Una purificación de la fe
La fe es una virtud sobrenatural por la que confiamos en Dios y, basados en esa confianza, aceptamos lo que Él ha revelado. Creer es una realidad nueva, que no la da ni la carne ni la sangre, sino que procede de la gracia divina acogida por el hombre de un modo libre y razonable.
Hoy los creyentes vivimos un poco a la intemperie. No podemos refugiarnos en una cultura dominante afín a nuestras creencias. Más bien todo lo contrario. No está mal visto discrepar en público de la fe cristiana, sino al revés. No está bien visto definirse católico, obediente al papa y dispuesto a aceptar lo que la Iglesia nos enseña. Todo lo contrario. Se tolera, a lo sumo, un catolicismo “liberal” que, antes que la adhesión, interpone la distancia. Incluso en ambientes teóricamente muy católicos el criticismo excesivo parece querer levantarse como una pantalla protectora que pretende salvaguardar la propia “independencia” de juicio. Unos y otros, liberales y anti-liberales, dejan claro que, ante todo, está “su” pensamiento, “su” criterio, “su” modo de ver las cosas y de interpretarlas.
Culturalmente, nos encontramos a veces con la oposición y, más veces aún, con la indiferencia. Con la persecución o con el relativismo igualador de todas las creencias. En definitiva, si todas las religiones valen lo mismo es que ninguna vale nada. Si todos salvan, nadie salva.
Debemos, en cierto modo, aprovechar las posibilidades que ofrece el tan cacareado “pluralismo”, a veces puramente teórico, pero que puede permitir que “también” nosotros digamos “algo”. Y debemos decirlo, aprovechando todas las ocasiones, a tiempo y a destiempo, proclamando la novedad del Evangelio.
La indiferencia es un serio obstáculo que hay que sortear. La fe parece no interesar, parece no decir nada. La única manera de salvar esta barrera es, creo, la propia convicción, serena y esperanzada, de que al menos a mí la fe sí me dice mucho y sí me interesa en gran manera. Y, en buena lógica, cabe pensar que si me interesa a mí puede también, en línea de principio, interesar a otros.

Recibir la primera comunión es, para un niño, un momento muy importante en su itinerario de iniciación cristiana. Un camino que comienza con el bautismo, que debería seguir con la confirmación y que tendría como cumbre la comunión. Lamentablemente, este proceso se ve alterado, ya que se suele posponer – sin que uno acabe de entender muy bien el motivo – la confirmación hasta los catorce años.
Homilía para el V Domingo de Pascua (Ciclo A)
1. Introducción. Cristo y el hombre
He leído por ahí la noticia de que un feligrés que asistía a la misa dominical, molesto por la forma y por el fondo de lo que predicaba el sacerdote, lo increpó desde su banco: “Esto es una misa, no un mitin”.












