Manuel García Morente, la filosofía y su vivencia
En la primera de sus “Lecciones preliminares de Filosofía” – “el libro filosófico más importante de mi maestro y amigo”, dice Julián Marías -, Manuel García Morente relaciona la filosofía con la vivencia. No se puede definir la filosofía antes de hacer filosofía. Para saber qué es la filosofía necesitamos tener de ella una “vivencia”. No es lo mismo estudiar el mapa de París, que nos proporcionará una mera idea de esa ciudad, que visitar, pasear a pie, París. Esto segundo es una vivencia.
Cuando García Morente escribió estas “Lecciones” se habían producido en su vida acontecimientos decisivos. En julio de 1936, su yerno fue asesinado en Toledo. Las depuraciones lo alcanzaron también a él, que fue despojado del Decanato de la Facultad de Filosofía – “el mejor Decano tal vez de toda su historia”, sigue diciendo Marías – y de su cátedra de Ética. Le avisaron que estaba en peligro y se trasladó a París.
Allí, una noche, tuvo una experiencia conmovedora, que él llamó el “hecho extraordinario”. Poco después, invitado por la Universidad de Tucumán, pronunció un curso de enorme interés: las mencionadas “Lecciones preliminares de Filosofía”. Un libro en el que, sigue diciendo Marías, “convergen el que había sido [Morente], el que siguió siendo, y el que podría ser”.
No hay ruptura sustancial en la vida de Morente. Aunque este itinerario esté marcado por una singular “vivencia”, por una experiencia estética del todo única, por una audición musical que vincula una reflexión filosófica inicial, que no excluye que Dios sea, y una convicción teológica final, que experimenta que Dios es. Esa audición abarcó, al menos, tres obras: La “Sinfonía en re menor”, de César Franck; la “Pavane pour une infante défunte”, de Maurice Ravel; y “L’Enfance du Christ”, de Hector Berlioz. Este “hecho extraordinario” propició el encuentro personal de García Morente con el Misterio de Dios.

Óscar Valado Domínguez,
Leyendo las Relaciones que los jesuitas misioneros en Canadá enviaban a sus superiores en Europa, encuentro un profundo pasaje que narra la experiencia del padre Brébeuf, san Juan de Brébeuf (1593-1649), uno de los pioneros de la evangelización de los Hurones. Compara, el futuro mártir, la magnificencia y el esplendor del culto católico en Francia, cuyas suntuosas catedrales inspiran recogimiento y devoción, con la pobreza extrema de las tierras de misión: “en estas regiones tendréis que omitir muchas veces la santa misa, y cuando se ofrezca ocasión de poderla celebrar, os servirá de capilla algún rincón de vuestra cabaña, y el humo, la nieve o la lluvia os impedirá que la adornéis, aun cuando tuviereis a mano los adornos necesarios para ello”.












