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30.04.20

¿Reír por reír?

Hay, parece, como una obsesión de salir en las fotografías riéndose. ¿Por qué? El “Diccionario de la lengua española” recoge, en una de las acepciones de “reír”, la siguiente: “Manifestar regocijo mediante determinados movimientos del rostro, acompañados frecuentemente por sacudidas del cuerpo y emisión de peculiares sonidos inarticulados”.

Todos sabemos lo que es “reír”. Y creo que, también, todos sabemos que la risa puede ser oportuna e inoportuna. No reír puede deberse a ser una persona sosa, amargada, funeraria. Reírse sin motivo es, pienso – y el diagnóstico objetivo quizá sea peor - propio de bobos, de inconscientes.

No pretendo reproducir aquí la disputa que recoge Umberto Eco en su novela “El nombre de la rosa”; la contienda entre Jorge de Burgos y Guillermo – personajes de su mundo literario - .

No he tenido siempre buena suerte con la literatura y con las novelas, que, dentro del mundo literario, es el género que más me gusta. No digo que no me hayan gustado. No es eso. Más bien es que siempre me ha pillado la lectura de una novela preferida en el peor momento – cerca de exámenes, con más trabajo, con más urgencias - .

La de “El nombre de la rosa”, claramente. ¿Novela nominalista, positivista…? Puede ser. Pero, en su momento, he disfrutado leyéndola. Otra que me enganchó, muy a final de curso, con riesgo de suspenso, o de notas muy mermadas, fue, en su día, “Bomarzo”, de Mújica Lainez.

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Yo soy la puerta de las ovejas

IV Domingo de Pascua (Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones)

Jesús se define a sí mismo como la puerta que conduce a la vida: “Yo soy la puerta de las ovejas: quien entre por mí se salvará” (Jn 10,9). “Él se llama puerta por ser el que nos conduce al Padre”, dice San Juan Crisóstomo. La súplica de los profetas: “Ojalá rasgases el cielo y descendieses” (Is 63,19) ha sido escuchada. Jesús es el Verbo encarnado, la verdadera puerta del cielo descendida a la tierra (cf Jn 1,51), el único Mediador por el cual los hombres tienen acceso al Padre.

Por su Pasión y su Resurrección, Cristo ha cruzado ya los umbrales de la muerte. Él es el Viviente, el Santo y el Verdadero que, como dice el Apocalipsis, tiene la llave de David que da acceso a la nueva Jerusalén, al cielo, “de forma que si él abre, nadie cierra, y si él cierra, nadie abre” (Ap 3,7). En la tierra, el germen y el principio del reino de los cielos es la Iglesia, el redil “cuya puerta única y necesaria es Cristo” (Lumen gentium 6).

¿Cómo se entra por esta puerta? Sabemos que es estrecha (cf Mt 7, 14) y que no se puede traspasar sin la humildad: “Cristo es una puerta humilde; el que entra por esta puerta debe bajar su cabeza para que pueda entrar con ella sana”, comenta San Agustín. Y en otro pasaje añade el Santo Doctor: “Entra por la puerta el que entra por Cristo, el que imita la pasión de Cristo, el que conoce la humildad de Cristo, que siendo Dios se ha hecho hombre por nosotros”.

El apóstol San Pedro incide en la humildad como elemento esencial del testimonio cristiano; un testimonio que incluye la disponibilidad a sufrir con paciencia penas injustas. Se trata de seguir las huellas de Cristo, el Pastor y Guardián de nuestras almas, que en su pasión “no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente” (1 Pe 2,23). La vía de la humildad es el camino que nos permite acercarnos a Cristo, adherirnos a Él, seguirle y atenernos a su mensaje.

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