9.12.13

Mandela y la reserva escatológica

Hace unos años, justamente el 25 de enero de 2009, publiqué en este blog un post con el título: “Obama y la reserva escatológica”.

Decía en ese post: “El teólogo alemán Metz ha popularizado la expresión ‘reserva escatológica’ para aludir a la relación dialéctica que existe entre las promesas de Dios y la realidad histórica. Toda realización intramundana es provisional; ningún logro político, social o económico es, sin más, ‘el Reino de Dios’ ”.

Me reafirmo en lo mismo. ¿Mandela ha conseguido muchas cosas buenas? Parece que sí. Y no seré yo quien desfigure sus méritos. Y es muy posible que, también, haya hecho o propiciado muchas cosas menos buenas, o directamente malas.

¿Mandela ha traído al mundo “el Reino de Dios”? En absoluto. Habrá hecho, quiero pensar, lo que ha podido. Para bien y para mal. En parte para bien – ¡Dios de lo premie! - , y en parte para mal – ¡Dios se lo perdone! - .

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7.12.13

La Inmaculada, la expectación del Adviento

La expectación es la espera de un acontecimiento que interesa o importa. El Adviento nos sumerge en la expectación, en la tensión dinámica de la espera “de un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos”: la venida de Cristo (cf Catecismo 522).

En la liturgia de este tiempo la Iglesia actualiza la espera del Mesías, compartiendo así la espera de Israel y, de algún modo, la espera confusa de todo hombre; el anhelo de salvación, de redención, de justicia, de felicidad. Al disponernos a celebrar la venida del Salvador en la humildad de nuestra carne, los fieles renovamos el ardiente deseo de su segunda venida en la majestad de su gloria.

Expectación es también un nombre de María, la Hija de Sión, la Virgen que está encinta y que dará a luz un hijo, al que le pondrán por nombre “Dios-con-nosotros” (cf Isaías 7,14). María ejemplifica de un modo singular el Adviento, esperando “con inefable amor de Madre” a quien todos los profetas anunciaron y a quien Juan proclamó ya próximo.

Con Ella, “después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación” (Lumen gentium 55). Ella es hija de Adán por su condición humana y descendiente de Abraham por su fe. Ella es “la vara de Jesé” que ha florecido en Jesucristo, nuestro Señor.

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29.11.13

Los ojos abiertos

El Señor, hablando de su segunda venida, nos exhorta a la vigilancia, a
estar en vela
, a estar preparados (cf Mt 24,37-44).

Comentando este pasaje evangélico, San Gregorio Magno escribe: “Vela el que tiene los ojos abiertos en presencia de la verdadera luz; vela el que observa en sus obras lo que cree; vela el que ahuyenta de sí las tinieblas de la indolencia y de la ignorancia”.

1º) Velar es, en primer lugar, abrir los ojos y mantenerlos abiertos para reconocer la presencia de la verdadera luz, que es Cristo, nuestro Señor. San Pablo dice a los romanos: “Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer” (Rm 13,11).

El Adviento nos invita y nos estimula a captar la presencia del Señor en medio de nosotros: “La certeza de su presencia, ¿no debería ayudarnos a ver el mundo de otra manera? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como una “visita‟, como un modo en el que Él puede venir a nosotros y estar cerca de nosotros, en cualquier situación?”, se preguntaba el Papa Benedicto XVI en una homilía de Adviento.

Si nos dejamos cegar por las prisas, por la rutina, por la mediocridad, seremos incapaces de advertir la presencia del Señor en nuestras vidas. Sin la conciencia de su cercanía nos dejaríamos vencer por el hastío y el cansancio. Debemos hacer nuestra la oración del Salmo 24: “A ti, Señor, levanto mi alma: Dios mío, en ti confío; no quede yo defraudado; que no triunfen de mí mis enemigos, pues los que esperan en ti no quedan defraudados”.

2º) “Vela el que observa en sus obras lo que cree”. En cierto sentido, somos lo que hacemos. En nuestras acciones se plasma de forma concreta nuestro querer, nuestro hacer y nuestro ser. No podemos ser generosos si no hacemos real en nuestras actuaciones la generosidad. No podemos, coherentemente, salir al encuentro de Cristo si en nuestras obras rechazamos a Cristo olvidándonos de los hermanos (cf Mt 25,45). La vigilancia nos exige, pues, coherencia, armonía entre la fe y la vida: “Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad” (Rm 13,13).

3º) “Vela el que ahuyenta de sí las tinieblas de la indolencia y de la ignorancia”. La indolencia es la pereza, la insensibilidad, la indiferencia. Es todo lo contrario del dinamismo que pide el caminar al encuentro del Señor: “Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob”, exhorta Isaías (Is 2,1-5). Sin dar un paso, inmovilizados por nuestra desgana, no podemos marchar por las sendas de la salvación.

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27.11.13

Evangelii gaudium: No a la guerra entre nosotros

A mí no me gusta, en el blog – ni fuera de él - , descender a la casuística. Más que nada porque la casuística, la aplicación de los principios a los casos particulares, es tan variada como variados son estos casos. Mejor resolverlos según surjan, sin prisas, sin generalizaciones, sin exposición pública innecesaria.

En la vida pastoral existe una gradación muy sabia: Se predica, en principio, para todos. Se atiende a cada persona en singular en la dirección espiritual y en el confesonario. Y, sin negar los principios, lo adecuado para una persona no tiene por qué ser, de modo inmediato, adecuado para otra. Un buen médico no cuelga a la puerta de su consulta una especie de cartel en el que diga: para quien tiene fiebre, tal pastilla; para el que no duerme, tal otra. No, no hace eso. Verá caso por caso, paciente por paciente.

¡Cuántos esfuerzos, cuántos enfados nos ahorraríamos en la Iglesia – y en las concreciones próximas de la Iglesia – si observásemos esa elemental norma de prudencia!

Estoy leyendo con enorme interés la enseñanza y la exhortación – si es exhortación, es también enseñanza – del papa Francisco “Evangelii gaudium”. En los números 98-101 de este texto advierte: “No a la guerra entre nosotros”.

Hay muchas guerras entre nosotros, entre los cristianos. A veces, más que guerras, “batallitas”. En mi día a día, perdonen si me contradigo y soy casuista, el fuego que más quema, que más harta, que más desanima, no es el “fuego enemigo”, sino el “fuego cercano”, supuestamente “amigo”. La actitud de quien nunca quiere sumar, sino restar. La crítica despiadada, sistemática y, encima, escasamente razonable.

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26.11.13

"Evangelii guadium": Tentaciones en la pastoral

El papa Francisco acaba de regalar a la Iglesia la exhortación apostólica “Evangelii gaudium”. Es un texto amplio, de rico contenido, que no se puede resumir simplemente en un artículo. Lo mejor será leerlo en su integridad y no de cualquier manera, sino con el deseo de aprender – ya que quien habla es el Papa – y de dejarse interpelar – ya que, ciertamente, nos “exhorta”, nos incita a emprender unos caminos y a evitar otros - .

Voy a fijarme solo en un apartado del capítulo segundo, capítulo dedicado a la crisis del compromiso comunitario, en el que expone las “tentaciones de los agentes de pastoral” (n. 76-109). Me parece un diagnóstico de gran lucidez, que refleja la experiencia y la reflexión de un pastor de la Iglesia, del pastor universal.

En este apartado se habla de actitudes a las que hay que decir sí y de actitudes a las que hay que decir no. ¿A qué debemos decir sí, según el Papa? Ante todo, al entusiasmo misionero, a la pasión evangelizadora. La misión – el anuncio de Jesucristo – forma parte de lo que somos. No es un añadido incómodo ni una carga pesada. Es preciso superar el individualismo, la crisis de identidad y la caída del fervor.

Hay que decir sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo, a salir de uno mismo para abrirse a otros: “El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura”, anota con gran expresividad el Papa.

Decir “sí” a algunas cosas implica decir “no” a otras. ¿A qué otras? A la “acedia egoísta” que se traduce en un continuo escapar del compromiso. Y el motivo de fondo es que el compromiso no se vive bien por falta de una espiritualidad “que impregne la acción y la haga deseable”; en suma, por huir de la cruz: “El inmediatismo ansioso de estos tiempos hace que los agentes pastorales no toleren fácilmente lo que signifique alguna contradicción, un aparente fracaso, una crítica, una cruz”.

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