InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Junio 2019

25.06.19

Los panes y los peces

En 2 Re 4,42-44 leemos el siguiente relato: “Acaeció que un hombre de Baal Salisá vino trayendo al hombre de Dios primicias de pan, veinte panes de cebada y grano fresco en espiga. Dijo Eliseo: ‘Dáselo a la gente y que coman’. Su servidor respondió: ‘¿Cómo voy a poner esto delante de cien hombres?’. Y él mandó: ‘Dáselo a la gente y que coman, porque así dice el Señor: ‘Comerán y sobrará’. Y lo puso ante ellos, comieron y aún sobró, conforme a la palabra del Señor”.

Frente al simple cálculo humano, el profeta Eliseo tiene en cuenta un criterio más firme: la confianza en la palabra de Dios, que no falla y que supera con creces las expectativas de los hombres.

Este relato probablemente influyó en la manera de redactar un hecho que tuvo que sorprender enormemente a quienes lo presenciaron: una comida de Jesús con sus discípulos y una masa de gente a orillas del mar de Galilea. A favor de la comprobación histórica de ese hecho mediante los recursos que hoy tiene la investigación se pueden aducir los criterios de “testimonio múltiple” (un hecho está atestiguado en más de una fuente literaria independiente) y de “coherencia” (o “congruencia” con otros hechos y dichos preliminares).

Uno de los testimonios de esa comida es el relato de Lc 9,10-17, texto que la Iglesia lee en la solemnidad del Corpus Christi en el ciclo C. En realidad, se trata del único relato de un milagro en el que coinciden la tradición sinóptica y joánica, siendo independientes entre sí el primer relato de Marcos y el de Juan. Los creyentes reconocemos en el hecho relatado una actuación milagrosa de Jesús, un signo que anuncia y hace presente el reino de Dios y que prefigura la Eucaristía.

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24.06.19

Fe y agradecimiento

“Dad gracias en toda ocasión”. Todo acontecimiento y toda necesidad, enseña el Catecismo, “pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias”.

San Agustín comenta que nada se puede decir con mayor brevedad ni con mayor alegría: “¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras: ‘Gracias a Dios’? No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor obligación, ni hacer con mayor utilidad”.

La fe se manifiesta en el agradecimiento. Cuando somos agradecidos mostramos que no consideramos todo como algo debido, sino como un don que en última instancia proviene de Dios. Así lo comprendió aquel samaritano, uno de los diez leprosos que había curado Jesús. Solo él, “viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias” (Lc 17,15-17).

La Iglesia, al celebrar la Eucaristía – palabra que significa acción de gracias – , une su agradecimiento a Cristo, su Cabeza, que libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria (cf. Catecismo 2637): “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro”, exclamamos en la Santa Misa.

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20.06.19

La solemnidad del Corpus Christi, la expresión de la fe

La solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo nos empuja a expresar nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía; a “expresar”, es decir, a manifestarla con palabras, miradas o gestos. La fe tiene su raíz en la acción de la gracia en nuestro corazón, pero abarca la totalidad de lo que somos y, por consiguiente, como la alegría o el amor, necesita ser expresada.

La Iglesia no ahorra las palabras, no silencia la emoción que suscita la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento y acude a la Escritura Santa para hacer resonar, en el canto del Aleluya de la Misa, la afirmación del mismo Jesús: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; quien coma de este pan vivirá para siempre” (cf Jn 6,51-52). En uno de los prefacios proclama: “Su carne, inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece; su sangre, derramada por nosotros, es bebida que nos purifica”. Y en el himno eucarístico compuesto por Santo Tomás se dice que la lengua cante el misterio del glorioso Cuerpo de Cristo: “Pange, lingua, gloriosi Corporis mysterium”.

La mirada del creyente de asombra y se admira ante esta singular manera en la que Cristo ha querido hacerse presente en su Iglesia. Y los ojos, que sólo alcanzan a ver el signo del pan y del vino, piden ayuda a la fe para creer, basados en la autoridad de Dios, que no miente, que Jesucristo, nuestro, Señor es el “Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias”. La mirada se vuelve entonces adoración: “A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte”.

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19.06.19

Mirar al que traspasaron. Una carta pastoral sobre el Sagrado Corazón

El obispo de Getafe, D. Ginés García Beltrán, y su obispo auxiliar, D. José Rico Pavés, han publicado, con fecha de 30 de mayo de 2019, “Mirar al que traspasaron. Carta pastoral sobre el sentido de la renovación de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús”.

El motivo de esta carta es conocido: El centenario de la consagración de España al Corazón de Jesús que llevó a cabo el rey Alfonso XIII, en el Cerro de los Ángeles, el 30 de mayo de 1919. Esta consagración será renovada el 30 de junio de 2019.

El título y el subtítulo de esta carta pastoral merecen atención. El título hace referencia a un pasaje del evangelio según san Juan: “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37), pasaje que cita Zacarías 12,10. El evangelista declara cumplida, con esa cita, esa profecía veterotestamentaria.

El subtítulo incluye términos relevantes; entre ellos, “sentido”, “renovación”, “consagración”. El término “sentido” equivale a la coherencia de algo, en este caso, a la coherencia teológica de renovar la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús. Según la carta que comentamos, esta renovación tiene pleno sentido, ya que se entiende “como un acto de piedad de los fieles católicos en España que desean responder a las exigencias evangelizadoras del momento presente haciendo a todos partícipes del Amor de Dios que se nos ha revelado en el Corazón del Hijo de Dios hecho hombre”. Las circunstancias históricas de 1919 y de 2019 no son las mismas, pero la lógica interna de la consagración permanece idéntica en lo sustancial.

El segundo término es “renovación”. La consagración de 1919 no se renueva por primera vez en 2019. Se celebró en su día el cincuentenario, y, en el centenario, se vuelve a apuntar a lo esencial, una manifestación de piedad, rezando “por el bien de todos cuantos formamos la realidad de España, recordando especialmente a los católicos la responsabilidad que tenemos de llevar a todos y a todo el amor de Dios que se nos ha revelado en el Corazón de Cristo”.

El tercer término es “consagración”, que no es “un acto de reivindicación de una situación sociopolítica del pasado, sino un ejercicio de devoción mediante el cual confiamos la realidad de nuestra patria – sus miembros, familias, pueblos e instituciones – al Corazón de Jesús, pues a todos queremos que llegue el amor de Dios”.

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12.06.19

La Santísima Trinidad

Homilía para la Solemnidad de la Santísima Trinidad (Ciclo C)

En la oración colecta de la Misa de la solemnidad de la Santísima Trinidad pedimos a Dios “profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su Unidad todopoderosa”.

Profesar la fe verdadera es confesarla, dejando que la palabra externa signifique lo que concibe la mente. En el Bautismo, se invita al que va a ser bautizado, o a sus padres y padrinos, a confesar la fe de la Iglesia. En el centro de esta confesión está el misterio de Dios: “La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad”, decía San Cesáreo de Arles. Y San Gregorio Nacianceno, al instruir a los catecúmenos de Constantinopla, afirmaba, sobre la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo: “Os la doy [esta profesión] como compañera y patrona de toda vuestra vida”.

La Iglesia, entregándonos el Símbolo, pone en nuestros labios las palabras adecuadas para que podamos creer y hablar (cf 2 Co 4,13): “Creo en Dios, Padre todopoderoso”, “creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor”, “Creo en el Espíritu Santo”. Como escribe San Atanasio en una de sus cartas: “En la Iglesia se predica un solo Dios, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en el Espíritu Santo”.

Conocer la gloria de la eterna Trinidad equivale a contemplar, con la mirada de la fe, la manifestación que Dios hace de Sí mismo en la creación del mundo y en la historia de la salvación. Una manifestación que llega a su plenitud con el envío del Hijo y del Espíritu Santo, cuya prolongación es la misión de la Iglesia. “Todo lo que tiene el Padre es mío”, nos dice Jesús, y el Espíritu Santo “recibirá de lo mío y os lo anunciará” (cf Jn 16,12-15). El Espíritu Santo nos introduce así en la realidad de la comunicación divina, en el diálogo que mantienen las tres Personas del único Dios.

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