No es de recibo, Monseñor
Esta mañana, de camino a la sede de una Hermandad del Rocío, he pasado, vestido de sotana, por delante de una iglesia cristiana no católica. He visto que estaban celebrando el culto dominical y he pensado: “son mis hermanos, aunque estén separados”. No puedo, ni quiero, sentir antipatía por otros cristianos. Más bien siento, espontáneamente, lo contrario. Pienso que, en medio de un mundo indiferente, que se confiese a Cristo es algo tan importante que, por sí mismo, crea un vínculo de comunión y de afecto.
Pero esta convicción no llega a nublar mi juicio sobre las cosas. Leer lo que ha declarado el obispo lefebvrista Monseñor De Galarreta me entristece. Yo creo que, de ese grupo de obispos seguidores de Monseñor Lefebvre, el más sensato, el más católico, es Monseñor Fellay. Ha dado, pienso, pruebas de ello.
“El acto de las consagraciones episcopales de 1988 por Monseñor Lefebvre fue un acto absolutamente necesario para la continuidad del sacerdocio católico, de la Tradición, de la fe católica y de la misma Iglesia. Fue un acto de supervivencia, de salvaguarda de la fe católica, y por lo tanto no es una falta que deba recibir ningún tipo de condenación o de censura. Fue un acto virtuoso y a mi modo de ver supremamente virtuoso por el bien de las almas y de la Santa Iglesia”, dice De Galarreta. Obviamente, esta declaración es absurda. Parece ignorar que la Iglesia es indefectible, y que el Espíritu Santo la asiste constantemente.