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17.05.08

Celebración de los sacramentos y encuentros interreligiosos

En el diálogo y en la relación del cristianismo con las otras religiones es muy importante tener presente la acción del Espíritu Santo. El Papa Juan Pablo II enseña en la encíclica Redemptoris missio que “el encuentro interreligioso de Asís, excluida toda interpretación equívoca, ha querido reafirmar mi convicción de que « toda auténtica plegaria está movida por el Espíritu Santo, que está presente misteriosamente en el corazón de cada persona»” (RM 29).

Sin cuestionar en absoluto esta enseñanza del Papa, relativamente novedosa, cabe preguntarse si la celebración de los sacramentos cristianos constituyen el marco adecuado para tener encuentros interreligiosos. Yo creo que no. Y por varias razones.

Los sacramentos son sacramentos de Cristo, instituidos por Él, que remiten a Él y que en Él tienen su fundamento. Quien no comparte la fe en Cristo no puede reconocer, en su verdadero sentido, qué acontece en un sacramento; porque este acontecer, que es el acontecer de la salvación, sólo se desvela a los ojos de la fe. Un sacramento no es, sin más, un genérico rito religioso.

Además, e inseparablemente, los sacramentos son sacramentos de la Iglesia, dispensadora de los misterios de Dios. Para poder celebrar la liturgia es preciso ser pueblo sacerdotal y esta condición se recibe por el Bautismo y la Confirmación. Quien no ha sido iniciado en los misterios de la fe no puede, en consecuencia, participar plenamente en ellos.

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Mayo virtual: La historia de Ester

Pensando pros y contras, he decidido continuar la serie. Quienes han tenido la paciencia de leer estos posts no merecen una interrupción brusca.

Día 18. Medianera de la gracia

“En aquellos días, Ester volvió a hablar al rey. Cayó a sus pies llorando y suplicándole que anulase los planes perversos que Amán había tramado contra los judíos” (Ester 8,3).

Ester era una mujer judía, de extraordinaria belleza, que llega a ser reina en la corte persa del rey Asuero. Con su intercesión ante el rey, logró cambiar un decreto que autorizaba el exterminio de los judíos: “¿cómo podré ver la desgracia que se echa sobre mi pueblo? ¿Cómo podré ver la destrucción de mi familia”, decía Ester.

La figura de Ester anticipa la de María. La Virgen no deja de interceder por sus hijos, por aquellos que son su familia en el orden de la gracia: “Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”, rezaba Santa Catalina Labouré. No es exagerado afirmar que la Virgen es Madre y medianera de la gracia, ya que por sus manos maternales pasa, por así decir, la gracia que nos viene de Cristo.

El Concilio Vaticano II explica con precisión cuál es la mediación de María: su misión maternal “de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia”. Todo su influjo en la salvación de los hombres “brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia” (Lumen gentium 60).

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La economía y la teología

La solemnidad de la Santísima Trinidad es, en cierto sentido, una solemnidad peculiar. En el calendario litúrgico, las grandes fiestas vienen marcadas por acontecimientos de la historia de la salvación: la Navidad, la Pascua, Pentecostés. En la Liturgia, esos acontecimientos, que giran siempre en torno al Misterio Pascual, se hacen presentes, se actualizan, y Cristo nos comunica su salvación mediante la celebración “sacramental” de los mismos.

Es decir, el registro propio de la Liturgia es la “economía”. Con esta palabra, “economía”, no me refiero a la administración eficaz y razonable de los bienes materiales, sino a otro tipo de “administración” y a otro tipo de “bienes”. Me estoy refiriendo a la dispensación divina de la salvación. Dios se ha comunicado gradualmente, en un acontecer planificado que constituye un conjunto. Ese acontecer es la historia de la salvación, en la cual Dios ha ido distribuyendo los “bienes” de la revelación y de la gracia.
Así Dios se ha ido “acostumbrando” a los hombres y, pedagógicamente, ha ido acostumbrando a los hombres a comprenderle.

En la solemnidad de la Santísima Trinidad no celebramos, pues, primeramente lo que Dios ha hecho en nuestro favor, sino lo que Dios es en sí mismo. En esta fiesta se pasa, por decirlo así, de la economía a la teología; de las acciones salvíficas al que es en sí mismo la Salvación.

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Suspendo el "Mayo virtual"

Los medios de comunicación imponen su ley. Puede gustar o no. Pero es lo que hay. Un medio no subvencionado, si no tiene lectores, se hunde. Yo he apostado por unas reflexiones para el mes de mayo, para mí de gran interés, pero no parece que sean de gran interés para los lectores.

Como este es un periódico digital, hay que atenerse a la realidad. Un post mío sobre el alcalde de Zaragoza supera, con mucho, los demás. A los lectores no le interesa la mariología, sino la “actualidad".

No quiere decir que renuncie a ese tipo de publicaciones “minoritarias", pero serán espaciadas en el Blog. Ya habrá ocasión de que sean publicadas por editoriales que lleguen a un público más específico.

No me quejo. Lo encuentro normal. Pero me ayuda a ver que si queremos que un determinado “producto” se venda, es necesario apostar por “consumirlo". Así de duro es el mercado. Así de amplia nuestra responsabilidad.

Felices lecturas,

Guillermo Juan Morado.

16.05.08

Mayo virtual: Reina del universo

17. Reina del universo

“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: ‘Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz” (Isaías 9,5-6).

En la Anunciación, el ángel le dice a María que su Hijo “será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin” (Lucas 1,32-33). La Virgen es, pues, Reina del Universo porque es la Madre del Rey, de Jesucristo, nuestro Señor.

La Sagrada Escritura testimonia el respeto y la consideración con la que el rey Salomón trata a su madre, Betsabé. Al presentarse la madre ante su hijo, es el rey quien se levanta, sale a su encuentro y le hace sentarse a la diestra en su trono (cf 1 Reyes 2,19).

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