La expiación como solidaridad
Los cristianos creemos que Jesús, con su muerte, expió nuestros pecados; que los borró por medio de su sacrificio. Desde muy pronto se contempló la muerte de Jesús a la luz del cuarto canto del siervo de Yahvé del profeta Isaías: “Fue traspasado por nuestros pecados, molido por nuestras maldades”.
Realmente toda la vida de Jesús se resume en la palabra “servicio”; un servicio sanador, redentor, que hace posible una nueva comunión del hombre con Dios. Él fue, en su vida terrena, el “hombre para los otros”, y, en esta donación continua de sí mismo, no se ahorró nada, ni siquiera la muerte. Si toda su vida fue interpretada por Él mismo como un servicio salvador, resulta coherente pensar que interpretó en la misma clave su muerte.
El servicio a los hombres es indisociable de su obediencia al Padre. Un servicio y una obediencia que chocaron con los poderes de este mundo, con la desobediencia y el egoísmo de este mundo. Tal contraste tuvo como consecuencia, previsible pero ineludible, la muerte de Cruz. Donde, a los ojos del mundo, triunfa el fracaso, Dios puede crear algo nuevo. Tal es el mensaje de la Resurrección.

Guillermo de Juan Morado, en la parroquia de San Pablo. R, Grobas
El reciente libro de Hans Küng, “Verdad controvertida. Memorias” (Ed. Trotta, Madrid 2009, 764 páginas, 42 euros), constituye la segunda entrega – y posiblemente no la última – de las memorias del conocido teólogo suizo. Hay acontecimientos que marcan una vida, que imprimen en ella una impronta tan honda que nada de lo que vendrá después y, de alguna forma, nada de lo que ha habido antes, resulta inteligible prescindiendo de ese hecho significativo. En este sentido se ha señalado – aunque algunos historiadores relativicen su importancia - la decisiva trascendencia de la llamada “experiencia de la Torre” en la biografía y en el pensamiento de Martín Lutero. Si buscásemos un “acontecimiento central” que unifique el período que abarca estas memorias (comprendido entre 1968 y 1980) habría que destacar la resolución de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 15 de diciembre de 1979 según la cual “el profesor Küng, en sus escritos, ha faltado a la integridad de la verdad de la fe católica, y por tanto […] no puede ser considerado como teólogo católico” ni puede enseñar como tal (p. 629-630). En torno a ese eje central gira todo el contenido del libro. Razón y pasión se entrelazan, porque, obviamente, el pensamiento no puede separarse de la vida. Dice Küng que ha querido “evitar ataques personales y vengativos ajustes de cuentas” (p. 695), pero resulta patente que el juicio sobre situaciones, personas y actuaciones está mediatizado por la respectiva incidencia en “el hecho” de su vida.
El Señor Resucitado se encuentra con los suyos “el día primero de la semana”. Son estos encuentros, estas apariciones, las que, bajo la acción de la gracia, hacen nacer la fe de los discípulos en la Resurrección.
San Pablo, en la Carta a los Colosenses (3,1-4), expone las consecuencias que tiene para nuestra vida la Resurrección de Jesús: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba”.






