Meditando sobre el sagrario de mi parroquia en la fiesta de san Mateo

Este año, 2023, la fiesta de san Mateo, apóstol y evangelista, se celebrará el próximo jueves, 21 de septiembre. Un día, el jueves, especialmente propicio para meditar y para adorar a Cristo presente en la eucaristía. El día eucarístico por antonomasia es el domingo, “día del Señor”, de la Pascua, pero el jueves nos recuerda el comienzo del triduo sacro y la institución de la eucaristía como anticipación sacramental del paso de Cristo de este mundo al Padre a través de su muerte y resurrección.

Celebrar y adorar la eucaristía no son realidades separables: “la adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia. Recibir la eucaristía significa adorar al que recibimos […]. La adoración fuera de la santa misa prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica”, nos recuerda Benedicto XVI en “Sacramentum caritatis” 66.

En una iglesia parroquial, el sagrario o tabernáculo debe ayudar a reconocer la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento: “el Santísimo Sacramento se reserva en el sagrario, en una parte de la iglesia muy digna, distinguida, visible, bien adornada y apta para la oración” (“Ordenación General del Misal Romano”, 314). El nombre “sagrario” evoca el ámbito de lo más sacro; por antonomasia, el lugar donde se guarda y deposita a Cristo sacramentado. El nombre “tabernáculo” nos hace pensar en el lugar, en la “tienda”, en el que se depositaba el arca de la Alianza.

El sagrario de la iglesia de mi parroquia es muy bello. El centro del mismo lo constituye la puerta que abre el acceso al interior del cofre, donde se reserva el Santísimo Sacramento. Enmarcado por un óvalo que la circunda se puede ver la imagen del Pantocrátor, el Cristo en majestad entronizado en la gloria. Él es el “alfa” y la “omega”, el principio y el fin del cosmos y de la historia. La eucaristía es la prenda de la gloria futura: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”.

El óvalo o “mandorla” está flaqueado por cuatro imágenes, por el “tetramorfos”, símbolo de los evangelistas; cuatro figuras que representan a san Mateo (que aparece como un hombre), san Marcos (como un león), san Lucas (como un toro) y san Juan (como un águila). Esta representación tiene sus orígenes en el libro de Ezequiel (1,10).

El hombre, según san Jerónimo, simboliza a san Mateo, porque su relato comienza con la genealogía humana de Cristo: “Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán” (Mt 1,1). El león, visto como un animal del desierto, simboliza a san Marcos, quien comienza su evangelio con san Juan Bautista, “voz que grita en el desierto” (Mc 1,3). El toro, animal sacrificial, representa a san Lucas, que comienza a narrar su evangelio con el sacrificio de Zacarías (Lc 1,9-10). El águila simboliza a san Juan, cuyo escrito es el más elevado y teológico de los cuatro.

San Mateo es el primero de los evangelistas. Nos presenta a Jesús como el Mesías, como el Hijo de Dios, que da cumplimiento a las profecías del Antiguo Testamento. Jesús es el Redentor, porque él salva al pueblo de sus pecados. Jesús es el Señor Resucitado, que estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. 

Las escenas de la infancia de Jesús que completan el frente del sagrario nos hablan de esa proximidad de Dios que se refleja en la humanidad de Jesús: La Anunciación, el Nacimiento, la visita de los Magos y la huida a Egipto.

En la parte superior del sagrario podemos contemplar una escena del Apocalipsis: En el centro, el Cordero Inmolado, a quien rinden culto los veinticuatro ancianos (Ap 4,4). Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. La misma expresión se repite “cada vez que celebramos la santa Misa, con la invitación del sacerdote para acercarse a comulgar: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor». Jesús es el verdadero cordero pascual que se ha ofrecido espontáneamente a sí mismo en sacrificio por nosotros, realizando así la nueva y eterna alianza. La Eucaristía contiene en sí esta novedad radical, que se nos propone de nuevo en cada celebración” (Benedicto XVI, “Sacramentum caritatis”, 9).

El sagrario tiene un interior, que no se ve más que cuando se abre: la figura de un ángel que porta una cartela: “Ecce Agnus Dei”. Y, al fondo, otra en la que se lee: “Adoro te devote latens Deitas”.

San Mateo nos dice algo muy importante al final de su evangelio: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20). Jesús sigue siendo el Enmanuel, “Dios con nosotros”. San Mateo nos lo dice y el sagrario nos lo recuerda de modo permanente.

 

Guillermo Juan Morado.

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