Evangelii gaudium: No a la guerra entre nosotros
A mí no me gusta, en el blog – ni fuera de él - , descender a la casuística. Más que nada porque la casuística, la aplicación de los principios a los casos particulares, es tan variada como variados son estos casos. Mejor resolverlos según surjan, sin prisas, sin generalizaciones, sin exposición pública innecesaria.
En la vida pastoral existe una gradación muy sabia: Se predica, en principio, para todos. Se atiende a cada persona en singular en la dirección espiritual y en el confesonario. Y, sin negar los principios, lo adecuado para una persona no tiene por qué ser, de modo inmediato, adecuado para otra. Un buen médico no cuelga a la puerta de su consulta una especie de cartel en el que diga: para quien tiene fiebre, tal pastilla; para el que no duerme, tal otra. No, no hace eso. Verá caso por caso, paciente por paciente.
¡Cuántos esfuerzos, cuántos enfados nos ahorraríamos en la Iglesia – y en las concreciones próximas de la Iglesia – si observásemos esa elemental norma de prudencia!
Estoy leyendo con enorme interés la enseñanza y la exhortación – si es exhortación, es también enseñanza – del papa Francisco “Evangelii gaudium”. En los números 98-101 de este texto advierte: “No a la guerra entre nosotros”.
Hay muchas guerras entre nosotros, entre los cristianos. A veces, más que guerras, “batallitas”. En mi día a día, perdonen si me contradigo y soy casuista, el fuego que más quema, que más harta, que más desanima, no es el “fuego enemigo”, sino el “fuego cercano”, supuestamente “amigo”. La actitud de quien nunca quiere sumar, sino restar. La crítica despiadada, sistemática y, encima, escasamente razonable.

El papa Francisco acaba de regalar a la Iglesia la exhortación apostólica “Evangelii gaudium”. Es un texto amplio, de rico contenido, que no se puede resumir simplemente en un artículo. Lo mejor será leerlo en su integridad y no de cualquier manera, sino con el deseo de aprender – ya que quien habla es el Papa – y de dejarse interpelar – ya que, ciertamente, nos “exhorta”, nos incita a emprender unos caminos y a evitar otros - .
Cristo es la consumación de todo. Por Él y para Él fueron creadas todas las cosas, “celestes y terrestres, visibles e invisibles” (Col 1,16). Su dominio abarca el cosmos entero y su sangre, derramada en la Cruz, reconcilia con Dios todos los seres.
Nos acercamos al término del “Año de la Fe” - convocado por Benedicto XVI el 11 de octubre de 2012 para conmemorar el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y los veinte años de la publicación del “Catecismo de la Iglesia Católica”- , que será clausurado el 24 de noviembre del presente 2013. Ya Pablo VI, en 1967, había impulsado una celebración similar con motivo del décimo noveno centenario del martirio, del supremo testimonio, de los apóstoles San Pedro y San Pablo.
El Señor instruye a sus discípulos sobre la destrucción del Templo, sobre las persecuciones que acompañarían el nacimiento de la Iglesia y sobre el final de los tiempos. Sus palabras constituyen una llamada a la serenidad, al testimonio y a la perseverancia en medio de las pruebas.












