InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: 2020

10.02.20

Me sumo a lo que dice Bruno sobre Segovia y sobre "400 poemas para explicar la fe"

La ciudad de Segovia la conocí hace ya casi tantos años como tiene su Acueducto. No es preciso que comente, en este momento, la belleza de la misma ni de su espléndida catedral. Bruno lo comenta con enorme acierto.

Está a punto de salir en “Compostellanum” 64 (2019) 769-770, una recensión mía sobre el libro de Yolanda Obregón, ed., “400 poemas para explicar la fe. Selección de poesía religiosa para la catequesis” (Vita Brevis, Maxstadt 2019, 602 páginas).

Comento, en esa recensión: “La teología no tiene nada que perder, sino mucho que ganar, si se pone a la escucha de la literatura y, en particular, de la poesía. Grandes teólogos lo han hecho así. El cristianismo es la religión de la Palabra encarnada, de Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne".

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8.02.20

Prejuicios: Lo racional no es, con frecuencia, lo normal

La Real Academia Española define “prejuicio” como la opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal.

Nadie escapa al peso y al influjo de los prejuicios. Tienen, estos, un poder inmenso. Suplen las enormes lagunas del propio saber, los océanos cuasi infinitos del no saber. Nos hacemos, previamente, una opinión de las cosas. Y lo previo, lo anticipado, se convierte, con muy alta probabilidad, en definitivo. No somos capaces del conocimiento total de todas las cosas. Somos, nos guste o no, muy limitados.

Y, además, los prejuicios son tenaces, firmes, porfiados. No se van de nuestra mente ni con agua caliente, como se suele decir.

Podríamos poner múltiples ejemplos de estas opiniones previas y tenaces. Voy a limitarme al ámbito del lenguaje de la fe católica (que, por razones evidentes, es muchas veces, también, parte del lenguaje común): “Quien no tiene padrinos, no se bautiza”; “no se puede bautizar en Cuaresma”; “confirmarse es aceptar, de adulto, la fe en Cristo”.

Se trata, en los tres ejemplos propuestos, de juicios previos y tenaces, originados en un mal conocimiento de la realidad.

No es absolutamente necesario tener padrinos para bautizarse. El Código de Derecho Canónico dice: “En la medida de lo posible, a quien va a recibir el bautismo se le ha de dar un padrino, cuya función es asistir en su iniciación cristiana al adulto que se bautiza, y, juntamente con los padres, presentar al niño que va a recibir el bautismo y procurar que después lleve una vida cristiana congruente con el bautismo y cumpla fielmente las obligaciones inherentes al mismo (c.872)”. Todo el texto del canon comienza con la locución “en la medida de lo posible”.

Nada impide bautizar en Cuaresma, ni en ningún otro día del año: Aunque el bautismo puede celebrarse cualquier día, es sin embargo aconsejable que, de ordinario, se administre el domingo o, si es posible, en la vigilia pascual” (c. 856). Lo “aconsejable” marca una prioridad, no una prohibición. Y los domingos de Cuaresma son, también y ante todo, “domingos”.

“Confirmarse”, o mejor, “recibir el sacramento de la Confirmación”, no es, sustancialmente, aceptar, de adulto, la fe en Cristo. Esto sería un prejuicio absurdo, ya que anularía, casi, el sacramento del Bautismo administrado a los niños y haría ver como incomprensible la situación de los conversos adultos que reciben – también en la Iglesia latina – en una misma celebración los tres sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. El “Catecismo de la Iglesia Católica” dice que la recepción de la Confirmación lleva a plenitud la gracia bautismal, ya que enriquece a los bautizados con una fortaleza especial del Espíritu Santo (cf. n. 1285).

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Sabor, antorcha, candelero

El Señor compara a sus discípulos con la sal y con la luz (cf Mt 5,13-16): “Vosotros sois la sal de la tierra”; “vosotros sois la luz del mundo”. ¿Qué significa ser sal y ser luz? La sal da sabor a los alimentos y los conserva. La luz ilumina, haciendo irradiar entre los hombres a Cristo, Luz del mundo (cf Jn 9,5).

Ser sal de la tierra equivale a conservar la alianza con Dios para, de este modo, hacer sabroso el mundo. Un mundo sin Dios es un mundo soso, sin gracia y sin viveza. No basta edificar el mundo solamente contando con la ciencia y con la tecnología; es preciso, asimismo, contar con la apertura a Dios y a los hermanos. Dios existe y es Él quien nos ha dado la vida: “Solo Él es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre” (Benedicto XVI).

Abriéndonos a Dios, viviendo en comunión con Él, nos convertimos en “templo de Dios vivo” (2 Co 6,16). De este modo, Dios puede morar entre los hombres y hacer presente en el mundo el amor incondicional y el perdón sin límites. Para ser sal de la tierra, debemos ser dóciles a la acción del Espíritu Santo, dejándonos conformar con Cristo para convertir nuestra existencia en un culto grato al Padre.

La comunión con Dios se traduce en servicio al prójimo: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne” (cf Is 58-7-10). En Dios podemos reencontrarnos con el otro y ver en el otro algo más que un congénere; ver a un hermano. La coherencia entre la fe y la vida sazonará todas nuestras actividades y todas nuestras relaciones con los demás: en la familia, en el trabajo, en el ocio, en nuestros compromisos con la sociedad en su conjunto.

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31.01.20

La Fiesta de la Presentación del Señor

En un Sermón, a propósito de la Fiesta de la Presentación del Señor, San Sofronio, después de glosar los motivos principales de esta festividad, añade: “Esto es lo que vamos celebrando, año tras año, porque no queremos olvidarlo”.

La celebración litúrgica es un antídoto contra el olvido. Celebrando, no sólo recordamos las maravillas que Dios ha obrado en favor nuestro, sino que, por la fuerza del Espíritu Santo, estos acontecimientos salvadores se hacen presentes y actuales.

La Presentación del Señor es una fiesta muy bella. En las parroquias suelen acudir más fieles que de costumbre. Quizá sea una impresión mía, pero tengo la sensación de que cuanto más se “materializa”, en el buen sentido, la Liturgia, más impacto causa en la sensibilidad religiosa de las personas: la bendición del fuego o del agua, en la Vigilia Pascual, la bendición de las candelas en la festividad de la Presentación o, más sencillamente, la devota bendición del pan el día de San Blas.

Las candelas simbolizan la luz que es Cristo, que ha venido para iluminar a las naciones, porque únicamente la Luz de Dios tiene la potencia necesaria para iluminar completamente el Universo. Donde esta Luz no llega, no porque no quiera llegar, sino porque pide, por decirlo así, permiso para hacerlo, sigue reinando la noche y el pecado.

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29.01.20

Cincuenta años de 14 parroquias de Vigo

Hoy (29 de enero de 2020) he podido leer en “Faro de Vigo” un interesante artículo de Alberto Cuevas Fernández, sacerdote y periodista, titulado “Cincuentenario de 14 parroquias de la ciudad”.

D. Alberto Cuevas es una bendición para esta diócesis de Tui-Vigo y, al mismo tiempo, es responsable, en buena medida, del trato que los medios de comunicación social de Vigo, incluidos los periódicos, dispensan a la iglesia diocesana y a las parroquias. Ese trato, no adverso, consiste en escuchar y en no ser rácanos a la hora de informar. Ni más ni menos.

Dice Alberto Cuevas que “han pasado 50 años y las circunstancias sociales y pastorales de ahora son distintas a las de aquella época. Quizá incluso contrarias”. Tiene toda la razón. Mi parroquia, la de San Pablo, de Vigo, es una de esas 14 nuevas parroquias. La situación no es, evidentemente, la misma. En una entrevista en “Atlántico Diario”, he afirmado que “ahora ya no coinciden población y feligreses, la Parroquia es un pequeño rebaño” (“Atlántico”, 24 de enero de 2020, página 19).

Los católicos somos, en Vigo, y creo que en España, una minoría. ¿Quiénes van a Misa el domingo? Calculo que no llegará al 5% de la población. De todos modos, es una minoría, o ha de serlo, significativa, decisiva. A mí me gusta que la parroquia que me han encomendado esté dedicada a San Pablo, apóstol de los gentiles.

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