Misa y misal
Dice el “Diccionario de la Lengua Española”: Misa es el “sacrificio incruento en que, bajo las especies de pan y vino, ofrece el sacerdote al eterno Padre el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo”. El sacramento de la Eucaristía se llama “Santa Misa”, enseña el “Catecismo”, “porque la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina con el envío de los fieles (‘missio’) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en la vida cotidiana” (“Catecismo”, 1332).
El nombre, “Misa”, vincula el culto eucarístico al culto espiritual, a la ofrenda agradable a Dios de la propia existencia. Se trata, en definitiva, de servir a Dios y a los hombres. Dos palabras resumen la vida de Cristo: “servicio” y “sacrificio”. El “sacrificio” es la consumación del “servicio”. La Liturgia es, en verdad, “el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo”; de su mediación, de su ofrenda al Padre en favor de los hombres.
La Santa Misa actualiza el único sacrificio de Cristo, haciendo presente la Pascua del Señor; su entrega, de una vez para siempre, en la Cruz: “Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra de nuestra redención” (LG 3).
Al servicio de la Santa Misa, que es única, está el misal; es decir, el libro “en que se contiene el orden y modo de celebrar la Misa”. Hay una sola Misa – una sola celebración sacramental del sacrificio de Cristo - , pero hay muchos misales. “El Misterio celebrado en la liturgia es uno, pero las formas de su celebración son diversas”, explica el “Catecismo” (n. 1200).

Homilía para el Domingo XXII del Tiempo Ordinario. Ciclo C
¿El hombre actúa responsablemente cuando cree? ¿Resulta sensato ir más allá de lo que nuestros ojos ven, y confiar la propia vida a un horizonte de sentido, que se acepta en virtud de la fe?
Este verano he tenido una experiencia nueva: predicar los ejercicios espirituales a unas monjas contemplativas. Durante una semana, he intentado ayudarles en esa tarea de revisar ante Dios la propia vida, para tomar impulsos en orden a una entrega más generosa a la propia misión.
En la confesión de fe de Cesarea de Filipo, a la pregunta de Jesús: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?”, “y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”, Pedro da la respuesta exacta: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Pedro acierta plenamente y es capaz de formular, en una breve frase, el misterio de la misión y de la identidad de Jesús. Él es el Salvador, porque es más que un profeta; es el Hijo de Dios hecho hombre.






