21.12.08

Vivir la Navidad cristianamente


Parece mentira que pueda tener sentido la recomendación expresada en este título. Pero los hombres somos capaces de adulterar todo. Menos mal que también somos capaces de darnos cuenta y rectificar.

Es posible que este año, a cuenta de la crisis, las fiestas de Navidad sean un poco más razonables. Porque habíamos llegado a un frenesí de gastos y de consumo que resultaba casi ridículo. ¿Por qué tantos juguetes, tantos regalos, tantas comidas y cenas, tanto despilfarro? Y cada vez con menos contenido y menos justificación. Hagamos que este año nuestras fiestas de Navidad sean más razonables, más verdaderas, menos discriminatorias.

Los cristianos vivimos en el mundo como cualquiera y no podemos evitar que ocurran estas cosas. Pero sí podemos, y debemos, distanciarnos de lo que no nos gusta, de lo que no está de acuerdo con nuestra fe, nuestra manera de ver las cosas y de organizar nuestra vida. Este es uno de los casos. ¿Cómo deberíamos celebrar la Navidad los cristianos?

Ante todo, tenemos que dedicar un tiempo a pensar y meditar cuál es la “verdad de la Navidad” hasta que nos sintamos sobrecogidos por el asombro, el agradecimiento, el gozo. Es una pena que tantos cristianos no encuentren ni cinco minutos para leer el relato del nacimiento de Jesús, para acudir a la Misa de Navidad, para meditar lo que llevamos oyendo desde hace tantos años.

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11.12.08

Crucifijos y otras cosas

Nadie habla ya de la sentencia del Magistrado de Valladolid mandando retirar los crucifijos de un Centro público de enseñanza. Pero no conviene dejar pasar este asunto sin reflexionar y sin discutirlo. La cosa tiene importancia. Vale la pena analizar su significación y su alcance.

Por lo pronto, uno se pregunta si puede ser verdad eso de que el crucifijo colgado en la pared “molesta” a algunos niños. No parece que la iniciativa venga de los alumnos. Lo han visto siempre y no creo que les moleste ni mucho ni poco. Si alguno de ellos demuestra alguna animosidad contra los crucifijos, seguramente será consecuencia de los comentarios de algún adulto.

La denuncia parece dirigida más a eliminar la presencia de los crucifijos en las aulas que a evitar molestias a los alumnos. Los padres de esos niños no cristianos no tienen derecho a atentar contra el deseo de los padres cristianos. Si los padres de los alumnos son en mayoría cristianos y quieren que en el Colegio de sus hijos haya crucifijos como un elemento más de su educación cristiana, ¿tiene derecho un padre no cristiano a impedírselo? Yo creo que no. Ese derecho está amparado por nuestra Constitución desde dos puntos de vista.

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23.11.08

Fe y justificación

Recientemente, el Papa, en una de sus catequesis sobre San Pablo, se ha ocupado del tema de la justificación. Lo presenta de una manera muy personal y muy directa. La discusión teológica sobre la justificación trata de responder a esta pregunta capital ¿Cómo puedo yo llegar a ser justo delante de Dios? Esta fue la gran preocupación de Lutero. Y ésta fue también su principal discrepancia con la doctrina católica. Leyendo la carta de San Pablo a los romanos, Lutero llegaba a la conclusión de que lo que nos hace justos ante Dios es la fe y sólo la fe. La fe sin las obras, la pura confianza en la bondad de Dios que nos salva porque quiere, sin necesidad de que hagamos obras buenas, que no valen para nada, ni siquiera de que evitemos los pecados, que tampoco cuentan para nada porque están todos perdonados de antemano por la muerte de N. S. Jesucristo. Ésta es también la principal diferencia que hay hoy entre cristianos católicos y cristianos protestantes. Además de otras también importantes. Contra esta doctrina de Lutero, el Concilio de Trento, tratando de ajustarse a las enseñanzas de San Pablo y de todo el Nuevo Testamento, dejó definido que la justificación nos viene, ciertamente por la fe, pero también, y sobre todo, por la caridad y por las buenas obras: “Porque la fe, si no se le añade la esperanza y la caridad, ni nos une realmente a Cristo ni nos hace justos”.

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16.11.08

La educación cristiana: el papel de la familia (2)

Volviendo a nuestra reflexión sobre la misión evangelizadora de la familia tendremos que preguntarnos ¿qué tenemos que hacer para volver a contar con unos padres cristianos capaces de educar cristianamente a sus hijos? ¿cómo promover en la práctica el nacimiento y crecimiento de familias cristianas?

La respuesta de Perogrullo es decir que necesitamos contar con familias verdaderamente cristianas, cuya visión del matrimonio y cuyo proyecto familiar sea verdaderamente cristiano. Pero el problema está precisamente en esto

La gravedad de la situación.

Una cosa es cierta. La primera condición para la transmisión o la difusión de la fe en la sociedad actual es la existencia de una comunidad cristiana renovada, espiritualmente vigorosa, unida y consciente del tesoro que posee y de la misión que le incumbe. Una Iglesia misionera tiene que ser una Iglesia de santos. Esta es la conclusión evidente de un razonamiento serio y responsable. Por eso, a la hora de pensar en la transmisión de la fe y la cristianización de las nuevas generaciones, la primera condición requerida es la conversión de la Iglesia, la conversión de los cristianos, nuestra propia conversión. Y para llegar a la conversión, necesitamos la gracia de reconocer nuestra debilidad, nuestro error, nuestro pecado.

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8.11.08

Verdaderos para ser libres


“La verdad os hará libres”,
nos dijo Jesús, en una palabra llena de resonancias antropológicas y teológicas. La verdad, para Jesús, en último término, es la bondad misericordiosa de Dios, reconocida como fundamento de todo cuanto existe. En un primer momento, verdad es la realidad consistente, la realidad del mundo, la realidad de las personas, en la medida en que está patente ante nosotros, ofreciéndonos la posibilidad de fundirnos con ella ampliando y enriqueciendo así, en la unidad del amor, nuestra propia existencia.

Ser persona es precisamente eso, vivir abierto, pegado a la realidad, vivir en la realidad del mundo, de las cosas, de las personas, arraigado en ellas por la fuerza del amor que recibimos y ofrecemos, tratando de crecer en esta comunión vital y de ayudar a crecer en la verdad y en el bien a cuantos viven en relación con nosotros. Esta dinámica común y permanente hacia el crecimiento de nuestro ser, en la verdad, por el amor, es el fondo y la grandeza de nuestra libertad. Ser libre es tener la capacidad de desarrollar la propia existencia en comunión con los demás, asimilando las riquezas de la realidad en la que estamos constituidos y arraigados.

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