaría desapercibido ni en Constantinopla ni en Moscú. Ni en Roma.
El progreso ecuménico hoy, a pesar de las amables palabras de León para la delegación de Constantinopla, es comparable a imaginar una armonía católico-protestante en plena Guerra de los Treinta Años.
La IGCU está atrapada en esta guerra ortodoxa, y en los dos meses transcurridos desde su elección, el papa León XIV la ha convertido, como la mayor de las Iglesias católicas orientales, en una prioridad.
Se reunió con el sínodo de gobierno de la IGCU solo unos días después del encuentro con los peregrinos. En esa ocasión, a los obispos de la IGCU se les concedió el privilegio de celebrar la Divina Liturgia en el altar mayor de la basílica de San Pedro, reservado habitualmente al uso del Santo Padre.
Cuando el Santo Padre saludó a los peregrinos, estos respondieron cantando el Padrenuestro en ucraniano, un momento de sobrecogedora belleza. Cuando León se reunió con los obispos la semana pasada, les pidió que lo cantaran de nuevo, pues lo había encontrado profundamente conmovedor.
En mayo, se reunió con los jefes de todas las Iglesias católicas orientales, ocasión en la que prestó especial atención al arzobispo mayor Shevchuk. También le concedió al día siguiente una audiencia privada prolongada. En todas estas ocasiones, el Papa aseguró repetidamente a los ucranianos su «cercanía» a la «Ucrania mártir», que sufre desde hace más de tres años una «guerra absurda». Más absurda aún porque el agresor pretende sacrílegamente actuar por motivos divinos.
Raymond J. de Souza
Publicado originalmente en el National Catholic Register
(*) El texto original del articulo atribuye al Patriarca Ecuménico de Constantinopla el título primus sine paribus («primero sin iguales»), pero este no es el título oficial ni tradicional. En el ámbito ortodoxo, Constantinopla es considerado primus inter pares («primero entre iguales»), una expresión que refleja su primacía honorífica sin jurisdicción sobre las demás Iglesias autocéfalas. La variante sine paribus aparece ocasionalmente en textos críticos o polémicos para insinuar un ejercicio de autoridad no aceptado por todos en la ortodoxia.