El alcalde y las luces de Navidad
Sor Juana Inés de la Cruz, nacida a mediados del siglo XVII en el Virreinato de Nueva España – hoy México -, es una destacada integrante del Siglo de Oro español y del barroco literario novohispano. Desde muy niña, sor Juana mostró una auténtica pasión por el saber, por la adquisición de conocimientos. Dicen que solía cortarse un mechón de cabello y plantearse el reto de aprender un tema específico antes de que volviera a crecer, o de lo contrario lo cortaba de nuevo, pues “no me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias”.
En 1667 profesó como monja. Primero en las Carmelitas Descalzas y, poco después, en un monasterio de Jerónimas. La Iglesia y la corte le pedían con frecuencia “villancicos”, composiciones poéticas que, en ocasiones, como en el caso de sor Juana, tenían un autor culto pero que, no obstante, mantenían el tono popular y el recurso al humor. Los villancicos se cantaban en las catedrales de México, Puebla y Oaxaca. Ya desde comienzos del siglo XVII había florecido en la Nueva España el “villancico de maitines”, cantado polifónicamente en las vísperas de las grandes celebraciones religiosas.
Uno de estos villancicos de maitines, atribuido a sor Juana Inés de la Cruz, es el titulado “El alcalde de Belén”. Se trata de una “Ensalada”; es decir, de un género que mezcla elementos dispares: narrativa y lírica, metros diversos y temas variados. En la introducción se recoge la anécdota narrativa: “El Alcalde de Belén/ en la Noche Buena, viendo/ que se puso el azul raso/ como un negro terciopelo,/ hasta ver nacer al Sol,/ de faroles llena el pueblo,/ y anuncia al Alba en su parto/ un feliz alumbramiento”. El Alba es la Virgen María que va a alumbrar al Sol, que es Jesucristo.

La filosofía, el intento de comprender y explicar reflexivamente lo real, además de estimular el ejercicio del pensamiento, puede proporcionar momentos de grata lectura. Muchas veces se cree que los filósofos se dedican a dirimir dificilísimas cuestiones ajenas a las preocupaciones del común de los mortales, pero no necesariamente es así: “Aunque no lo creas, las cosas que nos interesan a los filósofos son las mismas que a ti te importan”, escribe el catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad de Navarra Ricardo Piñero Moral al comienzo de su breve ensayo “El bosque de los filósofos” (El Buey Mudo, Madrid 2024, 204 páginas).
La lechuza de Minerva, diosa de la sabiduría, solo vuela al anochecer. Se parece a la filosofía, que solo puede comprender y explicar la realidad “a posteriori”, cuando una época histórica ha llegado a su fin. Sin embargo, el símbolo de la contemporaneidad ya no parece ser la lechuza de Minerva, que necesita tiempo para reflexionar, sino una singular comadreja disecada, que se muestra en el Museo de Historia Natural de Rotterdam, con el pelaje quemado y las patas carbonizadas. Esta comadreja se electrocutó en noviembre de 2016 al trepar por la valla de una subestación del Gran Colisionador de Hadrones del Centro Europeo para la Investigación Nuclear(CERN) de Ginebra.
La expresión “ateos devotos” – o la equivalente de “ateos católicos” - parece contradictoria y plantea un interrogante sobre la coexistencia y alianza de los contrarios: ¿cómo puede un incrédulo, pese a su incredulidad, estimar seriamente la religión católica? Es un hecho que algunas personas que no se identifican como creyentes defienden, no obstante, la centralidad cultural y política de los valores cristianos. A estas personas se les empezó a llamar en Italia, ya en la etapa final del pontificado de Juan Pablo II, “ateos devotos”. Podríamos mencionar, entre otros, a la periodista Oriana Fallaci, al también periodista Giuliano Ferrara o al filósofo y político Marcello Pera. En España, podría señalarse a Gustavo Bueno, quien se consideraba a sí mismo ateo, pero culturalmente católico. Varios intelectuales no creyentes admiraban al papa Benedicto XVI, quien defendía la importancia de los cristianos como “minoría creativa” a la hora de custodiar y defender los valores de Occidente, amenazado por la frivolidad relativista.












