Devoción en la granja
He recibido en mi WhatsApp un breve vídeo en el que aparece, mientras se celebra la santa Misa en torno a un altar de una iglesia parroquial, lo que se anuncia como una “experiencia totalmente inmersiva en el pesebre”. No falta detalle: ovejas, gallinas, cerdos y hasta un burrito. Si algo falta es, creo yo, el sentido de la liturgia. El teatro, la “mímesis” – la imitación -, no es sin más “liturgia”, algo más relacionada con la “anámnesis”, con la actualización de la memoria.
Si para lograr una “experiencia totalmente inmersiva en el pesebre” durante la celebración de la misa de la Natividad del Señor hace falta una granja entera, ¿qué sería necesario para la Celebración – me refiero a la celebración litúrgica - de la Pasión del Señor el viernes santo? ¿Dos ladrones, uno bueno y otro malo, crucificados? ¿Flagelar a alguien que representa a Jesús? ¿Quizá al párroco? Es verdad que se puede escenificar el “Via Crucis”, como se puede escenificar el “belén”, pero escenificar los acontecimientos de la vida de Cristo no es lo mismo que celebrarlos litúrgicamente.
La liturgia, dice sabiamente el Concilio Vaticano II, no agota toda la acción de la Iglesia. Para celebrar la fe, es necesario previamente tener fe. Y para tener fe es preciso haber sido evangelizado y haber respondido a ese anuncio de la buena noticia con la conversión. La liturgia celebra con signos y símbolos, con gestos y acciones, con elementos materiales que remiten a lo espiritual, a lo invisible, a lo divino. Los ritos religiosos poseen, en general, un sentido cósmico y simbólico. Pero en la liturgia se da un paso más: esos signos son signos de gracia; signos sensibles, instituidos por Cristo, para darnos la gracia.