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6.09.09

X Jornadas de Teología

Mañana comienzan las X Jornadas de Teología, organizadas por el ITC, de Santiago de Compostela.

X Jornadas de Teología

¡QUÉDATE CON NOSOTROS!

Peregrinos y testigos en el Camino

Nunca como en nuestros tiempos ha existido una literatura tan abundante sobre la peregrinación y el peregrinar a Santiago de Compostela. Después de siglos el camino continúa siendo foco de atención y de interés para muchos, no sólo católicos, sino para gentes de toda condición religiosa, social o política. San Agustín lo había formulado con unas palabras parecidas a éstas: “la raíz de la peregrinación está en el corazón inquieto del hombre. En él vive un ansia que le hace salir de la vida cotidiana y del entorno inmediato, para buscar lo otro, lo extraño, lo diferente a sí mismo…En el fondo de su corazón busca de forma constante al Otro por excelencia, que es Dios". Por ello, todos los hombres son peregrinos y, de hecho, se puede encontrar una práctica de peregrinación en todas las grandes religiones.

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Noble sencillez

La Constitución sobre la Liturgia del Concilio Vaticano II dice, a propósito de la estructura de los ritos, que “deben resplandecer con noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles, adaptados a la capacidad de los fieles y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones” (SC 34).

Me parece un principio muy sabio, válido para muchas otras esferas de la vida y no sólo para la Liturgia. Lo “noble” es lo excelente, lo honroso, lo estimable. Un metal noble es aquel que no se oxida ni altera con facilidad; aquel que, de algún modo, perdura. Y lo “sencillo” es lo carente de artificio, de ostentación, de adornos innecesarios. Es una buena combinación la que aúna nobleza y sencillez, excelencia y simplicidad; en definitiva, algo así como lo que podemos llamar “buen gusto”.

En la disposición de un templo, en la selección del ajuar litúrgico, en la elección de los ornamentos; en suma, en tantas cosas, debemos buscar esa noble sencillez. También en el modo de vestir o de presentarnos. Una faceta en la que todos, pero especialmente los clérigos, podemos pecar por exceso o por defecto.

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5.09.09

Fides ex auditu

XXIII Domingo TO (B)

Los seres humanos nos orientamos en el mundo gracias a los sentidos. La vista, el gusto, el tacto, el oído, el olfato nos permiten recibir y reconocer estímulos que provienen del exterior o, incluso, de nosotros mismos. La privación de alguna de estas fuentes de conexión con la realidad nos atrofia en mayor o menor medida.

La imposibilidad de oír nos aísla singularmente. Gracias a Dios, ha habido progresos en el tratamiento y en la inserción social de las personas que padecen una pérdida auditiva. Hoy, merced a esos avances, el mundo del silencio no es ya tan dramáticamente silencioso.

Jesús se encuentra con un sordomudo, con alguien que “era sordo y que a duras penas podía hablar”. La dificultad de comunicarse traía como consecuencia inevitable la exclusión, la marginación, la soledad, el ostracismo. El Señor se hace cargo de esa situación. Él, que es la Palabra, sabe ponerse en el lugar del que no puede oír. Discretamente, lejos de la muchedumbre, mete los dedos en los oídos del sordo y toca su lengua para que aquel hombre pueda, en adelante, oír y hablar.

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Un poco hartito sí que estoy

Me hacía gracia, cuando estudiaba en Roma, que un doctorando – hoy, felizmente, Obispo – nos dijese, si nos entreteníamos más tiempo del imprescindible a la hora del desayuno: “Vosotros aquí, de charla, y vuestros Obispos hartitos de pagaros los estudios”.

Bueno, pues algo así. Como no soy del Sur no suelo emplear mucho los diminutivos. No estoy “hartito”, estoy simplemente “harto”. ¿De qué? De comparaciones abusivas, mal hechas, carentes de toda equidad y proporción.

No se pueden poner en los dos platillos de la balanza aspectos que nada tienen que ver entre sí. No es riguroso comparar la apostura de Brad Pitt y la inteligencia de Einstein. O, para que haya paridad en el ejemplo, la belleza de Angelina Jolie y la capacidad de trabajo de la vicepresidenta del Gobierno.

La justicia pide dar a cada uno lo suyo. Si parangonamos la belleza del cuerpo, ciñámonos a ese aspecto. Si contrastamos el bagaje de los conocimientos, pensemos en el acervo de cada cual.

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4.09.09

El rostro de la Iglesia

Una de las más bellas definiciones de la Iglesia la dio, en su momento, el Papa Pablo VI. Decía que la Iglesia es “el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad”. Dios, que ama a los hombres y busca salvarlos, ha querido que existiese en el mundo ese reflejo, imperfecto y perfecto a la vez, de su caridad. Las imperfecciones suelen acompañar a todo lo que es humano, porque la perfección es propia sólo de Dios, pero, por una especie de desbordamiento que podemos llamar “participación”, esa perfección divina se difunde y empapa todo aquello que toca, todo aquello que se deja envolver por el manto de su gloria.

¿Cómo defender a la Iglesia? ¿Cuál sería el perfil de una apologética adecuada? ¿Cómo hacer que la belleza de su rostro resplandezca ante los hombres? Quizá aplicando la ley de la relatividad. Y no me refiero a la Física de Galileo o de Einstein, a la averiguación de cómo se transforman las leyes de la naturaleza cuando se cambia de sistema de referencia, sino a otra “relatividad” que enuncia también Pablo VI hablando de la Virgen: En María “todo es relativo a Cristo y todo depende de Él”. El “sistema de referencia” para María, y para la Iglesia, es siempre el mismo; es Jesucristo, el Señor.

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