Poetas religiosos

En un epigrama, Jesús Cotta expresa su asombro por la inmensidad de la creación: “A Dios le pasó con las estrellas/ lo mismo que a Velázquez con las lanzas:/ todas le parecían pocas”. No sé si el número de los poetas religiosos es tan grande como el de las estrellas o el de las lanzas del célebre cuadro, pero ciertamente no es pequeño. Así lo afirma la filóloga Yolanda Obregón en la segunda edición de su antología “400 poemas para explicar la fe” (Vita Brevis, Maxstadt 2023): “solo queda regocijarse con la abundancia, y aún más, con el vigor, de la poesía religiosa actual, que viene a continuar la tradición de nuestra literatura lírica más memorable”.

Con relación a la primera edición del libro, que data de 2019, se mantiene la cantidad de cuatrocientos poemas, pero incrementando de modo muy destacado las aportaciones de  creadores recientes, de España y de Iberoamérica, de poesía religiosa en castellano. Basta recorrer el apartado de notas biográficas de los autores para comprobarlo: María Victoria Atencia García, Antonio Barnés Vázquez, Izara Batres Cuevas, Jesús Beades, Pablo Blanco del Moral, José Julio Cabanillas, Francisco Javier Carrión; Daniel Cotta Lobato, Jesús Cotta Lobato, Luis Alberto de Cuenca, Bruno Moreno Ramos…, por citar solo a algunos. Los más modernos conviven con los ya clásicos, como fray Luis de León o Lope de Vega.

Recorriendo las páginas de esta obra hallamos un soneto de Juan Miguel Domínguez Prieto, traductor al gallego de la “Noche oscura” de san Juan de la Cruz. Vinculados a Galicia están el compostelano Miguel D’Ors o la ferrolana María Elvira Lacaci, fallecida en 1997. De Rosalía de Castro se recogen sendos fragmentos de dos poemas: del dedicado a santa Escolástica y del dedicado por Rosalía a su madre: “Yo tuve una dulce madre/ concediéramela el cielo/ más tierna que la ternura,/ más ángel que mi ángel bueno”. También podemos encontrar dos poemas de Valle-Inclán, uno de ellos sobre “Los pobres de Dios” y otro titulado “El pasajero”.

Del arzobispo Manuel Lago González es el himno al Sagrado Corazón, que les resultará familiar a todos los que estudiaron en el Seminario Menor de Tui: “Gloria y honor, ¡oh Corazón Divino!”. Y de Gilberto Gómez González, nacido en Albeos y obispo en Abancay, se incorporan nada menos que once poemas. En uno de ellos evoca las cumbres de los Andes donde se siente llamado a cumplir su labor cotidiana: “No he venido a poner la pica en Flandes/ ni a lucirme en brillantes quehaceres,/ sino a hacer día a día mis deberes,/ que, si pequeños, por amor son grandes”. En un soneto invoca a María, Puerta del Cielo: “Si tú vienes conmigo, si te encuentro/ en las curvas-madeja del camino,/ en la curva-espiral que apunta al centro./ Si avivas tú mi lento andar cansino/ por las sendas de fuera o las de adentro,/ podré arribar feliz a mi destino”.

La poesía y el arte constituyen el lenguaje que expresa de modo coherente el misterio del hombre y de la vida; misterio sustentado en la grandeza de Dios. La poesía evoca pensamientos y contenidos a los que la razón por sí sola no llegaría nunca. Como escribe Antonio Barnés: “Tanta hermosura/ no puede ser/ en tan poco espacio/ producto del azar./ Tanta gracia/ en tan escaso material/ no puede ser/ casualidad./ Tanta belleza/ en muy pocos centímetros/ es fragmento de la divinidad”.

La palabra poética es testimonio de la belleza de la creación y de la gloria de Dios. Del Todo en el fragmento. El precioso libro editado por Yolanda Obregón nos lo recuerda.

 

Guillermo JUAN-MORADO.

Publicado en Atlántico Diario.

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