InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Junio 2014

21.06.14

Corpus Christi

Homilía para la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Ciclo A)

La Iglesia se admira ante el Sacramento en el que Cristo nos dejó el memorial de su pasión y le pide al Señor que nos conceda venerar de tal modo los sagrados misterios de su Cuerpo y de su Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de su redención.

La solemnidad del Corpus Christi tiene como finalidad esta veneración; es decir, el sumo respeto y el culto reverente al Santísimo Sacramento del Altar, no solo durante la celebración de la Santa Misa sino también en la reserva eucarística en el sagrario, en la exposición solemne o en la bendición y en las procesiones eucarísticas.

El motivo de esta veneración es la presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas: En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y, por consiguiente, Cristo entero”, enseña el Concilio de Trento.

La presencia de Cristo en la Eucaristía es una presencia real por excelencia, por ser substancial: “por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre”, dice también el Concilio de Trento.

Las apariencias no cambian: lo que parecía pan y vino sigue pareciendo pan y vino, pero la realidad última que sustenta estas apariencias sí se transforma en virtud de la palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo. San Ambrosio comenta: “La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela”.

La Eucaristía no es un pan cualquiera, sino el “pan de la vida”, ya que procede de Dios, la verdadera fuente de la vida. Cuando Israel atravesaba el desierto, era Dios quien lo alimentaba con el maná, significando así su presencia eficaz en medio de su pueblo y simbolizando el alimento que viene de lo alto: la palabra de Dios, ya que “no solo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios” (cf Dt 8).

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20.06.14

La Primera Comunión: El protagonista es Jesús

En un encuentro con los niños que se preparan para recibir la Primera Comunión, les he preguntado, a ellos, : “¿Quién es el protagonista en la Santa Misa?”. Y, sin dudarlo, han contestado: “El protagonista es Jesús”.

Tienen toda la razón del mundo. El “personaje principal”, en la Misa, no somos nosotros: ni los sacerdotes, ni los niños que van a comulgar por vez primera, ni los padres de estos niños… El personaje principal es Jesús. La Liturgia es “el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo”, ha recordado el Concilio Vaticano II (SC 7).

Es Jesucristo quien, asociando a su Iglesia, da gracias al Padre por todo lo que nos ha dado: por habernos creado, redimido y santificado. “Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. Con estas palabras termina la plegaria eucarística.

En la Santa Misa se hace presente la Pascua de Cristo, el sacrificio que Él ofreció de una vez para siempre en la Cruz.

Es Jesucristo quien se hace presente en la Santa Misa por el poder de su palabra y por la acción del Espíritu Santo. Se hace presente de un modo singular, real por excelencia, con su Cuerpo y su Sangre, su alma y su divinidad. Se hace presente, como enseña el Concilio de Trento, “Cristo entero”.

Es Jesucristo, en la Santa Misa, quien se nos da como comida: “Comulgar es recibir a Cristo mismo que se entregó por nosotros” (Catecismo 1382). Por eso, muy poco antes de comulgar, repetimos las palabras del Centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Es la humildad y la fe; la humildad de la fe.

Creo que todo este “protagonismo” de Jesucristo, mediador entre Dios y los hombres, es entendido, en la medida en que puede serlo, por los niños que se preparan para comulgar por primera vez.

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19.06.14

La piedad (filial) del rey Felipe

La doctrina de la Iglesia, y la moral natural, destacan el valor del respeto a los padres; de la “piedad filial”. El “Catecismo” dice que la piedad filial consiste en gratitud “para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia” (Catecismo, 2215).

“Honra a tu padre y a tu madre” (Éxodo 20,12). Este mandamiento nos dice que, después de Dios, debemos honrar a nuestros padres.

El nuevo rey, Felipe VI, no ha dicho explícitamente nada sobre Dios, – implícitamente sí, porque ha jurado su cargo (1) - , pero ha sido muy claro a la hora de hablar de sus padres. Destaco dos fragmentos de su discurso:

“Ante sus Señorías y ante todos los españoles - también con una gran emoción - quiero rendir un homenaje de gratitud y respeto hacia mi padre, el Rey Juan Carlos I. Un reinado excepcional pasa hoy a formar parte de nuestra historia con un legado político extraordinario. Hace casi 40 años, desde esta tribuna, mi padre manifestó que quería ser Rey de todos los españoles. Y lo ha sido. Apeló a los valores defendidos por mi abuelo el Conde Barcelona y nos convocó a un gran proyecto de concordia nacional que ha dado lugar a los mejores años de nuestra historia contemporánea”.

No entro en los méritos que Felipe elogia de su padre, el Rey Juan Carlos. Sí destaco el orden de las palabras: “quiero rendir un homenaje de gratitud y respeto hacia mi padre, el Rey Juan Carlos I”. “Mi padre, el Rey”.

Pero si este homenaje a su padre – de quien hereda la corona – es lógico, me ha emocionado mucho más el reconocimiento hacia su madre, la Reina Sofía:

“Y me permitirán también, Señorías, que agradezca a mi madre, la Reina Sofía, toda una vida de trabajo impecable al servicio de los españoles. Su dedicación y lealtad al Rey Juan Carlos, su dignidad y sentido de la responsabilidad, son un ejemplo que merece un emocionado tributo de gratitud que hoy -como hijo y como Rey- quiero dedicarle. Juntos, los Reyes Juan Carlos y Sofía, desde hace más de 50 años, se han entregado a España. Espero que podamos seguir contando muchos años con su apoyo, su experiencia y su cariño”.

Felipe no le debe a su madre la corona de España. Pero el reconocimiento hacia su madre, la Reina, es merecedor de ser subrayado: Una vida de trabajo impecable, la dedicación y lealtad, la dignidad y el sentido de responsabilidad, el ejemplo… y el “emocionado tributo de gratitud que hoy -como hijo y como Rey- quiero dedicarle”.

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18.06.14

¿Rezar por el Rey? Sí, claro

Es necesario rezar por la autoridad. Y por una razón muy sencilla, porque la necesitamos. Necesitamos que alguien regule la búsqueda del bien común. El “bien común” es, dice el Concilio Vaticano II, “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección” (GS 26).

No hay bien común sin el respeto a la persona. No lo hay sin respeto a la libertad religiosa. Tampoco hay bien común sin desarrollo y sin bienestar social. No lo hay, bien común, si algunos, o muchos, ciudadanos no pueden comer, o vestirse, o acceder a los servicios sanitarios, o al trabajo, o a la educación. Sin eso, no hay bien común. Y si eso no se busca, la autoridad se deteriora.

La autoridad es necesaria. Pero mandar es servir. Mandar es asegurar, en lo posible, el bien común. Dios cuenta con que sea así. Dios sabe como somos y sabe, mejor que nadie, lo que necesitamos, como personas y como pueblo.

Yo creo que Dios se fía de los hombres. Y de los hombres depende “la determinación del régimen y la designación de los gobernantes”. Todo ello depende de la “libre voluntad de los ciudadanos” (GS 74).

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16.06.14

La defensa no es (siempre) ataque

Defender no ncesariamente es atacar. Cuando alguien defiende algo que considera importante y valioso trata de conservarlo, de ampararlo, sosteniendo, frente a quienes impugnan o cuestionan ese bien o valor, las razones por las cuales nos sigue pareciendo, ese algo, bueno y valioso.

Esta diferencia entre defender y atacar no siempre es nítida, ni mucho menos se percibe, por parte del que mantiene opiniones contrarias, con claridad.

Pongamos algunos ejemplos. Si uno dice que la economía ha de estar al servicio del hombre y que, en consecuencia, los factores económicos no son los únicos que han de determinar enteramente las relaciones sociales, o que el lucro no puede ser la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica, puede parecer, a primera vista, que se está atacando una determinada concepción social, política y económica. Pero el criterio que guía esos juicios no es el ataque, es la defensa de algo bueno y valioso: el bien común, la justicia, la dignidad de la persona.

¿Cómo construir, cómo llegar a este bien común? Aquí, a la hora de decidir esto, creo, entra la libertad y la responsabilidad de los hombres, de cada hombre. Pero, sean cuales sean las preferencias de cada uno, es evidente que se ha de mantener una especie de imperativo ético, de exigencia moral, que nos recuerde qué bienes y valores no podemos perder de vista. Y esa exigencia moral ha de tener un valor normativo, que sirva a la vez de criterio diferenciador para decir, llegado el caso: “Esto no puede ser”, “esto es inaceptable”.

Otro ejemplo: La defensa de la vida humana. Cuando se defiende el valor de la vida humana de un inocente, no se protege solamente un “bien jurídico”; se defiende un bien absoluto. O, dicho de otro modo, se defiende que jamás es lícito privar de la vida a un inocente; ya nacido o aún no, joven o anciano, sano o enfermo. Cuando se defiende este principio no se ataca a nadie; a lo sumo se sostiene un argumento frente a quienes impugnan, relativizan o niegan el valor de la vida.

Lo mismo sucede, a mi modo de ver, cuando se defiende la singularidad y la originalidad del matrimonio, entendido como una unión humana, total, exclusiva, fiel y abierta a la fecundidad, que solo reviste esas características si se da entre el hombre y la mujer. No se ataca a nadie. Se defiende un bien que se estima, por buenas razones, que se ha de preservar.

Debemos, pienso yo, defender lo que sabemos razonable y bueno sin atacar a las personas que ven las cosas de otro modo. Y el objetivo que debemos perseguir, sigo pensando, consiste en mostrar esa racionabilidad y esa bondad; esa verdad, en suma, de lo que defendemos.

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