¿Éxito, fracaso o responsabilidad?
Yo no sé si las palabras “éxito” o “fracaso” son los términos adecuados a la hora de hacer balance de un pontificado. Me temo que no es así. ¿Todo en la vida depende del resultado feliz de nuestras acciones o de la buena aceptación de nuestras propuestas?
Diría que no. La vida humana no es tan simple. ¿Qué significa “triunfar” o “fracasar” en la vida? ¿Qué significa “triunfar” o “fracasar” en el desempeño del ministerio sacerdotal? ¿Qué significa “triunfar” o “fracasar” en el ejercicio del ministerio petrino?
No podemos dejar que la lógica de la mera eficiencia nos invada. El teólogo Joseph Raztinger contraponía, ya en la “Introducción al Cristianismo”, el binomio “saber-hacer” al binomio “estar-comprender”; es decir, el pensamiento “pragmático” al pensamiento “razonable”, que parte, este último, de una confianza inicial que abre, y no cierra, el camino a la comprensión.
Se dice que Joseph Ratzinger-Benedicto XVI ha fracasado en un triple frente: En relación a la Modernidad, apostando por una razón abierta al misterio, en lugar de resignarse a los confines de una razón cerrada a los límites de la experiencia sensible. En relación al enfriamiento de la fe que vive gran parte de Occidente, apostando por la “nueva evangelización”. Y, por si fuera poco, en tercer lugar, en lo que atiene a una reforma interna de la Iglesia – y, cuando se habla de “reforma”, se habla un poco de todo: desde la búsqueda de una mayor credibilidad de los cristianos hasta cuestiones más puntuales como la renovación de la Curia o del IOR, el llamado “Banco Vaticano”-.
Si Benedicto XVI hubiese “fracasado” en su intento de diálogo con la Modernidad, el fracaso no sería, primeramente, del papa, sino también de la Modernidad y, en suma, de la causa del hombre. En cierto modo, este diagnóstico lo ha dejado entrever, entre otros, Mario Vargas Llosa. La renuncia del papa, a juicio de este escritor agnóstico, pone de relieve “lo reñida que está nuestra época con todo lo que representa vida espiritual”, la preocupación por los valores éticos y la vocación por la cultura y las ideas.
El enfriamiento de la fe es un problema grave, que sí puede hacer pensar en las imágenes que Benedicto XVI ha empleado, hablando de una barca que hace aguas por todas partes, a punto de hundirse…, etc. Pero también ha recordado que, aunque el Señor parezca dormido, sigue estando en la barca. La fe es don de Dios. Es, además, un bien para el hombre. Y el hombre ha sido creado para la fe, para entrar en la Iglesia; en definitiva, para salvarse. No podemos pensar que una estación sea todo el año y donde, aparentemente, la fe muere puede también resurgir.

Hoy me han preguntado, con absoluta corrección, por qué yo era tan remiso a la hora de autorizar un concierto en la iglesia parroquial. Subrayo lo de “con absoluta corrección”, ya que los mínimos de cortesía se están perdiendo de un modo alarmante. La sana distancia del “usted” parece, casi, un recuerdo del pasado. A mí no me parece bien que a una persona con la que no se tiene confianza se le tutee. Y, menos, que se tutee a un sacerdote; que se borren, así de golpe, “todos los tratamientos de cortesía y de respeto”.
La Transfiguración del Señor tiene lugar después de la confesión de fe de San Pedro (cf Lc 9,20). Jesús es reconocido por sus discípulos como Mesías y les revela cómo va a realizarse su obra: su resurrección tiene que pasar por el sufrimiento y por la muerte. Por eso elige como testigos de la Transfiguración a los que serán testigos de su agonía: Pedro, Santiago y Juan.
Sobre el síndrome post-aborto. Es un diálogo de César Vidal con una psicóloga, Pilar Muñoz.












