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26.01.19

Fe y Modernidad

Me impresiona mucho pensar en la relación que existe entre Dios y el tiempo. El “Catecismo” indica: “Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad”. Dios no tiene ayer, ni hoy ni mañana, aunque en Él estén presentes, de modo misterioso – divino – el ayer, el hoy y el mañana. Dios es eterno.

Hay un texto muy interesante, y muy realista, de san Agustín que sale al paso de aquellos que piensan - “a nuestro parecer” - , que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”: “Los mismos sufrimientos que soportamos nosotros tuvieron que soportarlos también nuestros padres; en esto no hay diferencia. Y, con todo, la gente murmura de su tiempo, como si hubieran sido mejores los tiempos de nuestros padres. Y si pudieran retornar al tiempo de sus padres, murmurarían igualmente. El tiempo pasado lo juzgamos mejor, sencillamente porque no es el nuestro”.

No tiene mucho sentido situarse en un tiempo que ya no es el nuestro. La nostalgia del paraíso no debe ser un recuerdo de lo que ya no puede ser, sino un deseo del cielo. La Iglesia y la sociedad, la fe y el mundo, la fe y la razón, la fe y el tiempo… son realidades que están llamadas a entenderse.

San Agustín, el gran teólogo de la historia, vio la marcha del mundo como un drama, como un combate entre dos ciudades: “Dos amores fundaron dos ciudades, a saber: la terrena el amor propio hasta llegar a menospreciar a Dios, la celestial el amor a Dios hasta llegar al desprecio del sí propio”.

Estas dos “ciudades” constituyen una clave para interpretar la historia de los hombres. La ciudad terrena no es, sin más, el mundo. Ni la ciudad celeste es, sin más, la Iglesia. Las cosas no suelen ser tan químicamente puras. Las cosas son humana y mundanamente complejas.

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