El Crucificado, patrimonio de la humanidad
Algunos bienes no pertenecen a una sola persona, a una sola familia, a un solo pueblo, a un solo Estado. Algunos bienes, por su relevancia y significación, pertenecen a todos y nadie tiene, en consecuencia, derecho a privar a los seres humanos que vengan en el futuro de su contemplación y disfrute.
Pero no sólo los bienes, también las personas, algunas personas al menos, por la coherencia de su vida, por la pureza de sus ideales, por la capacidad de encarnar lo mejor de los hombres traspasan las fronteras y trascienden los límites de una cultura o de una civilización.
Si nos ceñimos a la época contemporánea, personajes como Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Óscar Romero, Dietrich Bonhoeffer o Teresa de Calcuta concitan un consenso casi unánime en el reconocimiento de las gentes. La defensa de la no violencia, de la igualdad de los hombres de diferentes razas, la resistencia frente a los totalitarismos o la compasión por los últimos de los últimos son valores que propician la convergencia, el acuerdo, la alianza entre lo que de más humano subsiste en cada uno de nosotros.
También en otras épocas hay ejemplos de humanidad plena. En este sentido, la UNESCO declaró el 2007 como Año de Mevlana Celaleddin-i Rumi, en recuerdo del célebre poeta y filósofo del sufismo musulmán. Y estoy seguro de que todos los hombres que no hayan perdido la sensibilidad admirarán, aunque no sean cristianos, la obra de San Juan de la Cruz o de Fray Luis de León.