2.08.08

La necesaria certeza

Pocas veces en la historia se ha elogiado tanto la duda y la perplejidad como en nuestra época. A quien dice poseer certezas se le mira con desconfianza, con recelo. Se prefiere a quienes se muestran partidarios de la irresolución o de la confusión. La duda se presenta como una vacuna frente a la intolerancia o el fanatismo.

Sin embargo, la fe cristiana exige certeza. El creyente debe estar seguro de lo que cree y de por qué cree. La fe es la adhesión firme a la revelación divina; una adhesión que excluye el temor a errar, pues se apoya no en nuestras capacidades limitadas, sino en la infalibilidad y veracidad de Dios.

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Un viaje a Turquía

Acabo de regresar de Turquía. El recorrido por esas tierras de Asia Menor nos retrotrae a los primeros tiempos del cristianismo; a la etapa apostólica y a la época de los padres de la Iglesia.

El Nuevo Testamento nos ayuda a evocar el significado de ciudades como Antioquía de Siria – hoy Hatay - , donde a los seguidores de Jesús se les dio por primera vez el nombre de “cristianos” o Tarso de Cicilia – Tarsus-, ciudad natal de San Pablo, donde hay una iglesia-museo dedicada al Apóstol.

La región de la Capadocia nos deslumbra por su paisaje lunar y por tantos valles que, en su día, estaban completamente poblados por monjes. Hoy quedan las iglesias rupestres, embellecidas con frescos, muchos de los cuales han logrado, casi por milagro, sobrevivir a los ataques de los iconoclastas y de los musulmanes. El valle de Göreme es, en este sentido, de una riqueza inimaginable. Parece percibirse aún la huella de los Padres Capadocios: San Basilio, San Gregorio Nacianceno, San Gregorio de Nisa.

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12.07.08

La expectación de lo creado

La expectación es una espera tensa de un acontecimiento importante. En la Carta a los Romanos (8,18-23), San Pablo presenta a la creación entera sumida en ese estado de espera. Y, en la creación, también nosotros, los cristianos, los que “poseemos las primicias del Espíritu” compartimos esa situación. El gemido de la creación, un gemido de parto, de alumbramiento de algo nuevo, se une a nuestro gemido interior, mientras aguardamos la redención de nuestro cuerpo.

Las personas humanas no somos sustancias aisladas, sino que somos un nudo de relaciones. La relación fundante, que nos llama a la existencia y nos mantiene en el ser, es la relación con Dios. Hemos sido hechos a imagen de Dios y estamos llamados a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios.

Estamos llamados, también, a la fraternidad. Nuestra naturaleza es la de seres sociales. Necesitamos la relación con los otros; el intercambio; la reciprocidad; el diálogo. Separados de los demás no podemos vivir ni desarrollar nuestras capacidades.

Una tercera relación se establece con el mundo, con la globalidad de lo creado. En el Génesis se dice que el hombre fue situado por Dios en un jardín (Génesis 2,8), donde podía cultivar la tierra y guardarla, sin que el trabajo le resultase penoso.

Una mirada a la realidad que vivimos pone de relieve la ruptura de esta armonía querida por Dios. La expectación de la creación se vive desde el caos; desde una creación sometida a la frustración, a la esclavitud de la corrupción. Y por eso, la creación gime esperando la renovación.

El jardín preparado por Dios parece haberse convertido en una selva impracticable, amenazante o, incluso, en un desierto. En un lugar, tantas veces, poco amistoso y apacible. No sólo ha hecho su irrupción el cansancio del trabajo, sino también el sufrimiento y el mal, en toda su extensión y en todas sus formas.

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9.07.08

Luis Ladaria, un teólogo serio

El nombramiento de Luis F. Ladaria como Secretario de la Congregación de la Doctrina de la Fe no me ha sorprendido excesivamente. Suele recaer en teólogos, como era el caso también de Mons. Angelo Amato. El P. Ladaria colaboraba como consultor en varios organismos de la curia romana y desempeñó el destacado cargo de Secretario de la Comisión Teológica Internacional.

En la Pontificia Universidad Gregoriana era un profesor importante. Tuve la suerte de haber sido su alumno, creo que en el año académico 1995-1996, en el que impartió un curso sobre “Antropología y Cristología”. Sus clases eran, a la vez, claras y profundas. Su trato, sencillo y su dedicación a los alumnos muy encomiable – a muchos, de hecho, les ha dirigido las tesis de licenciatura o de doctorado - .

Podríamos, sintetizando, resumir tres grandes áreas que han sido objeto de estudio y de publicaciones por parte del P. Ladaria. En primer lugar, la teología patrística. De 1977 data su libro “El Espíritu Santo en San Hilario de Poitiers” y de 1980 su volumen sobre “El Espíritu en Clemente Alejandrino: estudio teológico-antropológico”. En segundo lugar, la antropología teológica. A este campo pertenecen sus obras “Antropología Teológica” (1987) – que recuerdo haber tenido como texto en mi época de estudiante en Vigo-; “Introducción a la Antropología Teológica” (1993) y “Teología del pecado original y de la gracia” (1993).

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8.07.08

No hay un aborto aceptable

Escuchando, a veces, debates sobre el aborto se percibe que, incluso para algunos teóricamente defensores de la vida, determinados tipos, o supuestos, de aborto, resultarían “aceptables”. ¿Qué hacer en caso de violación, en caso de enfermedad de la madre, de malformación del feto, etc.? Que a personas así el aborto les parezca una opción válida es la prueba más clara del poder invasor de las conciencias de la cultura de la muerte. A fuerza de tanto horror amparado por las leyes y por la praxis social, ya no distinguimos con nitidez entre el bien y el mal.

El aborto no admite excepciones: “La vida humana debe ser protegida y respetada de manera absoluta desde el momento de la concepción”, leemos en el “Catecismo”. Desde el primer momento, es necesario reconocer al ser humano su condición de persona - ¿qué podría ser si no es persona? – y, por consiguiente, sus derechos inalienables, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida.

El aborto provocado, directo, querido como un fin o como un medio, es siempre gravemente inmoral. Igualmente, es inmoral la cooperación formal al aborto.

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