Camelias en la catedral

Ayer mismo me llegaba la noticia de que, en el claustro de la catedral de Tui, se organizaba la “VII Muestra de la Camelia”. Una actividad que cuenta con el respaldo de la “Asociación de Amigos de la Catedral de Tui”. Las fotografías que acompañaban la noticia son de una gran belleza.

El camelio, nos dice el Diccionario de la lengua española, es un “arbusto de la familia de las teáceas, originario del Japón y de China, de ojas perennes, lustrosas y de un verde muy vivo y flores inodoras". Las camelias, las flores que da ese arbusto, son blancas, rojas o rosas y, a veces, jaspeadas.

En mi tierra, en Galicia, se dan muy bien las camelias. Quizá se deba a su clima húmedo, a las temperaturas suaves y al tipo de suelo. Galicia se parece un poco a Japón. Al menos eso hace pensar la afluencia enorme de japoneses que recorren el Camino de Santiago. En Japón hay algo análogo al Camino, el “Kumano Kodo”, una ruta de peregrinación hasta los tres grandes santuarios sintoístas.

Estos días estoy disfrutando con la lectura de La liebre con ojos de ámbar. Una herencia oculta, un texto escrito por Edmund de Waal que tiene como hilo conductor los orígenes y el destino de una colección de netsuke, de esas esculturas en miniatura que se remontan al Japón del siglo XVI.

Las camelias, como los netsuke, evocan el Japón. Se suele decir que las camelias son “la flor de las Rías Bajas”, a donde llegaron a finales del siglo XVIII para adornar pazos y casas señoriales y, poco a poco, jardines y fincas tanto públicas como privadas.

Recuerdo muy bien, aunque el recuerdo es siempre más subjetivo que objetivo, los camelios que adornaban el jardín que rodea a la iglesia de mi pueblo. Es una iglesia muy bonita, de transición del barroco al neoclásico. En su entorno estaban los camelios, con esas flores blancas y rosas que sembraban el suelo de colores. Había, también, un brocal de un pozo. Nada extraño, por otra parte, en un pueblo, el mío, conocido por sus aguas medicinales.

Las camelias adornan este fin de semana el claustro de la catedral de Tui, de la que tengo el honor de ser canónigo. El claustro es magnífico y el más antiguo de Galicia. Data de la primera mitad del siglo XIII y se caracteriza por un trazado de estilo gótico cisterciense.

Camelias y claustro. Una bella combinación. Aunque, personalmente, me quedo con las hortensias, que también proceden de Japón, un arbusto de “hojas elípticas, agudas, opuestas, de color verde brillante, y flores hermosas, en corimbos terminales, con corola rosa o azulada, que va poco a poco perdiendo color hasta quedar casi blanca”, dice también el Diccionario.

Las hortensias me hacen recordar el bello jardín que rodea a lo que fue el Gran Hotel del Balneario de Mondariz. Son plantas sufridas, que exigen muy poco y dan mucho. Hasta he pedido que hubiese algunas en la exigua parcela que rodea la iglesia de la que soy párroco. Un átomo de belleza en medio de una masa de fealdad.

Las flores, camelias u hortensias, entre otras muchas, “interrumpen la cotidianidad”, leo en El arte de celebrar la Eucaristía: “La biología enseña que la flor es el estadio previo al fruto. Por eso, la flor puede romper la cotidianidad con la seducción de algo que está por llegar; algo que será tanto más valioso cuanto mayor sea la viveza de sus colores”.

El suave paisaje gallego, y el recoleto espacio del claustro tudense, se engalanan con camelias. Nos recuerdan así que lo cotidiano puede abrirse a lo eterno.

Guillermo Juan Morado.

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