9.05.14

Regreso a Roma

Creo que era Chesterton quien decía que nadie debería ir a Roma si no tiene la garantía de volver. Yo estoy de acuerdo con ese pensamiento. De un modo similar, pero en el lenguaje de la publicidad, he visto que, en algunos autobuses, refiriéndose a un torneo de tenis, había un anuncio con fotos de Rafa Nadal y de otros tenistas. Y el lema era así de claro: “Tutti hanno il tennis, solo noi abbiamo Roma”.

Por la mañana, apenas nace el sol; a medio día, cuando brilla en todo su esplendor, o por la noche, con los monumentos y los puentes iluminados, Roma es Roma. “Tutti hanno…” lo que sea. Pero solo Roma es Roma.

Una revisita a Roma, sobre todo en primavera o en otoño, es una experiencia enormemente recomendable. Como uno tiene sus gustos y sus querencias, tiende, uno, a repetir itinerarios, a no cansarse de ver de nuevo lo ya visto. A modo de ejemplo: la Piazza del Popolo, la via del Babuino, la Piazza de Spagna, la elegante Via dei Condotti… O Santa Maria Maggiore, Santa Prassede, San Pietro in Vincoli, Colosseo, Fori Imperiali, Campidoglio…Y, siempre, la Piazza Navona, Pantheon, Piazza della Minerva… Avventino… Trastevere… “Solo noi abbiamo Roma”.

Roma es, también, la Iglesia. Es San Pedro. Y, en San Pedro, me ha emocionado celebrar la Santa Misa en la Capilla Clementina. Y rezar ante la tumba de San Juan Pablo II – muy próxima a La Piedad de Miguel Ángel – y ante de la de San Juan XXIII.

Y la Cabeza visible de la Iglesia es el Papa. El domingo, a las 12, el Regina Coeli. Con una Plaza de San Pedro a rebosar de fieles. Y, el miércoles, la audiencia general. Con un Papa que sale a la Plaza antes de la hora fijada y recorre cada tramo, cada cuadrícula, para que todos los fieles, numerosísimos, que acuden puedan “ver a Pedro”.

Yo también he podido “ver a Pedro” en la persona del Papa Francisco. Me habían colado entre los argentinos que ocupan un lugar preferente a un lado del estrado en el que se sitúa el Papa. Tras la catequesis, Francisco saludó, por más de media hora, a los enfermos, uno a uno. Luego, a unos reclusos de una cárcel. A los que ocupaban el lugar de enfrente del mío, seleccionados por la Prefectura de la Casa Pontificia, a los “sposi novelli” y, finalmente, a los argentinos y asociados, entre ellos, a mí.

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30.04.14

Treinta y un días de Mayo

¿Por qué la Iglesia ha escogido Mayo para tributar un culto especial a la Virgen? Con este interrogante comienza el Cardenal Newman un precioso texto en el que, siguiendo las Letanías Lauretanas, contempla la presencia de Nuestra Señora en la historia de la salvación.

Mayo, nos dice Newman, es el mes de la fiesta y de la alegría; el mes de la promesa y de la esperanza. El mes en el que la tierra se cubre de hojas frescas y de hierba verde; en el que los árboles se visten de brotes y las flores irrumpen en los jardines; en el que el Sol amanece antes y se oculta más tarde. Mayo es el pregón que anuncia el esplendor del verano…

Mayo es también el período más sagrado, alegre y festivo de todo el año. Mayo es la Pascua y la Ascensión que preludia Pentecostés. Es el mes del “Aleluya", del canto nuevo que proclama la victoria de Cristo y la venida del Espíritu Santo.

Los treinta y un días de Mayo son otras tantas exultaciones de la grandeza de Dios, de las maravillas que obró en favor nuestro. Y por ello es el mes de María, la Rosa Mística, la primera criatura, aquella en la que de modo más resplandeciente brilla la belleza de la salvación.

Dicen que fue un rey español, Alfonso X el Sabio, quien en sus Cantigas asoció Mayo a María. En todo caso, ha sido una iniciativa feliz, que se ha extendido a toda la Iglesia.

El Misal de la Virgen María ofrece a todos los creyentes un manantial, casi inagotable, de motivos para aprender de la Virgen y para amar a la Virgen. De la riqueza de esta fuente dependen, en buena medida, las reflexiones que ofrecemos para los treinta y un días de Mayo. La devoción a María, rectamente enfocada, nunca nos puede apartar de Jesús. También el “Mes de Mayo” ha de ayudarnos a celebrar los misterios de la salvación, a los cuales está ciertamente asociada santa María Virgen (cf Directorio sobre la piedad popular y la Liturgia 191).

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28.04.14

San Telmo

El bienaventurado Pedro González, llamado comúnmente San Telmo, es invocado como “Protector de las gentes del mar”. Sus imágenes más conocidas lo representan vestido con el hábito dominicano, portando un barco en su mano izquierda y un cirio encendido en su mano derecha. Es verdad que San Telmo se entregó, en vida y después de su muerte, con singular empeño a ayudar a los marineros y pescadores. Sin embargo, no fue, estrictamente, “un hombre de mar”, sino de tierra adentro, un castellano nacido en Frómista; en la comarca de la Tierra de Campos, a no mucha distancia de Palencia. La fecha más probable de su nacimiento es el año 1190.

Frómista está situada en el Camino de Santiago, cerca del río Carrión. Una de las familias ilustres de la villa era la de los Gundisalvi, en cuyo seno nació Petrus Gundisalvi, Pedro González, San Telmo. Probablemente destinado desde niño al estado clerical, Pedro recibió una cuidada educación que potenció aún más las cualidades humanas que lo adornaban. En Frómista, los benedictinos, seguramente, regentaban una escuela monástica, que pudo frecuentar Pedro. Allí podría aprender a leer y a escribir, además de iniciarse en el conocimiento de la doctrina cristiana. Más tarde llegaría la enseñanza de las artes liberales: el trivium – con la Gramática, la Dialéctica y la Retórica – y el quadrivium – Aritmética, Geometría, Astronomía y Música - .

A los veinte años, en 1210, se traslada a Palencia, para ampliar su aprendizaje en el Estudio General. Su tío, D. Tello Téllez de Meneses, era el Obispo de la Diócesis desde 1209. Pedro González se integró en aquel ambiente cultural, sobresaliendo enseguida entre sus compañeros de estudio: “Provisto por la fortuna de un alma buena llegó a la cima de las letras en su transcurso de pocos años de modo que fue considerado destacado sobre muchos de sus contemporáneos”, se dice en el Legendario.

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26.04.14

La incredulidad provechosa

II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

El Señor Resucitado se aparece a los suyos al anochecer del “día primero de la semana” y, de nuevo, “a los ocho días” (cf Jn 20,19-31). El día primero de la semana, el primer día después del sábado, pasó a llamarse “domingo”, “día del Señor”, porque en ese día tuvo lugar la resurrección de Jesucristo de entre los muertos.

San Agustín comenta que “el Señor imprimió también su sello a su día, que es el tercero después de la pasión. Este, sin embargo, en el ciclo semanal es el octavo después del séptimo, es decir, después del sábado hebraico y el primer día de la semana”.

El Señor, con su resurrección, inaugura la nueva creación y la nueva alianza y abre asimismo el día que no tendrá ocaso; es decir, la vida eterna. El domingo, primer día de la semana, recuerda el primer día de la creación, cuando Dios dijo: “Exista la luz” (Gén 1,3). Pero el domingo, como día octavo, ya que sigue al sábado, simboliza “el día verdaderamente único que seguirá al tiempo actual, el día sin término que no conocerá ni tarde ni mañana, el siglo imperecedero que no podrá envejecer; el domingo es el preanuncio incesante de la vida sin fin que reanima la esperanza de los cristianos y los alienta en su camino” (Juan Pablo II, Dies Domini 26).

Jesucristo vivo se hace presente en medio de los discípulos, que estaban ocultos y encerrados, dominados por el miedo. Sólo la presencia del Señor puede infundirles la paz y la alegría, eliminando el temor y la incertidumbre. Jesús, mostrando sus manos y el costado, se da a conocer mediante los signos de su amor y su victoria: las señales de la cruz, de su amor hasta el extremo. Con este gesto es como si dijese: “Soy yo, no tengáis miedo” (Jn 6,20).

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20.04.14

Domingo de Pascua: La conversión y la fe

Homilía para el Domingo de Pascua (Ciclo A)

El Salmo 118 es, en la liturgia cristiana, el salmo pascual por excelencia: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”.

La piedra desechada por los arquitectos es Cristo, que sufre la Pasión. Él, desechado por los suyos, se convierte, no obstante, en piedra angular por su resurrección de entre los muertos. Sobre esta piedra, que constituye el fundamento de todo el edificio, se levanta la Iglesia. Por su misterio pascual, Cristo “con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida”. “Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia”, enseña el Concilio Vaticano II en la constitución “Sacrosanctum Concilium”, 5.

El solemne anuncio de la resurrección, el “kerigma”, consiste precisamente en la proclamación de que a Jesucristo “lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de la resurrección”, dice San Pedro (cf Hch 10,34.37-43).

Escuchar este anuncio no puede dejarnos indiferentes. Estamos llamados a convertirnos y a creer. La predicación del misterio pascual nos invita a la conversión y a la fe, contemplando al “verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo”. Convertirse equivale a pasar de las tinieblas a la luz, del sometimiento al poder de Satanás a la entrega en las manos de Dios, del estado de ira al estado de gracia.

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