Cooperador parroquial: ¿Por qué no?
El papa Francisco ha expresado su deseo de tener una Iglesia pobre y para los pobres. Yo, hasta la fecha, no he conocido otra cosa. En los niveles en los que me muevo, ese desiderátum no es un desiderátum sino una realidad.
La Iglesia es, de hecho, pobre. Y también es para los pobres. Es pobre porque vive con muy poco. Una parroquia no es un centro financiero. Hay muchos gastos y, normalmente, menos ingresos. Los feligreses son pobres. Cuando se cuenta la colecta de un domingo no se tiene noticia – que yo sepa - ni de un solo billete de 500 euros, ni de un solo billete de 200 euros, ni de un solo billete de 50 euros. Ni apenas de un solo billete.
En España, si cayese la asignación tributaria, la destinación de un pequeño porcentaje de los impuestos que ya se pagan, a la Iglesia Católica, entraríamos en bancarrota. Ese porcentaje del IRPF garantiza, sobre todo, un módico sueldo a los ministros del culto. Sin esa “X” los ministros del culto – los sacerdotes – no podrían vivir. O, si quisiesen vivir, tendrían que restringir su dedicación a la actividad pastoral para buscar otras actividades más lucrativas, suficientemente lucrativas, para costear su subsistencia.
Yo creo que no podemos seguir así. No hace falta ser profeta para prever que algo tan sencillo como un cambio de Gobierno o como una denuncia unilateral de los Acuerdos Iglesia- Estado o como un cambio de la Constitución (no imposible) daría al traste con ese “mínimo” vital.
A “la sociedad” le daría lo mismo. A los católicos no debería darles lo mismo. Un no creyente, un ateo o un agnóstico, quizá no tenga por qué aportar ni un solo euro al sostenimiento de la Iglesia. O sí. Pero si lo hace, si aporta algo, será porque está convencido, aunque no comparta la fe, de que la Iglesia es un bien para la mayoría.
Un católico, creo, debe pensar de otro modo. La Iglesia es un bien, sí. Pero la Iglesia no es un ente abstracto, es la comunidad de los fieles cristianos. La Iglesia soy, también, yo. Y si me importa la Iglesia debo sostener a la Iglesia.

La constitución dogmática “Dei Verbum” del Concilio Vaticano II enseña que en Jesucristo culmina la revelación divina: Dios “envió a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios […]. Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre” (cf DV 4).
Conmemoración de los Fieles Difuntos
La oración, además de perseverante, ha de ser humilde. Por eso comienza con el reconocimiento de los propios pecados: “los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan”, dice el libro del Eclesiástico. La humilde toma de conciencia de lo que somos debe empujarnos a ofrecernos al Señor para ser purificados: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”, rezaba el publicano.






